"Oh, he soñado tanto con el amor. Hace mucho que sueño con él, día y noche, pero mi alma es como un piano de mucho valor que se ha cerrado y cuya llave se ha perdido".

La obra teatral pensada por Omar Jacquier a partir de la obra del dramaturgo ruso, inicia su segunda temporada. Es una propuesta que adapta lo "no dicho" del autor a los silencios de una época en nuestro país.

"Oh, he soñado tanto con el amor. Hace mucho que sueño con él, día y noche, pero mi alma es como un piano de mucho valor que se ha cerrado y cuya llave se ha perdido".
La frase es la síntesis de lo que representa "Tres hermanas (y un hermano)", la versión libre del clásico "Las tres hermanas" de Antón Chejov, que en mayo inicia su segunda temporada en la ciudad de Santa Fe.
La obra, adaptada y dirigida por Omar Jacquier, vuelve a presentarse en La 3068 (San Martín 3068), los viernes 16, 23 y 30 de mayo a las 20.30, tras cosechar aplausos en su primera temporada.

La dramaturgia de Chejov es, en esencia, un teatro de lo no dicho: dramas sin estallidos, conflictos contenidos, personajes que sueñan, desean, rememoran o renuncian.
Verónica McLoughlin actriz, docente de teatro, dramaturga y directora lo expresó bien. En un artículo publicado en 2011 en Página 12, señala que Chéjov es un autor "que no dice, que oculta, que sugiere: sutil e íntimo".
En "Tres hermanas (y un hermano)", Jacquier retoma ese universo y esas premisas, pero realiza un traslado al marco de una familia del interior argentino, a principios de los años ‘50.
Es una época donde los roles de género están en transición, pero las tensiones sociales, económicas y afectivas ya se presentan con rudeza.
El planteo es simple, pero universal: cuatro hermanos que han vivido su infancia en Buenos Aires (Moscú, en el original) enfrentan el duelo por la muerte de su padre en un pueblo alejado.
En ese umbral entre el pasado y el futuro, la promesa de regresar a la gran ciudad se convierte en un deseo ardiente e inalcanzable. Como sucede en tantas otras piezas del autor ruso, la acción es apenas un susurro que se disuelve entre la rutina, el tedio y la nostalgia.

La obra cuenta con un elenco que encarna los matices de estos personajes, quebrados por dentro. Milagros Berli interpreta a Irina, la menor de las hermanas, soñadora, ingenua, símbolo de un futuro que no llega.
Pamela Bertona, como María, aporta el dramatismo de quien renunció a lo que ama, atrapada en una vida que no eligió. Marcela Cataldo da cuerpo y voz a Olga, la hermana mayor, símbolo de la resignación y el deber.
El hermano varón, Andrés, está interpretado por Fernando Belletti, que transmite la tensión entre el deseo de escapar y el peso de los mandatos familiares.
Finalmente, Alejandrina Doyharzabal encarna a Natalia, figura que desestabiliza la endeble armonía del hogar, condensando las tensiones de poder, género y pertenencia.
La dirección propone un código de actuación naturalista, donde cada gesto, silencio o mirada aporta espesor dramático. La apuesta está en lo mínimo, en lo que se calla.
El drama se expresa en la imposibilidad de asumir el presente y en la nostalgia por una Buenos Aires idealizada, metáfora de un deseo que siempre está postergado.

El diseño escénico y de vestuario ubica a los personajes en los años '50, decisión estética que subraya el contraste entre las aspiraciones y la estructura que las contiene.
Ese contexto sirve como espejo de época y, al mismo tiempo, como marco universal: las hermanas podrían vivir en cualquier pueblo del país, en cualquier década, deseando otra vida.
El diseño de luces acentúa momentos con climas íntimos y cambios sutiles, mientras que el programa gráfico, realizado por Mariana Mathier, acompaña la propuesta integral. La producción es de OJ y Mariana Mathier.
"Tres hermanas (y un hermano)" revisita a Chejov pero se enraíza con fuerza en la tradición del teatro de autor argentino, donde lo cotidiano es símbolo, y lo local se vuelve universal.
Es una propuesta para quienes disfrutan del teatro como arte que interroga, que emociona y que enfrenta con las preguntas básicas: ¿qué nos impide ser felices? ¿Por qué nos cuesta tanto habitar el presente?
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