Raúl Castagnino en El Litoral: literatura, nación y lenguaje sin concesiones
El reconocido académico, fallecido en 1999, ofreció una mirada aguda sobre Borges, el gaucho, la crítica, el estructuralismo, el teatro popular y las formas del decir argentino.
El registro de El Litoral del 19 de junio de 1979. Foto: Archivo El Litoral
Santa Fe, junio de 1979. Raúl Castagnino tenía 65 años cuando pasó por la redacción de El Litoral. Acababa de regresar de Estados Unidos, donde (de enero a mayo) brindaba cursos de estilística en la Universidad de Nueva York, en calidad de profesor de intercambio.
Aceptó la entrevista con amabilidad y sin urgencias. Durante la charla repasó, con lucidez, algunos de los ejes fundamentales de su pensamiento: el valor literario del Martín Fierro, los modos de renovación en las letras argentinas, los debates en torno al idioma y los dilemas de la representación teatral.
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Borges, el gaucho y el mito
Castagnino comenzó desarmando el conocido desinterés de Jorge Luis Borges por el Martín Fierro. "Hay una cuestión temperamental, desde luego", dijo. Pero el punto central, según él, es que el autor de "El Aleph" está formado "en una línea de cultura no popular".
Esa posición lo enfrentó con lo tradicionalista, con las formas más consagradas de lo nacional. "No siempre uno está seguro de lo que Borges dice. A veces hay un enfant terrible detrás de sus expresiones", agregó con una sonrisa.
Pero no esquivó el debate literario. Para Castagnino, el Martín Fierro es la culminación de una de las dos grandes corrientes de la literatura argentina: la de la protesta. "El personaje hernandiano no tiene que ver con la mitología del gaucho: es, en cierta medida, el adiós al tipo humano", explicó.
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La mitologización del gaucho, según él, empieza a tomar cuerpo desde las ciudades a partir de 1870. Se inicia con figuras como Santos Vega y Juan Sin Ropa, y culmina en el siglo XX cuando Ricardo Güiraldes sacraliza al gaucho en Don Segundo Sombra.
Renovadores, rupturas y continuidad
Consultado sobre las renovaciones en las letras nacionales, Castagnino optó por una lectura de largo aliento. Para él, los renovadores no son unicamente los escritores experimentales o rupturistas.
También lo fueron, en su momento, Mariano Moreno, Sarmiento, Eduardo Wilde. Mencionó a José Hernández y a Ezequiel Martínez Estrada en el ensayo. Y, entre los narradores y poetas del siglo XX, nombró a Roberto Arlt, Borges y Francisco Defilippis Novoa.
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Estructuralismo y lectura crítica
El estructuralismo, tan debatido por entonces, ocupó parte de la conversación. Castagnino lo consideraba una herramienta válida, no única. "Es una metodología que trabaja por encima del texto, en el plano de las abstracciones, para hallar los modelos que lo estructuran", explicó.
Y fue claro al subrayar que el crítico literario debe conocerla, aunque no necesariamente adherir de forma dogmática. "No es el único modo de trabajar sino una herramienta más", remarcó.
El idioma argentino
Un tema inevitable, tratándose de un miembro de la Academia Argentina de Letras, fue la identidad lingüística. Castagnino señaló que más que un "idioma argentino", lo que existe es una forma regional o dialectal del castellano. Y fue directo: "El problema es éste: ¿quién da la nacionalidad de un lenguaje? ¿El pueblo o los escritores?"
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Recordó que esta tensión ya estaba en Dante Alighieri. "Hoy tenemos otros instrumentos, como la radio y la televisión, que difunden rápidamente ciertos rasgos idiomáticos. Pero eso no basta para hablar de una lengua nacional".
Su postura era clara también frente al lunfardo. Cuestionó la idea de que se lo asocie a una expresión nacional, por su origen carcelario y su condición de elemento advenido, ajeno a las formas familiares del habla.
Teatro, verosimilitud y lenguaje escénico
Sobre el teatro, Castagnino planteó una distinción elocuente. Por un lado, los saineteros, que reflejan con realismo las formas del habla popular. Por otro, el "teatro presuntuoso", donde los personajes hablan como libros, lo que arruina la posibilidad de identificación con el público.
Citó a Paul Groussac, que escribía en un castellano aprendido, y señaló las dificultades de escribir con verosimilitud sin perder densidad estética.
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"Amado Alonso trató de resolver el problema en su estudio sobre el idioma en el teatro. Pero lo hizo desde la pauta estética, no desde la comunicación escénica", opinó. Y dejó en claro que, en el teatro, el dilema entre forma y realismo sigue abierto.
La tarea pendiente de los clásicos
Castagnino terminaba de preparar un libro sobre el oficio del crítico y otro sobre la metafísica de la poesía. También pensaba reunir varios estudios dispersos bajo un mismo eje: las letras argentinas.
Como presidente de la Academia Argentina de Letras, lamentaba la lentitud con que avanzaba un proyecto crucial: la edición crítica de los clásicos nacionales. Algo tenía claro Castagnino: un país necesita volver a sus textos para pensarse.
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