Hoy, 13 de agosto de 2025, se cumplen 100 años del nacimiento de Carlos Salim Balaá, más conocido como Carlitos Balá, el hombre que se convirtió en sinónimo de humor sano y ternura para varias generaciones de argentinos.

Desde sus inicios en la línea 39 hasta su consagración en la TV, el humorista conquistó al público con su carisma y creatividad, convirtiéndose en un ícono familiar. Años después de su partida, nos recuerda que la felicidad reside en la simpleza, siendo un poeta de la alegría que coloreó la vida de generaciones.

Hoy, 13 de agosto de 2025, se cumplen 100 años del nacimiento de Carlos Salim Balaá, más conocido como Carlitos Balá, el hombre que se convirtió en sinónimo de humor sano y ternura para varias generaciones de argentinos.
Desde sus inicios como cuentachistes en los colectivos de la línea 39, hasta su consagración como una figura central del entretenimiento familiar, Balá construyó una carrera que se cimentó en el cariño genuino de su público y en una creatividad inagotable. Su legado, que va mucho más allá de un simple "ea-ea-pe-pé", es un testimonio de cómo la simpleza y el amor pueden trascender el tiempo y unir a un país entero.

La historia de Balá es una oda a la perseverancia. En una época en la que la radio y el cine dominaban el entretenimiento, este joven porteño encontró en la rutina de la línea 39 de colectivos su primer escenario. Con el murmullo de los motores y el ir y venir de los pasajeros como telón de fondo, Balá perfeccionó su arte, aprendiendo a captar la atención de su público con chistes y monólogos.
Fue esa experiencia la que le abrió las puertas de la radio y, finalmente, de la televisión. Con su inconfundible flequillo y una sonrisa que podía iluminar cualquier estudio, el “show de Carlitos Balá” se convirtió en un ritual sagrado para millones de familias. Programas como "El show de Carlitos Balá" o "Balabasadas" no solo entretenían, sino que también inculcaban valores de amistad, respeto y compañerismo.

La conexión de Carlitos Balá con el interior del país fue siempre profunda, y Santa Fe no fue la excepción. En varias oportunidades, la figura del humorista visitó la ciudad, dejando una huella imborrable en quienes tuvieron la oportunidad de conocerlo.
En 1978, por primera vez el humorista visitó El Litoral, en la antigua redacción del diario ubicada sobre calle San Martín. Su carisma y calidez llenaron de alegría las oficinas. Con su humor espontáneo y su eterna sonrisa, Balá compartió anécdotas y se tomó fotografías con el personal, demostrando su cercanía y su gratitud hacia el público santafesino que lo seguía con devoción.
Durante ese año, había tenido un rol protagónico siendo una de las figuras centrales en los festejos deportivos durante el mundial de fútbol que tuvo sede en nuestro país. Al año siguiente, el humorista comienza con “El show de Carlitos Balá'', su memorable programa de televisión dedicado enteramente al público infantil transmitido por Canal 7.

La segunda visita a la redacción fue en 1994. El diario El Litoral funcionaba desde hacía ya un tiempo sobre la calle 25 de Mayo. Eran años diferentes para el cómico en lo que se refiere a su trabajo artístico. El protagonismo, que había alcanzado a fines de los años setenta y durante buena parte de la década del ochenta, no era el mismo.
Cuando se le preguntaba por su ausencia en la televisión, el actor contestaba: “No me convocan porque quizás no les interesa la comicidad sana y limpia y lo que yo hacía para los niños era dejar siempre una enseñanza”.
La genialidad de Balá residía en su capacidad para crear un lenguaje propio, un código de complicidad que se transmitía de padres a hijos. El famoso “gestito de idea”, el “ea-ea-pe-pé”, el inolvidable “chupetómetro” y la clásica pregunta “¿Qué gusto tiene la sal?” son solo algunas de las joyas de su repertorio.
Estos gestos y frases no eran meras ocurrencias, eran herramientas para conectar con los niños, para invitarlos a participar de un mundo de fantasía y risas. El chupetómetro, en particular, se transformó en un ritual emotivo donde miles de chicos, con lágrimas y sonrisas, le decían adiós a su chupete. Era un rito de paso, un gesto de confianza en un ídolo que prometía cuidar de su tesoro más preciado.

A casi tres años de su partida, el espíritu de Carlitos Balá sigue vivo. Su figura no solo evoca la nostalgia de una infancia feliz, sino que también nos recuerda la importancia de la alegría, el respeto y la inocencia. En un mundo cada vez más complejo y acelerado, su humor sencillo y puro es un bálsamo para el alma.

Nos enseñó que la felicidad puede encontrarse en las cosas más simples, en un gesto de amistad, en un chiste compartido, en una pregunta aparentemente sin respuesta. Carlitos Balá fue, en esencia, un poeta de la alegría, un artista que supo pintar de colores la vida de varias generaciones y cuyo recuerdo, sin duda, perdurará para siempre.
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