Dulcilandia, una historia familiar que endulza generaciones
Con más de seis décadas de trayectoria, la empresa fundada por Abel Redondo se convirtió en un referente nacional en el rubro de las golosinas. Hoy, sus hijos Hernán y Pablo conducen la firma, con la vista puesta en la innovación, la profesionalización y el legado de los valores familiares.
Hernán y Pablo Redondo, los hermanos que continúan el legado de Dulcilandia.
Por más de 60 años, Dulcilandia ha sido sinónimo de dulzura y trabajo en Santa Fe. Su historia comenzó como tantas otras: con un sueño, una camioneta de reparto y mucho esfuerzo. “Es una historia que parece sacada de un libro”, recuerdan Hernán y Pablo Redondo, hijos de Abel, el fundador.
“Papá se compró una camioneta y empezó este largo trayecto junto a mi madre. Arrancaron en un pueblito del norte santafesino, a unos 180 kilómetros de la capital, y en los años ‘80 se radicaron en Santa Fe como mayoristas de golosinas”, relatan los herederos de la empresa sobre los comienzos de esta gran historia.
Ese fue el punto de partida de una expansión que marcaría al rubro en todo el país. En la década del ‘80, Abel fundó Dulcilandia, el primer autoservicio de golosinas del interior argentino. “En ese momento, los supermercados recién estaban apareciendo y no existía algo así en el rubro. Dulcilandia se identificó rápidamente a nivel nacional como un mayorista importante”, recuerdan sus hijos.
La gran expansión
Durante los ‘90, la empresa comenzó con importaciones y logró un salto cualitativo. “Empezamos a venderle a colegas de todo el país. En 2008 inauguramos la nueva planta en Santo Tomé: ahí concentramos la industria, las importaciones y el canal mayorista. Hoy vendemos en todo el país y tenemos un centro de distribución en Buenos Aires”.
En 2003 se forma una nueva sociedad bajo el nombre Sweet S.A y comienza la producción de Open Candy.
La planta industrial representa el 35% de la facturación de la empresa. Emplea a unas 100 personas y cuenta con tecnología de punta para la fabricación de más de 80 productos distintos: caramelos, chupetines, chicles en sus múltiples versiones. “Detrás de algo tan simple como un caramelo hay mucha inversión, mucha tecnología. Y sobre todo, mucho conocimiento adquirido con los años”.
Actualmente, Dulcilandia cuenta con unos 350 empleados en Argentina y más de 20 en el exterior. La segunda generación está al frente, pero la tercera ya comienza a dar sus primeros pasos. “De a poco se van incorporando algunos chicos, combinando estudio y trabajo. Va a ser diferente, pero eso no es malo; al contrario, es positivo”.
El legado de Abel está siempre latente en el espíritu de la empresa y en el recuerdo de sus hijos.
Los valores de Abel
Hablar de Dulcilandia es hablar de Abel Redondo. “Papá tenía una capacidad de trabajo impresionante. Era un vendedor nato, muy emprendedor y con una energía que contagiaba”, dicen sus hijos. “Nos transmitió la importancia del esfuerzo y de aprender desde abajo. Nosotros empezamos cargando camiones y pasamos por todos los puestos. Había que saber hacer todo para poder dirigir algún día”.
Ese espíritu también marcó el crecimiento profesional de Hernán y Pablo. “Siempre tratamos de profesionalizarnos, de asistir a ferias internacionales, ver tendencias en Alemania, China, Brasil. Todo lo que sabemos de golosinas viene de su ejemplo”.
El año pasado, Abel fue reconocido como Ciudadano Destacado de la Ciudad de Santa Fe. “Papá fue una persona muy carismática, empática, trabajadora. Nos enseñó a no quedarnos quietos y a buscar siempre nuevos horizontes”.
La empresa cuenta con centros de distribución nacional: uno en Avellaneda y otro en la localidad de Moreno.
Superar las crisis
Como toda historia empresarial argentina, Dulcilandia también atravesó momentos difíciles. “Los años 2001, 2002 y 2003 fueron durísimos”, recuerdan. “Teníamos muchos compromisos en dólares y hubo que pagar a cuatro veces su valor. En ese contexto, empezó a gestarse la idea de tener una fábrica propia. No había créditos ni tecnología disponible, pero de a poco lo logramos”.
La crisis no solo puso a prueba la estructura económica, sino también el temple humano. “Nuestro lema era tratar de no despedir a nadie. Buscamos funciones alternativas, abrimos locales, hicimos mantenimiento interno con nuestro propio personal. Fue muy difícil, pero salimos adelante”.
Hoy, la planta industrial de Sweet S.A. representa el 35% de la facturación de la empresa.
Nuevos desafíos y expansión internacional
Con el tiempo, la empresa se reinventó. “Dulcilandia es una marca muy querida en Santa Fe. Y alrededor del año 2000 creamos Open Candy, que decimos que es su prima hermana: ambas se complementan”.
Hoy, la expansión es una realidad: “Tenemos unos 40 Candy Bar en los principales centros comerciales del país, seis en Paraguay, cuatro en Estados Unidos y uno en España. Es una marca que creció muchísimo y nos llena de orgullo”.
En 2011 lanzan los Open Candy Bar, un innovador canal de distribución en shoppings del país y el mundo.
El significado del Brigadier
Entre los reconocimientos obtenidos, uno tiene un sabor especial. “El Premio El Brigadier es un mimo, un reconocimiento que valoramos mucho. Es muy de Santa Fe, y nosotros trabajamos para seguir ganándolo”, afirman los hermanos Redondo.
“Buscamos que la marca se renueve constantemente: que tenga los mejores precios, buena atención y locales lindos. Para eso, que también es parte de los valores que nos enseñaron nuestros padres, trabajamos constantemente”.
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