El mundo de los hongos se ha convertido en una de las tendencias más fascinantes de la biotecnología contemporánea, convirtiendo al micelio en un actor clave del futuro sustentable.

Un material desarrollado a base de micelio ofrece una alternativa ecológica al plástico y al telgopor: biodegradable, renovable y con el potencial de reemplazar envases convencionales en menos de dos meses.

El mundo de los hongos se ha convertido en una de las tendencias más fascinantes de la biotecnología contemporánea, convirtiendo al micelio en un actor clave del futuro sustentable.
Gracias a su capacidad para sintetizar moléculas complejas y transformar desechos agrícolas en materiales útiles, esta “raíz” de hongo ofrece una vía para reducir el impacto ecológico de productos desechables.

El material a base de micelio surge de una idea tan simple como revolucionaria: reutilizar residuos agrícolas como sustrato, dejar que el hongo crezca en moldes específicos y, una vez formado, secar la estructura para detener su desarrollo. El resultado es un producto rígido, liviano, aislante térmico, hidrofóbico y libre de plásticos.
La desarrolladora detrás de esta iniciativa, la diseñadora industrial de la Universidad de Buenos Aires (UBA) Denise Pañella, concibió un lote de embalajes ecológicos como alternativa al tradicional telgopor y envases plásticos.
Su propuesta responde a una paradoja de la producción moderna: muchas veces los envases superan en duración al objeto que contienen. Con micelio, en cambio, el embalaje puede reintegrarse a la tierra en apenas 45 días, cerrando así un ciclo productivo verdaderamente sostenible.
“Cuando creamos un objeto, la función, la estética y el impacto ambiental se piensan como un mismo sistema, no como decisiones separadas.
El micelio, que es el corazón de nuestro trabajo, nos obliga a mirar todo de manera más orgánico: el material tiene su propia lógica, su tiempo, su lenguaje. El diseño no se impone, se adapta y dialoga con eso”, explica Pañella.

Aunque el foco principal de este desarrollo está puesto en embalajes de un solo uso, el potencial del micelio va mucho más allá. Sus propiedades —biodegradabilidad rápida, ligereza, aislamiento térmico, rechazo al agua— lo convierten en un candidato ideal para diversas industrias: construcción, diseño industrial, moda, arquitectura, e incluso objetos de uso cotidiano.
En un contexto en el que se producen anualmente cerca de 380 millones de toneladas de plástico, y en el que los materiales biodegradables representan apenas entre 0,7% y 0,15% de los envases globales, propuestas como esta alcanzan una relevancia estratégica.
La iniciativa de Pañella —y de quienes investigan el micelio en todo el mundo— visibiliza una salida viable para dar batalla al problema del plástico: reemplazarlo por materiales vivos que no solo dejen de contaminar, sino que, al descomponerse, regeneren el ecosistema.