Por Verónica Dobronich

En una época marcada por el cansancio emocional y la desconexión, la empatía emerge como un acto revolucionario: cuidar del otro se convierte en la base del bienestar común.

Por Verónica Dobronich
Vivimos tiempos de saturación emocional. Las noticias negativas, la incertidumbre y la sobreexposición digital generan un cansancio que trasciende lo individual. En palabras del psicólogo Adam Grant, “no estamos quemados, estamos adormecidos”.

En este contexto, el bienestar no puede pensarse solo como un logro personal, sino como un fenómeno colectivo. Somos sistemas interconectados: nuestro estado emocional impacta en el de los demás. Y allí aparece la empatía como recurso esencial para recomponer el tejido social.

Según un estudio de la American Psychological Association (2023), las comunidades con mayores niveles de empatía reportan índices más bajos de estrés y violencia. La empatía no es debilidad: es una habilidad adaptativa que activa circuitos cerebrales vinculados al aprendizaje y la cooperación.
En tiempos de polarización y ruido, cuidar el bienestar implica volver a escuchar, respetar el disenso y practicar la compasión activa. No se trata de estar siempre bien, sino de sostenernos entre todos cuando alguno no lo está.

El bienestar social nace en los pequeños gestos: agradecer, mirar a los ojos, preguntar “¿cómo estás?” y quedarse a escuchar la respuesta.
Porque al final, más que una meta, el bienestar es una forma de estar en el mundo. Y empieza cada vez que elegimos mirar al otro con humanidad.