Por Verónica Dobronich

Desde la psicología y la neurociencia emocional, se sabe que el cerebro necesita cierres para poder iniciar nuevos ciclos.

Por Verónica Dobronich
El inicio de un nuevo año suele venir cargado de listas, propósitos y expectativas. Cambia el calendario, se renuevan las agendas y aparecen las metas. Sin embargo, hay algo que muchas veces queda afuera de ese ritual de comienzo: el estado emocional con el que arrancamos.

No siempre empezamos el año descansados. A veces llegamos cansados, saturados, con emociones acumuladas que no tuvieron espacio durante el año anterior. Y ahí aparece una confusión frecuente: creer que descansar es lo mismo que resetear. Dormir más o tomarse unos días no necesariamente ordena lo que sentimos.
Resetear emocionalmente implica detenerse a revisar. ¿Qué emociones traigo del año que terminó? ¿Cuáles necesito soltar? ¿Qué aprendí de lo que me dolió, me frustró o me desafió? Sin ese proceso, el año nuevo se construye sobre una base emocional vieja.

El reseteo emocional no requiere grandes decisiones ni retiros extensos. Puede comenzar con pequeñas pausas conscientes: escribir lo que ya no quiero cargar, reconocer límites que fueron cruzados, agradecer lo que sí funcionó y permitirme elegir con más intención cómo quiero sentirme.
Empezar el año con liviandad no significa estar feliz todo el tiempo. Significa estar más alineados con nosotros mismos. A veces, el mejor comienzo no es acelerar, sino ordenar por dentro antes de volver a avanzar.

Desde la psicología y la neurociencia emocional, se sabe que el cerebro necesita cierres para poder iniciar nuevos ciclos. Una práctica simple de reseteo es dedicar unos minutos a responder tres preguntas por escrito: qué dejo atrás, qué me llevo como aprendizaje y qué necesito priorizar emocionalmente este año. Nombrar lo vivido ayuda a soltarlo y libera carga mental.