La curiosidad infantil que se convirtió en pasión escénica
Desde sus recuerdos de infancia hasta los escenarios actuales, María Agustina Arriola construyó una carrera artística que combina actuación, dirección y enseñanza, impulsada por la creatividad y el juego.
El escenario fue el lugar donde todo encajó para Agustina, cuerpo, voz y presencia.
María Agustina Arriola nació en Santa Fe el 20 de marzo de 2002 y conserva una imagen luminosa de sus primeros años. “Mi infancia la recuerdo con amor, recibía mucho amor siempre de parte de mi familia”, contó, subrayando que crecer como hija única le dio espacio para imaginar, jugar y construir mundos propios. “Fue una infancia marcada siempre por el juego”, afirmó, y sostuvo que en esa libertad temprana se sembró la semilla artística.
Sin dispositivos digitales como protagonistas, su creatividad se expandió con estímulos cotidianos. Las películas de Disney, las novelas de televisión y los objetos del hogar fueron el primer laboratorio de ficción. “Me inventaba un personaje inexistente en la novela, pero existente para mí”, recordó, evocando escenas inventadas con total entrega. A esa dinámica se sumó la influencia educativa de su madre: “La pasión que ella transmite cuando habla de la docencia se me contagia”.
El momento que lo cambió todo
El acercamiento definitivo al teatro no llegó como una decisión planificada, sino como un azar luminoso. Agustina recordó que una tarde, al salir de una clase, una joven repartía volantes en la vereda. Entre esos papeles de colores, uno anunciaba un taller de comedia musical los sábados por la mañana. No lo pensó demasiado: tomó el folleto, se anotó y asistió al primer encuentro sin imaginar que ese impulso marcaría su vida.
La formación intensa entre la tecnicatura y el profesorado moldeó su identidad teatral.
Hasta entonces, su camino parecía estar orientado hacia otro lado. Había obtenido una beca para estudiar Ciencias Económicas, un logro que en cualquier contexto representaría seguridad, proyección y estabilidad. En medio del proceso de inscripción, . “Me largué a llorar involuntariamente… y dije ‘quiero estudiar teatro’”, recordó. Su familia respondió con apoyo inmediato, y ella tomó la decisión sin volver atrás.. Ese llanto involuntario actuó como señal y como respuesta: entendió que no quería una carrera contable, sino una vida atravesada por la escena.
Al confesarlo en su casa, recibió apoyo inmediato, y al día siguiente se inscribió en la escuela de teatro, dejando atrás la beca y cualquier duda. A partir de ese instante, no volvió a mirar hacia otro lado: eligió el arte como destino, trabajo y forma de habitar el mundo.
Allí descubrió el ensayo, el cuerpo en movimiento, la voz como herramienta y la sensación irrepetible de pertenecer a un escenario. Fue, según ella misma describe, el momento en que todo encajó.
Agustina recuerda una infancia llena de amor, imaginación y juego constante.
Desde entonces, transitó una formación exigente y constante. “Hice las dos carreras a la vez, de las 11 de la mañana hasta las 11 de la noche”, explicó, en referencia a la tecnicatura y el profesorado, atravesando virtualidad, cambios institucionales y desafíos personales. Esa intensidad cimentó su identidad artística y su convicción pedagógica.
Expansióncreativa
Agustina no esperó convocatorias para trabajar: creó sus propios proyectos. Su primera obra, Arácnidas, surgió junto a Valentina Muzzachiodi . “Nos pusimos a escribir y después dijimos ‘cómo se hace una obra?’”, contó, recordando el vértigo y el entusiasmo del proceso. A partir de allí combinó actuación, dramaturgia y dirección, convencida de que “la formación es primordial” pero que el escenario completa lo aprendido.
La pasión docente de su madre marcó su sensibilidad artística desde pequeña.
Hoy en día es tesista de la Licenciatura en Teatro y su trabajo de investigación aborda la revista porteña en dictadura, un objeto escénico que considera subestimado: “La revista porteña tiene una historia nacional muy interesante de investigar”. Para ella, el estudio, la práctica y la memoria teatral conviven como capas inseparables del oficio.
Sueñosenmovimiento
Actualmente dicta clases en colegios y talleres, y vive el aula como un territorio sensible. “El teatro transforma y nada más lindo que verlo en las adolescencias”, afirma, describiendo cómo sus estudiantes descubren corporalidad, voz y identidad. Además integra cinco proyectos escénicos simultáneos y convive con el vértigo creativo como motor.
Agustina se lanzó a crear sus propios proyectos escénicos desde cero.
En cuanto a sus metas futuras, las expresa con claridad y deseo. “Mi sueño mayor es actuar en el Teatro San Martín de Buenos Aires”, compartió, y mencionóartistas con quienes imagina compartir escena, como Luciano Cáceres, Rita Cortese o Leonor Manso. Su horizonte, sin embargo, se sostiene en una convicción más profunda: “Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo”, repitió, citando a Lorca como bandera ideológica y emocional.
“Quiero seguir escribiendo y dirigiendo, porque ahí siento que aparece mi voz”, afirmó con convicción. También proyecta viajar, capacitarse y generar redes con otros artistas, algo que considera indispensable para crecer. “Me imagino presentando mis obras en más ciudades y creando proyectos que acerquen el teatro a quienes nunca pudieron acceder”, sostuvo, segura de que su camino todavía tiene muchas puertas por abrir.
Una declaración de amor
Cuando se le preguntó qué le diría a quienes recién comienzan, no duda: “Nunca dejar de lado la curiosidad del niño, porque ahí está el juego”. También sostiene que el riesgo es parte necesaria del camino: “El riesgo puede salir mal, pero cuando uno le pone pasión, le pone ganas… ahí aparece lo bueno”.
Los primeros mundos ficticios de Agustina nacieron entre novelas, películas y objetos del hogar.
Para Agustina, no hay distancia entre su vida cotidiana y su identidad artística. No hay metáfora, no hay exageración, no hay postura. Solo hay una verdad: “El teatro es mi vida”.