Por Verónica Dobronich

No se trata solo de estar acompañado, sino de cómo nos vinculamos con nosotros mismos y con los demás. La diferencia entre estar solo y sentirse solo abre la puerta a transformar el aislamiento en una oportunidad de crecimiento y autenticidad.

Por Verónica Dobronich
Vivimos en un mundo de mensajes instantáneos, videollamadas y redes sociales que nos mantienen a un clic de distancia de los demás. Sin embargo, nunca se habló tanto de la soledad. Estar rodeados de contactos no siempre significa sentirnos acompañados. La clave está en diferenciar entre estar solo y sentirse solo.

Estar solo es una situación objetiva: no tener compañía en un momento determinado. Puede ser elegido y hasta necesario para descansar, reflexionar o crear.
Sentirse solo, en cambio, es un estado emocional: experimentar vacío, desconexión o falta de pertenencia, aun estando rodeados de gente.

La diferencia radica en la calidad de nuestros vínculos, tanto con otros como con nosotros mismos.
• La conexión constante no siempre implica intimidad.
• Predomina la comunicación rápida pero superficial.
• Aumentan las comparaciones sociales que generan aislamiento interno.
• Muchas veces confundimos “estar disponibles” con “estar presentes”.

• Redescubrir el valor del tiempo propio: usar momentos de soledad para descansar, crear o conocernos mejor.
• Cultivar la autocompañía: aprender a disfrutar de actividades solos, sin depender siempre de la validación externa.
• Profundizar vínculos auténticos: elegir calidad antes que cantidad en nuestras relaciones.
• Practicar la conexión consciente: cuando estemos con alguien, estar realmente presentes, sin distracciones.
La soledad no siempre es un enemigo; puede ser un espacio fértil para crecer, escucharnos y reconectar con lo esencial. En tiempos de hiperconexión, el desafío no es estar menos solos, sino aprender a estar mejor con nosotros mismos, para así construir relaciones más plenas y significativas.
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