Queridos Amigos. Este domingo celebramos la Fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán. Se trata de la célebre Iglesia que el emperador Constantino mandó erigir en Roma, a principios del siglo IV (9 de noviembre de 324).

La dedicación de la Basílica de Letrán celebra su rol como catedral del papa, albergando reliquias de Pedro y Pablo, y marcando un hito en la fe cristiana.

Queridos Amigos. Este domingo celebramos la Fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán. Se trata de la célebre Iglesia que el emperador Constantino mandó erigir en Roma, a principios del siglo IV (9 de noviembre de 324).
Su edificación fue el puntapié inicial para la construcción de muchos otros templos en toda la extensión del Imperio Romano. Dedicación del templo es la ceremonia con la que se consagra o dedica un templo, un altar en honor de la divinidad.
En la actualidad la Iglesia de San Juan de Letrán es la catedral del papa. Su magnificencia recobra su importancia porque según las creencias, en el altar de la Basílica se encuentran los restos de los Apóstoles Pedro y Pablo. ¿Por qué celebramos la fiesta de la dedicación de la Basílica de Letrán?
¿Es importante? Sí. Con esta festividad la Iglesia, nuestra Madre, quiere comunicarnos hoy varios mensajes importantes a tener en cuenta:
Para los judíos, el templo era el centro de la vida religiosa, política y social. Históricamente hablando, el primer templo judío fue construido por el Rey Salomón en el siglo X; el segundo después del exilio de Babilonia en el siglo VI; y el último en el tiempo de Jesús, bajo el reinado de Herodes, el Grande.
El historiador y filósofo judío Flavio Josefo dice que el templo de Jerusalén era tan hermoso, que los peregrinos cuando se acercaban, contemplando su esplendor, se conmovían llorando.
Era un lugar de orgullo y de gozo para todos los judíos. De esta experiencia profunda nació el salmo de la entrada a Jerusalén que dice: “¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!” Su belleza exterior no fue lo más importante. Fundamentalmente la finalidad del templo consistía en facilitar el encuentro del hombre con Dios.
¡Qué paradoja! Jesús va al templo, y en vez de encontrar un clima de oración y recogimiento, encuentra un mercado. El evangelista San Juan lo relata de esta manera:
“Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cuerdas, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: Quiten esto de aquí; no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.
¿Qué pudo suceder para que la mano bondadosa de Jesús, que acariciaba a los niños y tocaba a los leprosos, tomara el azote para expulsar a los mercaderes del templo? La explicación es una sola: la casa de Dios, la casa de oración, se había convertido en cueva de ladrones, se había profanado el lugar santo.
Lamentablemente, el templo de Jerusalén, tan sagrado, se había transformado en un lugar de comercio, de opresión, de injusticias, donde se terminó celebrando un culto vacío.
Mis queridos amigos: convertir el templo en lugar de negocios hoy, en nuestra realidad, es lo mismo que utilizar la Eucaristía para tranquilizar nuestras conciencias. Convertir el templo en un lugar de negocios es celebrar actos oficiales, patrióticos sin fe, sin compromiso, solo para aparentar, pensando únicamente en las conveniencias e intereses personales.
Jesús es muy radical con las cosas de Dios. El templo, y la religión misma si no sirven al hombre, no sirven, y deben ser destruidos. Por eso en el Evangelio de hoy afirma: “Destruyan este templo y yo lo reedificaré en tres días”. Sin lugar a dudas se trata de una afirmación profundamente revolucionaria.
A partir de la Encarnación de Jesús, ya no será un templo de piedra el lugar de encuentro del hombre con Dios, sino el hombre mismo. En su corazón el hombre debe encontrarse con Dios. Los que adoran a Dios ya no necesitan templos suntuosos para hacerlo.
El nuevo templo de los cristianos no se construye con mármoles, sino sobre piedras vivas: es la nueva comunidad viva de creyentes que se reúnen entorno a la Mesa de la Palabra y de la Eucaristía. El templo como edificio tan importante para los judíos ha pasado a un segundo plano. El lugar privilegiado del encuentro con Dios es el hombre mismo.
Pidamos a Dios que nos ayude a comprender que el templo material es importante para celebrar la fe y para adorar a Dios, pero el verdadero templo somos cada uno de nosotros donde acontece el íntimo y sagrado encuentro con el Señor.
Que Dios nos bendiga