La escuela rodante es un viejo vagón del ferrocarril pintado de blanco, en el frente una bandera argentina lo identifica. Ha sido acondicionado para cumplir dos funciones: Escuela-Hogar. Ángela al ingresar siente el corazón fuera de su sitio, no logra encontrar el camino de regreso hasta que vuelve al ritmo regular que había perdido.
El aula tiene capacidad para treinta y dos alumnos, con pizarrón, pupitres y un armario. El otro ambiente destinado a vivienda del maestro consta de un pequeño dormitorio, cocina y baño, un generador a batería permite la iluminación.
Es el año 1940, ella está en pleno preparativo para su boda. Después del recorrido vuelve a su casa, entra en la habitación, se recuesta en la cama y mira hacia arriba.
El cielorraso está pintado de color blanco al igual que las paredes, colgado de una percha frente al espejo el vestido de novia. Ángela siente que su vida está atrapada en el vagón blanco de la escuela. “Todo es tan blanco”, piensa.
El 26 de marzo de 1940, Angela Peralta Pino acepta convertirse en la maestra de la escuela rodante a pesar de que aún no tiene la carrera de magisterio terminada. Tiene 39 años.
El vagón se pone en marcha, Ángela piensa en su familia en todo lo que deja atrás, en el hombre que ama. Recuerda el adiós, la figura masculina cerrando la puerta de manera sutil, como si así pudiera aplacar el dolor de la ruptura. Cierra la ventanilla, sobre uno de los pupitres un libro, es el libro favorito de él, lo apoya contra su pecho, la acompañará en esta aventura.
Ángela, "la maestra caracol", junto a sus alumnos en el viejo vagón de tren pintado de blanco y convertido en Escuela Rodante.
En el año 1906 una compañía inglesa vino en busca de tanino al norte de la provincia de Santa Fe. Fundó numerosos pueblos, tendió 400 kilómetros de rieles y llegó a tener 20.000 empleados. En la cuña boscosa santafesina, como área geográfica de mayor riqueza forestal de quebracho colorado se instalaron varias fábricas a pesar de la escasa densidad poblacional.
La Forestal resolvió el problema de la falta de mano de obra, a través de la inversión en infraestructura adecuada para atraer trabajadores al monte y retenerlos allí, desvinculándolos de cualquier otra actividad laboral. De esta forma, surgieron en la soledad de los bosques de quebracho colorado, los pueblos fabriles, o como fueron nombrados en su momento “pueblos forestales”.
En los obrajes de estos pueblos, viven familias muy pobres, son los que más sufren, están mal pagos y hambreados, se las arreglan como pueden. Hay muchos niños, el pobre siempre tiene muchos hijos. Las mujeres van de un lado a otro con los críos, siguiendo al marido que va a hachar, esa es su vida.
Ángela, la maestra caracol, va en busca de estos niños, con el anhelo de enseñarles a leer y escribir. El tren se detiene, el pueblo está conformado por algunas construcciones, la administración, la casa del capataz, ranchos para peones, el almacén de ramos generales, panadería, carnicería y una que otra vivienda particular.
En el andén, hombres de tez morena y brazos firmes de tanto hachazo. El vagón blanco es una novedad, causa revuelo en los lugareños. Un tractor retira el vagón escuela de la vía, Ángela recorre con la mirada el lugar, está decidida a llevar una vida de compromiso, renunciamiento y dedicación. Ella no sabe que es el comienzo de un recorrido que durará veintidós años.
Los Guasunchos, Los Quebrachales e Itapé; las zonas rurales de Santa Margarita, Los Guanacos, Las Cuatro Bocas, El Mate, Las Colonias, La Avanzada, La Carreta, La Hiedra. Son los lugares en donde esta maestra rural dejará el sello de una mujer determinada a enseñar, ayudar y escuchar.
El vagón blanco se llena de niños, pocos tienen guardapolvos, la mayoría se pone la mejor ropa para ir a la escuela, la maestra los recibe con su impecable delantal blanco. La bandera Argentina flamea y la tiza rechina en el pizarrón. En el medio de la nada hay que ahorrar recursos y arreglarse con lo que se tiene.
- Pedro, prestá atención, si no vas a ser un bruto como tu padre y tu tío (dice Ángela)
- Yo quiero ser hachero (responde el niño)
- Pedro, si no sabés los números no vas a poder contar la plata cuando te paguen (dice un compañero)
El niño se queda pensando.
- Tiene razón Señorita (responde, mientras se pone a practicar las sumas)
- ¿Saben por qué no vino Clarita? (pregunta la maestra)
Uno de los niños levanta la mano.
- Tuvo que ir a trabajar con su mamá a la casa de uno de los patrones.
- Clarita tiene seis años… ¿cómo va a trabajar?
- Acá todos trabajamos, el capataz dice que no hay edad para el trabajo.
Ángela aprieta la tiza hasta quebrarla entre los dedos. Cuando la jornada termina, camina hasta el obraje, lleva un cuaderno y algunos lápices. Los ranchos de adobe y paja se amontonan, al igual que los perros, el olor a agua servida y a tanino se combinan creando una fragancia poco agradable. El sol araña el cielo queriendo ganarle la pulseada al atardecer.
Ángela hace sonar las palmas frente a un rancho, la mamá de Clarita se asoma, cuando ve que es la maestra intenta acomodarse los pelos oscuros que asoman por debajo del pañuelo.
- Buenas tardes, señora (saluda Ángela)
- Buenas tardes, maestra.
- Vine a traerle a Clarita lo que dimos en clase.
- Gracias señorita, pero la Clarita no va a poder ir por unos días a la escuela, tiene que ayudarme con la limpieza de la casa grande.
- Pero si es una niña pequeña (insinúa Ángela)
- Hay muchas cosas que uno no quiere decirlas, porque son dolorosas. En primer lugar, porque pasamos tanta mala vida. A veces señora, a la noche no se puede dormir del polvorín que hay y al otro día tenemos que trabajar (dice la mujer)
Cuando Ángela regresa a la escuela intenta entender la vida de estas personas, sabe que más allá de las clases va tener que ayudarlos de otra forma. La historia se repite en cada paraje, en todos los pueblos.
Las mujeres de los obreros y los niños venden bebidas en los obrajes, algunas son empleadas en los almacenes de la fábrica, domésticas de los jerárquicos. Sostienen sin remuneración la fuerza de trabajo en el norte santafesino.
La familia es la compañía necesaria para los hombres, la mujer es la que cocina, cría a los hijos y realiza con ellos el desbaste (limpieza de los maderos) y lo hacen sin paga alguna.
Nada detiene a Ángela, ella y la escuela rodante siembran sueños y esperanza. La maestra caracol tiene un corazón noble, generoso y valiente. Algunas noches en la soledad del vagón, cuando la nostalgia invade los sueños acuna el libro que fuera de su amado y piensa si la elección hubiera sido formar una familia como sería hoy su vida.
Ángela encuentra en la cara de cada niño, en la sonrisa agradecida de cada madre, en el apretón de las manos ásperas de cada papá, a la familia. Una familia numerosa a la que contiene y por la cual es contenida.
Mujer ejemplar
Ángela Peralta Pino, "la maestra caracol", falleció en 1991. En la actualidad, el vagón escuela se encuentra bajo un algarrobo en el Museo Histórico de la Ciudad de Tostado, provincia de Santa Fe. Cada 9 de noviembre en Argentina se conmemora el Día de los Maestros Rurales, en honor a la celebración de su natalicio, en 1909, en Providencia.
Dicen que en los parajes despoblados que dejó La Forestal, y que Ángela recorrió enseñando, se escucha esta canción cuyo autor desconozco, quizás escrita por uno de sus alumnos inspirados en la vocación de esta mujer ejemplar: