No fue Gianni Infantino, presidente de la FIFA, sino que fue Donald Trump, presidente de Estados Unidos, el que entregó al Chelsea el trofeo del Mundial de Clubes e incluso se quedó arriba del escenario para festejar junto a los jugadores.

Al mejor estilo Qatar o Arabia Saudita, el presidente estadounidense “celebró” con el Chelsea el título del Mundial de Clubes, metiendo su propaganda política en eventos deportivos.

No fue Gianni Infantino, presidente de la FIFA, sino que fue Donald Trump, presidente de Estados Unidos, el que entregó al Chelsea el trofeo del Mundial de Clubes e incluso se quedó arriba del escenario para festejar junto a los jugadores.

La participación de Trump con el certamen había comenzado en los meses previos, cuando recibió el particular trofeo de manos de Infantino en el Salón Oval de la Casa Blanca y siguió con respuestas sobre políticas de género e Irán mientras el plantel de la Juventus posaba a sus espaldas cual Guardia Pretoriana.
El domingo se especulaba que sólo iba a dar el presente para la tradicional toma inicial de las autoridades en los palcos, pero se quedó hasta el final del 3 a 0 del Chelsea ante el Paris Saint-Germain y redobló apuestas entregando el trofeo de sus manos y quedándose para la foto, a pesar de los abucheos durante el himno.

Pero hay un lazo directo del dos veces presidente de Estados Unidos y los Blues de Londres: sus propietarios.
Desde el inicio de la invasión de Rusia a Ucrania, una serie de sanciones desde Occidente recayeron sobre Moscú, entre las que se incluyen sanciones deportivas que al día de hoy, incluso ignoran la existencia de la nacionalidad rusa en competencias como los circuitos de tenis ATP y WTA.
Una de las historias más particulares tuvo al ruso Román Abramóvich, antiguo propietario del Chelsea, quien se vio obligado a vender su porcentaje tras 19 años en la institución. Su “reemplazo” fue el estadounidense Todd Boehly, empresario e inversor que llegó al club inglés con Clearlake Capital.

Boehly no sólo ha estado detrás de financiamientos de campañas republicanas, sino que también ya ha recibido el halago de Trump en público. Otras de las franquicias de su propiedad, Los Angeles Dodgers, se quedaron con la Liga Nacional de béisbol en 2024 y visitaron la Casa Blanca.

Allí, el presidente felicitó a Mark Walter, socio de Boehly: “Este maravilloso propietario, uno de los mejores propietarios en el deporte, por cierto, por todo lo que he escuchado. Junto con sus otros compatriotas, es un gran equipo de propietarios”.
La final del domingo no sólo enfrentaba a ingleses y franceses, sino que también enfrentaba dos modelos empresariales: el estadounidense y el qatarí, con Nasser Al-Khelaïfi como presidente bajo la propiedad de Qatar Investment, fondo soberano de inversión del país del Golfo. Este también es un pequeño triunfo de Trump.
La gran pregunta es si ya se puede considerar a Donald y Estados Unidos en general como un oficial usuario del sportwashing. Este “blanqueamiento deportivo” no es más que una estrategia que utilizan naciones para desviar la atención y limpiar su imagen tanto dentro como fuera de sus fronteras. Una reversión del viejo “pan y circo”.

El ejemplo más reciente (y feliz) para los argentinos es el Mundial de fútbol de Qatar 2022, donde en la previa se habló tímidamente sobre los males que se encontraban detrás de la organización del mayor evento del planeta.
Pero no es el único que lo ha hecho, lo hace o que sólo utiliza el fútbol. Un caso silencioso es el de Azerbaiyán, con Ilham Alíyev como presidente desde 2003 y con importantes críticas tras sus repetidos ataques a la comunidad armenia y controversias con Rusia y Europa respecto al suministro de gas. Precisamente dicho recurso es que desde hace poco más de una década ha permitido financiar no sólo su industria y milicia, sino también recibir el Gran Premio de Bakú de la Fórmula 1 o clasificar a su FK Qarabağ Agdam a la Champions League.
La actualidad de Estados Unidos no parece ser la más estable. Puertas adentro y puertas afuera. La aparición de Trump no es inocente y no responde sólo a su personalidad, sino también es un arma en su gran cruzada de Make America Great Again. Como si fuera poco, a los tres GP de F1 que ya posee se le sumará el Mundial de selecciones de 2026 (repitiendo el MetLife como sede de la final) y los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028.
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