Por estos días se conmemora el Día de los Muertos. Entonces yo pregunto… ¿dónde están los muertos? Probablemente esta pregunta les pueda parecer extraña, o ridícula, y quizás lo sea, si la planteamos así. El lugar de los muertos, podrá decirse, es el cementerio, porque allí están los despojos mortales de las personas.
Sí. Las tumbas son depósitos de los cuerpos, pero el hombre, ... ¿es solamente cuerpo? Todas las religiones que conozco, desde la prehistoria hasta nuestros días, hablan de que el humano es un compuesto de cuerpo y alma. Es más, algunas hablan de tres elementos: cuerpo, alma y el doble. Otras de cuerpo, alma y espíritu.
De allí es que se especule con que la muerte solo destruye lo material y no el otro elemento, que es inmaterial. Si usted que lee esto es religioso no tiene problemas en admitirlo, pero si no lo es, puede resultarle inaceptable.
En este artículo no pretendo demostrar nada, sino solo proponerle una reflexión retrospectiva, mirando la cuestión desde los orígenes de la Humanidad. Desde muy temprano encontramos algún detalle que hace referencia a lo que podríamos llamar “el culto a los muertos”.
En los megalitos de las cuevas de Morin, en Cantabria, desde hace 30.000 años a.C. hay signos de ello. Y de la Edad Neolítica, hace 8.000 a 7.000 años, encontramos los dólmenes, esas construcciones de piedras en forma de mesas que se supone son tumbas.
En el siglo V antes de Cristo, se desarrolla la cultura Egipcia la que posee una marcada consideración y veneración por los muertos. El mismo hecho de la momificación está diciendo que ese ser que falleció tendrá una vida posterior y por eso tratan de conservarle el cuerpo.
Los griegos y los romanos también cultivaron una veneración por los muertos lo que se manifiesta en su mitología y quedó en sus monumentos. Al morir el hombre, su espíritu se acercaba a las orillas de la laguna Estigia y allí esperaba que Caronte, el canoero, lo transportara al otro lado.
Que el muerto pase a ser una deidad era muy común en esas culturas y también en la oriental. El pueblo Judío tuvo toda una construcción en talñ sentido, la que fue heredada por el Cristianismo y así se llegó hasta nuestros días. Si a eso le sumamos las leyendas populares, tenemos un material rico en informaciones e imaginerías.
Para los judíos existía el Sheol que con la helenización en el cristianismo primero se lo llamó Hades, mal traducido por Infierno, lugar en donde los muertos esperaban el momento para integrarse a Dios. Eso quiere decir el Credo cuando leemos que Jesús después de su muerte “descendió a los Infiernos”.
Ese lugar que no era ni de sufrimiento ni de gozo, afirma que con la muerte corporal no termina allí, sino que es un paso, la muerte es sólo una puerta a otro mundo, hacia otra dimensión.
Si como muchos manifiestan y sostienen que el hombre es energía como todo el Universo, siéndolo incluso el mismo Dios, y que por un principio científico que afirma que “la energía no se pierde, se transforma”, quizá desde ahí podamos deducir la sobrevivencia del humano.
El cuerpo se corrompe, pero el alma, su espíritu, permanece en el Universo con identidad personal. Cuando nos preguntamos dónde están los muertos o sea cuál es el lugar, estamos trasladando nuestra situación espacio-temporal a un ámbito donde no se dan esos parámetros.
Si los que murieron sobreviven de una forma distinta y totalmente transformados, cambia nuestra manera de ver la muerte. Además, nos arroja hacia una nueva permanencia definitiva de la cual sabemos poco y sólo la podemos suponer, imaginar o creer. Dimensión que no conocemos pero hacia lo cual vamos inexorablemente.
Y como apéndice de esta reflexión podemos referirnos a nuestros muertos, los más cercanos, los que partieron ayer y elevar una oración por ellos. También podemos acordarnos de los muertos por la Patria y renovar nuestro agradecimiento y asumir ese compromiso nacional.