Por Cristián Giménez Corte (*)
En inglés, un glitch es un problema técnico, usualmente temporario, que afecta a un sistema informático, causando un desperfecto pero sin impedir su funcionamiento. Sin embargo, el uso de la palabra glitch se ha extendido al lenguaje común, significando cualquier pequeño problema que afecta el funcionamiento de algo mayor, y se podría usar como cuando en español se dice que tenemos un “problemita”, sin precisar la seriedad o liviandad de tal problema.
Este breve artículo propone una rápida revisión de algunos “problemitas” del sistema electoral de los Estados Unidos de América, vistos o abordados desde una perspectiva argentina. Es decir, los problemas -o glitches- que vamos a repasar pueden considerarse relativos: éstos pueden causar perplejidad a un argentino, pero no necesariamente a un norteamericano.
El primer y muy conocido problema, pero no por conocido menos problemático, del sistema electoral, y más ampliamente del sistema político norteamericano, es el hecho de que votar no es obligatorio. En realidad, el voto obligatorio existe sólo en una minoría de países, incluido el nuestro, pero aun así ello no deja de ser sorprendente. Pero tal vez lo más llamativo de esta situación no es que el voto no sea obligatorio, sino el bajísimo porcentaje de gente que va a votar el día de las elecciones. Mientras en Argentina, en promedio, un 80 % del electorado concurre efectivamente a votar el día de las elecciones, en Estados Unidos en las últimas elecciones presidenciales concurrió a votar un sólo un 60 % del electorado, mientras que a las parlamentarias de 2014 concurrió a votar sólo el 42 %.
Un caso extremo puede verse en el actual alcalde de la ciudad de Nueva York, Bill de Blasio. Este demócrata en sus años mozos se fue a trabajar a la Nicaragua sandinista de Ortega, y de paso aprendió español, y es por ello llamado por sus adversarios Bill “The Socialist”, acentuando la connotación negativa que la última palabra tiene en Estados Unidos. Esto no impidió de ninguna manera que los desprejuiciados y capitalistas neoyorquinos lo votaran en amplia mayoría, y ganara la elección con 75 % de los votos. Dicho así, el 75 % de los votos parecería ser de una solidez irrefutable, pero una mirada más cercana muestra una situación más resbaladiza. En efecto, sobre un total de más de 4.300.000 de ciudadanos registrados para votar, sólo concurrieron a las urnas 1.110.000 (sólo fue a votar el 24 % de electorado). Y de esa cantidad votaron al alcalde 830.000 ciudadanos. En una palabra, Bill de Blasio ganó la elección sólo con 830.000 votos sobre los de 4.300.000 millones habilitados para votar.
Un segundo problema está dado por el principio winners-takes-all, “el ganador toma todo”. En Estados Unidos, como ocurría en Argentina antes de la reforma de la Constitución en 1994, la elección a presidente es indirecta, a través del Colegio Electoral. Entonces, cada Estado cuenta con cierto número de electores que aporta al Colegio Electoral, que finalmente elige al presidente. Estados muy poblados cuentan con muchos electores; por ejemplo, California aporta 55, mientras que Estados menos poblados aportan muchos menos: Alaska aporta sólo 3. Cuando se realizan las elecciones, el candidato que gana en un Estado toma todos los electores, y el perdedor ninguno. Es decir que no hay una relación proporcional entre la cantidad de votos sacados y la cantidad de electores obtenidos. El ganador puede haber sacado el 51 % y el perdedor el 49 %; sin embargo el ganador, por el caso, en California, toma los 55 electores, y el perdedor ninguno. Situación que necesariamente provoca una falta de representatividad de las minorías electorales.
Lo anterior está relacionado con un problema más: los swing states. Swing significa moverse de un lado a otro, en un vaivén, acaso con cierta gracia, como dirían los muchachos de antes: esa chica tiene swing. En el plano electoral, de los 50 Estados que conforman los Estados Unidos, en cada elección existe una gran mayoría, de 40 y hasta 45 Estados, en donde las encuestas muestran que ya existe una clara tendencia. Mucho antes de las elecciones, ya está claro que algunos van a votar sí o sí al candidato republicano, y otros Estados van a votar sí o sí al candidato demócrata, sin importar qué vaya a pasar. En algunos casos, incluso, ciertos Estados han votado ininterrumpidamente por el mismo partido por décadas y décadas.
Entonces, toda la campaña electoral se olvida completamente de esta gran mayoría de Estados, donde el resultado ya está asegurado en uno u otro sentido, y donde -como vimos antes- no importan las variaciones porcentuales, ya que aun haciendo una buena elección y sacando muchos votos, si se pierde no se gana ningún elector.
Todo se concentra de esta manera en los 6 ó 7 Estados, donde la elección está todavía indecisa, donde los votantes van y vienen de uno a otro partido, oscilan, con swing. Y son sólo esos 6 ó 7 Estados los que definen finalmente la elección. Toda la campaña electoral, la publicidad de televisión, las encuestas, las visitas de los candidatos, los discursos y las promesas electorales se producen sólo en estos Estados.
Todo lo anterior nos lleva al más grave problema de la democracia más fuerte y más antiguo del mundo, y que es ciertamente paradojal: el que saca más votos no (necesariamente) gana. Como vimos, los votantes no eligen directamente al presidente, sino a los electores, quienes luego se reúnen en el colegio electoral y eligen al presidente. Esto significa que no necesariamente quien obtiene más votos gana, sino quien obtiene más electores. Parecería que no podría haber tanta discrepancia; sin embargo, dada la falta de proporcionalidad en el sistema de elección de los electores, puede efectivamente suceder que el candidato que haya obtenido menos votos, el que haya salido segundo, efectivamente ganara las elecciones. Esto fue exactamente lo sucedido con George W. Bush, quien fue presidente, habiendo salido segundo en cantidad de votos. Bush obtuvo 500.000 votos menos que su contrincante Al Gore, pero consiguió 5 electores más.
Por razones enraizadas en lo profundo de nuestra identidad cultural, los argentinos tendemos a considerar que todo lo que viene del exterior, de Estados Unidos o Europa, es mejor. Sin embargo, hay veces que esto no es así, el sistema electoral argentino tendrá otros, pero no estos glitches.
(*) Abogado. Doctor en Derecho, UNR. Profesor de Derecho Internacional Privado, FCJyS, UNL. Entre 2009 y 2015 trabajó en la Oficina de Asuntos Jurídicos de las Naciones Unidas, ciudad de Nueva York.
Todo se concentra en los 6 ó 7 Estados donde la elección está todavía indecisa, donde los votantes van y vienen de uno a otro partido, oscilan, con swing. Y son sólo esos 6 ó 7 Estados los que definen finalmente la elección.
La palabra glitch se ha extendido al lenguaje común, significando cualquier pequeño problema que afecta el funcionamiento de algo mayor, y se podría usar como cuando en español se dice que tenemos un “problemita”.