Fuerte y vigoroso, en el Hospital Cullen nacía hace poco un bebé con labio leporino. Mal llamado leporino, porque esta palabra es ofensiva, y es mejor hablar sin ofender. La ofensa no tiene razón, porque la perdió, a la razón. Leporino es palabra ofensiva, como lo es imbécil e imbecilidad, idiota e idiocia. Nacer con labio leporino implica que el bebé no puede prenderse al pecho ni tomar la mamadera porque todo lo que le entre por la boca le pasa a la nariz, y el recién nacido entonces se ahoga. Pero no siempre es así, porque este defecto tiene variantes y magnitudes.
Abandonemos la ofensa porque no construye, y necesitamos construir. El mal llamado labio leporino puede ser de un solo lado (en el labio, justo por debajo de uno de los agujeros de la nariz) o puede ser de los dos lados. Puede ser solo una muesca sobre la piel, o atravesar todo el espesor del labio para llegar a verse la encía. La encía puede estar partida y deformada, y el defecto puede extenderse hacia atrás, todo a lo largo del paladar. Y también puede comprometer la nariz por dentro, que así se abre en la boca. Si somos capaces de entender que se puede decir lo mismo, pero sin ofender, es posible que hasta podamos entendernos.
Mejor no decir leporino porque este adjetivo refiere a la liebre, de la misma manera que equino refiere a caballo, canino refiere a perro, vacuno a vaca, caprino a cabra, porcino a chancho, etc. Entonces, decir labio leporino es lo mismo que decir hocico de liebre, y esto queda lejos de ser adecuado para describir, o definir un defecto, una malformación del recién nacido. Podemos decir lo mismo pero sin ofender, acá y allá. Debe decirse queilosquisis, que es la palabra que para esto está en el diccionario de medicina. Es una palabra neutra, respetuosa, objetiva, tanto como lo son otras de su familia, como queilitis, que es una inflamación del labio, las boqueras, por ejemplo. O queiloplastia, que es la cirugía, la operación quirúrgica que repara una queilosquisis.
Fácil es observar que esta operación de cirugía no debe ser fácil, ni la puede hacer cualquiera en cualquier lugar. Esto también es respeto, porque las cosas bien hechas son síntoma de respeto. Requiere unas manos hábiles, entrenadas, artesanas, meticulosas, respetuosas, capaces de hacer en cada caso lo mejor posible. Requiere también un muy especial equipo de enfermería y de anestesia, y un material que no falte ni se quede corto, y un instrumental sofisticado. Nada de esto puede ser barato.
Viendo el resultado se ve bien que la inversión vale la pena. Y se justifica entonces que un hospital no pueda estar sujeto al capricho del señor presupuesto. Lo que hacen allá no tiene precio, pero cuesta dinero, a veces mucho, otras veces no tanto. Quien recorta un presupuesto para cuadrar unos números durante un día o un año provoca un daño profundo que no es de un día ni un año, sino que puede ser para siempre.
Es probable que otro hubiera sido el resultado si no hubiese estado disponible el personal idóneo, con los instrumentos y los materiales idóneos. Un mal resultado es más barato, pero es malo para siempre. Hablemos claro, hacer las cosas bien hechas es síntoma de respeto. Hacerlas en barato, a medias, recortadas por recortes, esto nos avergüenza a todos.
Otra cosa distinta es querer optimizar los recursos humanos y materiales de un hospital, y hacer que todos sin excepción cumplan con sus horarios y sus obligaciones, y que ningún material, ni dinero, desaparezca. Hay que buscar un equilibrio entre un servicio que debe ser cada vez más eficiente, y dirigido a cada vez más personas, y una organización que cada vez será más compleja. Las fotos que ilustran este comentario no corresponden al bebé que nació en el Hospital Cullen marcado por la queilosquisis. Pero bien podrían serlo. Hay que mirar el antes y el después, y entender que muchas cosas no pueden ser baratas, y que por tanto necesitan presupuesto.
Poco después de nacer ya dormía plácido, de espaldas, la barriga llena tras haber tomado su leche gracias a un ingenioso artilugio que no es barato pero no importa. Fue entonces cuando una enfermera se acercó sigilosa, diligente y en silencio, y en el brazo izquierdo lo pinchó, apenas casi nada, con una aguja minúscula, más fina que un pelo, y sin mediar palabra aunque sí pensamientos le puso así la vacuna BCG. Lo protegerá contra la meningitis tuberculosa y contra la tuberculosis diseminada, y esto tampoco tiene precio. Me dicen que entonces el bebé se despertó sorprendido, pero miró a la enfermera con confianza. Y dicen también que la enfermera, en aquel rostro partido, en aquella profunda oscuridad rojiza, supo ver una sonrisa.
Hay cosas que no pueden ser baratas, sino que necesitan presupuesto. Imagen ilustrativa. Gentileza.
Sube la tuberculosis
Cada vez hay más casos de tuberculosis en Argentina, y esto implica un riesgo más para la salud de todos (*). Se trata de un aumento importante. Aunque la tuberculosis afecta a ricos y a pobres, se ensaña más con los más vulnerables, que son quienes tienen más fácil el contagio y más difícil el tratamiento (**). Después la enfermedad se puede expandir sin respetar barrio ni condición social, económica o cultural.
En estos tiempos en que se disuelven las instituciones y las ayudas, y se menosprecian los esfuerzos inteligentes, la tuberculosis puede avanzar sin reparos, y de hecho ya lo está haciendo. En este avance resultan decisivas las malas condiciones en que muchas personas se ven obligadas a vivir, y convivir. Por lo tanto, la autoridad política, y la autoridad sanitaria en particular, tienen una responsabilidad evidente en el aumento de casos de tuberculosis, en la dificultad para el diagnóstico, en el abandono del tratamiento, en el control del paciente y de todo su entorno.
La vacuna contra la tuberculosis (la BCG), en cambio, aún siendo imprescindible, no es lo más relevante en el problema de la tuberculosis de Santa Fe porque sólo protege (y esto no es poco) contra las formas más graves de la enfermedad, y sólo durante los primeros años de la infancia. No obstante, el número de recién nacidos que reciben esta vacuna es cada vez menor. La vacuna contra la tuberculosis es una de las vacunas consideradas esenciales. Medio mundo vacuna a sus recién nacidos con esta vacuna, y el otro medio mundo no lo hace porque tienen mejores sistemas sanitarios y mejores condiciones sociales en la población, y por tanto menos casos de tuberculosis.
Así es, en efecto. Por ejemplo: estudios de gran alcance indican que por cada dólar que se invierte en vacunas, el país se ahorra cuarenta y cuatro dólares en atención médica y de enfermería, medicamentos y otros tratamientos, costos sociales, etc. Dicho de otra manera, vacunar es más negocio que curar. Este concepto no parece importar mucho puesto que aún se descuida la prevención y la atención primaria, y las vacunas no son tan accesibles como deberían ser, y entonces no llegan a todos a quienes deberían llegar.
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