Nos escribe Amanda (38 años, Iberá): "Hola querido Luciano, te escribo porque desde hace un tiempo tengo una pregunta que quiero hacer, pero que no me salía; ahora siento que puedo hacerla con claridad. Leo mucho sobre los refuerzos positivos y los negativos en la infancia, ¿vos estás de acuerdo con esa posición? Soy docente y me gustaría tener tu punto de vista. Es difícil mi tarea en una época en que toda sanción parece mal vista. La pregunta es la siguiente: ¿cuál es la mejor edad para pasar de los refuerzos negativos a los positivos?"
Querida Amanda, muchas gracias por tu mensaje. Gracias sobre todo por disponer del tiempo que necesitaste para formular tu pregunta. No es algo común en esta época en que gana la inmediatez y a veces queremos una respuesta antes de saber qué inquietud tenemos y en qué sentido nos implica. Por un lado, no estoy muy seguro de conocer sobre refuerzos positivos y negativos. No es un vocabulario que yo suela usar, ni tampoco es parte de línea teórica y práctica; pero ya que me gustaría darte una respuesta, te cuento primero qué es lo que entiendo y de qué modo me parece interesante esta propuesta conductual.
Entiendo que el término refuerzo tiene su origen en el conductismo y apunta a la forma en que una conducta se consolida, o bien se intenta que se erradique. Respecto de aquellos de los que se dice que son "positivos" no hay mucho que decir; muchas veces son espontáneos y hasta es de sentido común su desarrollo en la vida cotidiana. Por ejemplo, a dos cuadras de mi casa abre una nueva verdulería, a la que voy en una primera ocasión y, además del precio, advierto que me tratan con una sonrisa y amabilidad. Este factor es relevante porque, lo sepa o no, condiciona que regrese.
Tal vez con el tiempo siga eligiendo esa verdulería en la que conocen mi nombre, aunque los precios se hayan ido modificando con el tiempo y tal vez hasta se haya vuelto más cara. Los refuerzos positivos hablan de gratificaciones que instalan nuestras conductas en hábitos. Por supuesto que esas gratificaciones tienen que tener un sentido. No se trata de algo tan burdo como un premio. Otro ejemplo: a un niño que debe tomar una medicación, tal vez en un primer tiempo se la demos con una pequeña golosina (del estilo Tic Tac) para que no tenga aprensión ni vea la pastilla con una connotación negativa.
La satisfacción en el uso de la pastilla dulce colabora para que la medicación desande su asociación con la enfermedad como algo malo. Ahora bien, los refuerzos que despiertan problemas son los negativos. Quiero aclararte que este no es mi campo de especialidad, por eso te respondo en función de lo que leí en estos años en diversos libros y me resultó relevante. Por ejemplo, un refuerzo negativo típico es el castigo. Sin embargo... ¿sirve con un niño?
Dado que sos docente, seguramente sabés que hubo una época en que a los estudiantes se los hacía arrodillar en arroz, o bien se les pegaba con la regla en la yema de los dedos. Lo cierto es que nada de eso es útil, por el motivo siguiente: el presupuesto implícito es que la acción negativa, además de un temor anticipatorio, iba a producir un sujeto reflexivo capaz de hacer una elaboración del motivo por el que se le pegó.
Recuerdo una vez en la que viajaba en subte y ante la interpelación de la madre, cuando esta dijo "Cuando lleguemos a casa vas a ir al baño a pensar", el niño empezó a los gritos "¡No quiero pensar, no quiero pensar!". Más allá de lo irrisorio, lo propio de esta situación es la creencia tácita -que todavía muchos padres comparten- de que un niño tiene desde el vamos la capacidad de reflexionar sobre sus actos.
Sin embargo, tardíamente un niño puede establecer la relación causal entre sus actos y las consecuencias. En vano se lo pedimos la mayoría de las veces cuando son pequeños. Y la creencia de que el castigo puede colaborar con este efecto es insostenible. Muchas más veces lo mejor es producir un cambio de escena y pasar a otra cosa, sin quedarse enganchados -tal como les ocurre a muchos adultos- con la idea de que entonces el niño "se la llevó de arriba".
La cuestión es mucho más compleja. Los refuerzos negativos, cuando se administran en términos de castigos implícitos, suelen más bien generar miedo y sobre todo no garantizan la adquisición del sentido de la experiencia. "Él tiene que entender que si hace algo malo, está mal", dicen a veces los padres. Y estamos de acuerdo, pero creer que una punición es el modo de conseguir este entendimiento es presuponer demasiado.
En términos generales, los refuerzos negativos no suelen ser muy útiles ni constructivos en la infancia. Hay un dicho que dice que quien se quemó con leche ve la vaca y llora. Desde cierto punto de vista puede pensarse que la vida misma ya trae suficientes refuerzos negativos como para que los padres y educadores tengamos que insistir con la misma actitud.
Por lo tanto, querida Amanda, si entendí bien tu planteo, más que pasar de los negativos a los positivos, tengo la impresión de que hay un relativo consenso en que lo mejor es diseñar formas novedosas y creativas de los refuerzos positivos, para que no sean chantajes del estilo "Si te portás bien, entonces…" sino que apuntalen experiencias significativas en las que, por esto mismo, nunca falte el sentido y el contexto. Querida Amanda, espero que estas ideas te hayan servido para reflexionar y tener luego tu propio punto de vista. Abrazo grande y buena semana para vos y todos los lectores de esta columna.
(*) Para comunicarse con el autor: [email protected]
(...) Hubo una época en que a los estudiantes se los hacía arrodillar en arroz, o bien se les pegaba con la regla en la yema de los dedos. Lo cierto es que nada de eso es útil, por el motivo siguiente: el presupuesto implícito es que la acción negativa, además de un temor anticipatorio, iba a producir un sujeto reflexivo capaz de hacer una elaboración del motivo por el que se le pegó.
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