"El Libro (no) de los Salmos", de Susana Szwarc (Quitilipi, 1952) es una provocación ya desde el título. La autora ha comentado que puede leerse como una especie de saludo a "El paso (no) más allá" (1973) de Maurice Blanchot, si bien el hallazgo no le corresponde al pensador francés sino a la traductora, Cristina de Peretti, que a fin de mantener en castellano la ambigüedad de la expresión francesa, optó por traducir le pas au-delà por 'el paso (no) más allá'.
Sin embargo, el "(no)" insertado por Szwarc es más problemático. Si hubiera dicho "El (no) Libro…" o "… los (no) Salmos" entenderíamos la negación y podríamos seguir con nuestras vidas con total normalidad.
En cambio, nos quedamos anonadados ante esa frase, tridente imposible a punto de aparecer en la peor de las pesadillas de cualquier lingüista. Parece un conflicto sin solución. O al menos, sin solución desde una lógica lineal. Una clave puede hallarse en los epígrafes del libro.
El primero, de Alberto Szpunberg: "También seguí con el dedo un versículo tras otro/ palabra por palabra, letra a letra…"; el otro, de Denise Levertov: "Deja que sea/ aquí bajo el dulce sol/ una ficción, mientras yo/ respiro, y cambio el paso". Ir letra a letra, respirar y cambiar el paso, no solo al escribir sino también al leer, hasta volvernos una ficción.
Jugar a los corrimientos, cambiar las cosas de lugar, dejarnos inquietar por lo que ocurre. El primer poema se titula "Plegar" y comienza con una advertencia:
"Aclara: se leerá la letra/ entrecortada./ La cabeza ida y vuelta/ nos miramos/ ida y vuelta suspiramos./…/ Sacar/ una/ poner otra/ del/en/ el Libro.//…// Si moviéramos las hojas/ las aguas./ Como la vid/ vida. ¿Cuál vida?// Bebamos agua de los mares/ que se vuelva/ dulce".
Plegar, entrecortar, doblar y desdoblarse en una plegaria que completa el lector: que escritura y lectura sean mutuo mirarse, suspirar y "levantar la cabeza". Como decía Roland Barthes: "(El texto) produce en mí el mejor placer si llega a hacerse escuchar indirectamente, si leyéndolo me siento llevado a levantar la cabeza a menudo, a escuchar otra cosa".
(De hecho, en ese borramiento de letras -"como la vid/vida"- podemos escuchar "otra cosa": al Golem, autómata de barro que un rabino animó por medio de fórmulas de la cábala para que toque las campanas de la sinagoga e hiciera los trabajos pesados. Lo conocemos gracias a la erudición de Borges, quien incluso importó la fórmula para crear uno a medida: "En la frente se tatuará la palabra Emet, que significa verdad. Para destruir la criatura, se borrará la letra inicial, porque así queda la palabra met, que significa muerto". La misma palabra que da vida, mata.)
En ese mirarnos mutuamente, Szwarc dice, por ejemplo: "Si supiera hilvanar/ al menos/ una soga liviana// Sacaría los ojos del agua/ del pozo (repleto de agua)// Quitaría la desazón/ del vestido// Leería/ -en voz alta-/ lo descarado// Palabras nudos/ en la boca" ("Cáscaras").
También compone salmos personales, a modo de bendición: "Cada vez que/ ella -hija- alce los ojos/ y su mirada alcance cielos/ tierras montes// se suavice el sol/ se suavice la luna" ("Cobijo").
O nos invita a la extrañeza del lenguaje: "Lo mismo, ¿es lo mismo o es distinto?" ("La escondida"); a que el todo tome el lugar de la parte: "(…) la mujer/ inclina los ojos/ recorre con el cuerpo/ el balde" ("Despliegues"); a visualizar imágenes dignas de un lienzo de Leonora Carrington: "Las mujeres se agolpan a leer/ a reír a volar a morir y volver/ a nadar en el vasto espacio del sueño" ("Bermellón").
Y, finalmente, a poetizar los cambios de paradigma: "Decir que el tiempo vuela/ hace reír a las mujeres./ Ahora más de una se tapa/ la cara./ Una y otra avisan:/ no estoy de acuerdo/ no estoy de acuerdo/ pero el mundo rueda/ hacia su propia pérdida/(…)/ Esconden los ladrillos/ en los ruedos de sus vestidos" ("Disidentes").
Una vez más, la poesía nos ofrece respuestas inesperadas. Para eso, Szwarc crea con la lengua común su lengua extranjera y nos la ofrece para tornar dulce, aunque sea por unas páginas, el agua de los mares cotidianos.