En el debate económico argentino, los extremos ideológicos han colonizado tanto el análisis como la formulación de políticas públicas. De un lado, el kirchnerismo promovió un modelo basado en políticas populistas que convirtieron al Estado en una maquinaria de emisión monetaria, distorsión económica y clientelismo político, hasta finalmente quedar asfixiado en su propia ineficiencia y corrupción.
En el otro extremo está el dogmatismo libertario que encarna Javier Milei, una reedición de viejas ortodoxias ya fracasadas, que parte de la fantasía teórica de que los desequilibrios estructurales pueden resolverse ajustando números en un Excel. Sin embargo, ambos modelos tienen una característica en común: su fuerte retórica, ya que tanto Milei como Cristina Fernández de Kirchner encontraron la forma de persuadir a muchos a través de su discurso. Pero a la hora de ejecutar políticas públicas, ninguno cumplió con los objetivos prometidos.
El modelo K: gasto, relato y distorsión
Empecemos por el kirchnerismo, bajo su manto de "justicia social" se ocultó un Estado que subsidió la ineficiencia, se financió con inflación y destruyó la inversión privada. Sus anuncios siempre ocultaron la realidad de fondo. La estatización de las AFJP, por ejemplo, fue un manotazo fiscal y no una reforma previsional seria. El cepo fue disfrazado de defensa del mercado interno, cuando en realidad fue la aceptación de que el modelo no generaba dólares genuinos.
El desempleo se ocultó en las estadísticas mediante planes sociales y la pobreza creció hasta alcanzar los niveles estructurales más altos de la historia. El relato productivo colapsó bajo su propia contradicción, ya que no hay desarrollo posible con desconfianza sistémica hacia la propiedad privada, el crédito o la inversión extranjera.
Ahora Javier Milei no ofrece una solución, sino una reacción emocional. Su programa económico, consistente desde lo contable (a corto plazo), pero vacío en términos de estrategia económica y productiva, parte de un diagnóstico correcto (el déficit y la emisión como causas de la inflación), pero deriva en un recetario sin anclaje territorial ni sostenibilidad social.
El superávit fiscal logrado a fuerza de licuar jubilaciones y paralizar la obra pública es tan frágil en su forma como insostenible en su fondo. No se puede estabilizar una economía matando la demanda, destruyendo el entramado pyme y asfixiando a las provincias. Como se observa en la tabla que acompaña este escrito, Santa Fe logró mejorar todos los indicadores nacionales, alcanzando un sólido superávit fiscal, menor tasa de desempleo y pobreza, con una fuerte inversión en obra pública y bajo nivel de deuda.
Ni corrupción, ni motosierra…
Tanto el kirchnerismo como Milei comparten algo más: desprecian el federalismo. El primero lo vio como una caja a disciplinar. El segundo como un gasto a recortar. En ambos casos, el resultado es el mismo: concentración, asimetrías, y un país real que no aparece en los números de la Casa Rosada. Argentina necesita salir de esa falsa dicotomía de intervencionismo o liberalismo. Ni corrupción, ni motosierra: Argentina necesita una economía que funcione.
Para eso, claro está, hace falta una mirada que combine solvencia económica, realismo productivo y responsabilidad fiscal, pero con un fuerte desarrollo territorial y federal. Es clave ampliar la visión y entender que el equilibrio fiscal es condición necesaria, pero no suficiente; que el crédito no es pecado; que el mercado interno importa; que la infraestructura es inversión, no gasto. Y que sin desarrollos provinciales, no hay desarrollo nacional. Plantear estos objetivos no es tibieza, es precisión.
No es oportunismo, es estrategia. No es ambigüedad, es una visión clara del desarrollo. Y sobre todo, es un camino con responsabilidad macroeconómica, pero sin crueldad social; con orden fiscal, pero también con política productiva. No para volver al pasado ni para abrazar una utopía anarcoliberal, sino para construir una economía que funcione de verdad: previsible, federal y con visión de futuro.a
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