Ese soldadote…


Ese soldadote…
¡Pero quién se cree que es, mi yerno! Un soldadote (*) que no ve a su hija desde hace seis años viene a reclamarla ahora, cuando mi nieta acaba de cumplir los siete. Ese militar plebeyo, que al dejar Mendoza para ir a guerrear a Chile, despachó a su mujer y a su niña a Buenos Aires para que yo -su odiada suegra- me encargara de cuidarlas, porque mi pobre hija no paraba de toser y escupir sangre.
Él no estuvo para acompañarla en sus últimos días. Y aparece tres meses después de que la tisis mató a Remedios, para imponer: "Mi hija vendrá conmigo a Europa. Quiero que aprenda idiomas y disciplina. Y después, el insolente, acusa: ¡Doña Tomasa, usted malcría a Mercedes!"
"¿Doña?… ¡Andaluz altanero! Me trata como si fuera una vieja, y somos casi de la misma edad. Cuando se casaron, una década atrás, mi Remeditas no había cumplido quince años, y él ya tenía treinta y cuatro, apenas dos menos que yo".
"San Martín: ¡Un ordinario con uniforme que de santo no tiene nada! Cuando los Escalada lo invitamos a compartir una cena con lo más granado de la sociedad, el muy descortés abandonó nuestra mesa para ir a comer con los sirvientes. ¡Ese soldadote me va a dejar sin mi Merceditas!"
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Mercedes nació en Mendoza, el 24 de agosto de 1816 (**), cuando San Martín comenzó el cruce de la cordillera de los Andes, ella aún no tenía cinco meses. Su padre solo la volvió a ver durante los pocos días en los que visitó Cuyo, luego de la batalla de Maipú, momento en el que decide que lo mejor para la niña y su madre enferma era vivir en Buenos Aires, con los Escalada.
En febrero de 1823, tras liberar Chile y Perú, el Padre de la Patria regresó a su chacra de Mendoza, mientras su familia seguía en la casa de los abuelos maternos. En agosto de ese año, María de los Remedios de Escalada murió de tuberculosis. Para fines de noviembre, José de San Martín viajó a Buenos Aires a buscar a su única hija.
En febrero de 1824, venciendo la resistencia de doña Tomasa de Escalada, San Martín y Mercedes se embarcaron en Le Bayonnais, rumbo a Europa. Seguro que fue una travesía difícil para una niña de siete años, criada entre las faldas de su abuela, con un padre al que apenas conocía. El General le contó a su amigo Tomás Guido: "Esa chicuela consentida por su abuela es un 'diablotín' (…)"
San Martín continuó el viaje hasta Inglaterra, donde dejó a su hija pupila en un internado para niñas en Londres. En 1825, cuando Mercedes tenía nueve años y ya hablaba inglés y francés, el General la llevó a vivir con él a Bélgica. Allí, ya con cuarenta y siete años, San Martín aprendió a ser un padre presente y cariñoso. En Bruselas redactó las "Máximas", una lista de doce valores que deseaba transmitirle a Merceditas.
Cinco años después, San Martín y Mercedes se mudaron a Francia, a las afueras de París. El viejo soldado encontró placer en trabajar como carpintero y cuidar su jardín. En París, cuando Mercedes tenía dieciséis años, enfermó de cólera. Fue atendida por Mariano Balcarce, un joven médico que trabajaba en la legación argentina de la capital francesa.
Muy pronto, el doctor Balcarce se casó con la hija del General. El matrimonio, tras pasar cuatro años en el Río de la Plata, regresó a Francia para vivir junto al Libertador. Fueron padres de dos niñas que con sus travesuras entretenían al abuelo ilustre.
En 1848, San Martín y la familia Balcarce se trasladaron a Boulogne-sur-Mer, donde alquilaron habitaciones en un segundo piso. El héroe de América del Sur, orgulloso, escribió: "Anhelé el bien de mi hija amada (...) el cariño que siempre me ha manifestado ha recompensado con usura todos mis esmeros, haciendo mi vejez feliz".
El 17 de agosto de 1850, José de San Martín, de cabellos totalmente blancos, con cataratas en los ojos, postrado por el reuma, miró resignado a su angustiada hija y le murmuró: "C'est l'orage qui mène au port" (Es la tormenta que llega al puerto). Y entonces murió, en ese pueblo francés vecino al mar.
Para el acto del 17 de agosto de 1961, en la Escuela Nº 124 de Ceres, Estela de Cichero, maestra de sexto grado, dispuso que los alumnos "Ponce, Marta" y "Bianco, Raúl" participaran en el acto homenaje al general José de San Martín, a realizarse "con motivo de su paso a la inmortalidad".
Se trataba de una breve puesta teatral, escrita por la propia docente, centrada en la última hora de vida del héroe en su casa de Boulogne-sur-Mer, Francia. Martita interpretaría a Merceditas, la única hija del Padre de la Patria. Raúl, caracterizado como un San Martín moribundo, luciría arrugas dibujadas en la cara y el cabello empolvado con talco.
Durante toda la escena, el alumno debía permanecer sentado e inmóvil en un sillón, con un poncho cubriéndole las piernas. Mientras tanto, Merceditas, compungida, evocaba en voz alta las hazañas del excelso progenitor de ambas: de ella y de la Patria. San Martín solo tenía que entrecerrar los ojos y suspirar de vez en cuando.
Casi al final de la obra, respetando su máxima novena -hablar poco y preciso-, el General pronunciaba su única línea: "Es la tempestad que llega al puerto". Luego, inclinaba la cabeza y cerraba los ojos por completo. Merceditas, sollozando, se arrodillaba para besar la mejilla del difunto.
Durante dos intensas semanas, bajo la severa dirección de la señora de Cichero, Martita y Raúl ensayaron la escena. Y siempre -siempre- ocurría lo mismo: cada vez que Merceditas daba el postrer beso, la cara de San Martín se enrojecía como un tomate. Harta, la maestra tuvo que renunciar al final imaginado para su debut como dramaturga.
El día del acto, el salón-galería de la Escuela Nº 124 lucía patriótico, con guirnaldas celestes y blancas de papel crepé colgando de las paredes laterales. Sobre el telón azul oscuro del improvisado escenario se destacaban un enorme cartón pintado con la cordillera de los Andes, el gorro bicornio y el sable corvo del Gran Capitán.
Tras el ingreso de la abanderada -de rubios rulos- y los escoltas -de engominados cabellos negros-, el público cantó con orgullo y bizarría el Himno Nacional. Luego se corrió el lienzo azul para que los alumnos de quinto de los turnos mañana y tarde comenzaran a entonar:
- ¡Fe-bo asooooma…!
Con ¡Honor, honor al gran Caaabral!, la marcha recuerda que el combate de San Lorenzo llegó a su fin, dando paso -ahora sí- a la representación teatral dirigida por la maestra de sexto. Entonces, ante el señor director, la señora vicedirectora, el cuerpo docente, familiares y alumnos -duros por la emoción y por sus almidonados guardapolvos blancos-, San Martín pasó a la inmortalidad. Expiró. Se murió.
Merceditas, de pie y llorando, despidió al "Santo de la Espada" con unos suaves golpecitos sobre el hombro del ilustre difunto. Por culpa de la gran timidez del pibe Bianco, la obra no pudo alcanzar el dramatismo imaginado por la señora Estela de Cichero. Esas palmadas finales, más que una despedida al Libertador de Argentina, Chile y Perú, transmitieron algo así como: "Bueno… calmate, ya se te va a pasar…"
(*) Despectivo de soldado, para referirse al militar de alta graduación que se distingue por la brusquedad de sus modales.
(**) En Argentina, el Día del Padre se celebra el tercer domingo de junio. Sin embargo, en la provincia de Mendoza se festeja el 24 de agosto, en conmemoración del nacimiento de Mercedes, hija del General José de San Martín, a quien se le rinde homenaje, justamente, como "Padre de la Patria".
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