" – Si yo tuviera un hijo le daría un celular apenas deje de ser un bebé y pueda sostenerlo en las manos – me dijo Ximena con una seguridad que pocas veces antes le había visto.
Dar un celular a un bebé en nombre de la inclusión digital es ignorar décadas de estudios sobre el impacto de las pantallas en el desarrollo infantil. Más que un acto de amor, es una forma moderna de abandono que revela cuán confundidos están algunos jóvenes adultos respecto a su futuro rol como padres.
" – Si yo tuviera un hijo le daría un celular apenas deje de ser un bebé y pueda sostenerlo en las manos – me dijo Ximena con una seguridad que pocas veces antes le había visto.
- ¿Y por qué harías eso? – le pregunté.
- Porque sería un nativo digital y no podría criarlo como si hubiera nacido en otra época. Los chicos tienen que aprender a manejar la tecnología desde bien chiquitos, porque si no después son diferentes a los otros y les hacen bullying.
- ¿Por qué se te ocurre eso? – le pregunté, asombrada por su postura.
- Porque yo lo viví – Carraspeó antes de volver a hablar, en tanto se le llenaban los ojos de lágrimas – A mí me dieron el celular recién a los 13 años, cuando todos mis amigos lo tenía más o menos desde los 7. Siempre hablaban de cosas de las que yo no tenía ni idea y me vivían dejando de lado.
- ¿Y porque a vos te pasó eso tu idea sería dar a un hijo tuyo un celular aún siendo bebé?
- Totalmente… - Irguió su postura evidenciando una actitud desafiante, que no condecía con sus 20 años.
- ¿No estás al tanto de todas las investigaciones y estudios que vienen haciéndose desde hace años, acerca de lo profundamente pernicioso no sólo del uso abusivo de pantallas en los niños y adolescentes sino también del acceso cada vez más temprano y las implicancias negativas en el desarrollo cerebral?
Ximena esgrimió una sonrisita socarrona y continuó hablando acomodando su postura en la silla, desde un posicionamiento pedante.
- Sí, he leído un montón de cosas y me parece que son una exageración. Los adelantos tecnológicos no pueden ser negativos. Si no, no serían adelantos. Y estoy convencida de que a los hijos hay que criarlos como a todos los demás, para que no se sientan diferentes".
La proliferación de luces, colores llamativos, movimientos y sonidos que ofrecen las pantallas hacen que manipular un celular resulte absolutamente atractivo para los niños. Deslizar la pantalla con los dedos, incluso, puede ser una experiencia sensorial sumamente placentera para los bebés.
En los primeros dos años de vida, el consumo de pantallas ejerce un impacto altamente perjudicial sobre el desarrollo físico y cognitivo de los niños, lo que sugiere que la exposición a estas debería ser nula. Durante este período crucial del desarrollo cerebral, se establecen conexiones neuronales a un ritmo acelerado.
La sobreexposición a las pantallas puede perturbar este proceso, alterando tanto la estructura como la función del cerebro. Además, dado que los niños pequeños están en proceso de desarrollar su capacidad de atención y concentración, las pantallas, con sus estímulos rápidos y cambiantes, pueden obstaculizar este avance, ocasionando dificultades de atención a largo plazo.
Asimismo, la interacción social y el desarrollo del lenguaje son fundamentales en esta etapa temprana. El tiempo dedicado a las pantallas disminuye las oportunidades de interactuar con otros, lo que puede repercutir negativamente en el progreso del lenguaje y las habilidades sociales del niño.
Sucede también que las habilidades motoras finas y gruesas son cruciales para el desarrollo físico de los niños. Sin embargo, el uso excesivo de pantallas puede limitar las oportunidades para que los niños practiquen estas habilidades, impactando negativamente en su coordinación, destreza y actividad física en general.
Por otra parte, la luz azul emitida por las pantallas puede interferir en la producción de melatonina, que es la hormona inductora del sueño, afectándolo.
Que adolescentes y jóvenes piensen como Ximena resulta profundamente preocupante, porque no están siendo capaces de darse cuenta de que al adentrar tempranamente a un niño en un mundo virtual, los padres abdican a su responsabilidad como tales, cediendo a lo que está del otro lado de la pantalla lo que compete a ellos, y de lo que se trata, y casi con carácter de urgencia, es que trabajen por construir nuevas generaciones capaces de hacer del mundo un lugar HUMANAMENTE mejor.
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