La ciudad de Santa Fe cuenta con una Ordenanza que regula la tenencia de perros potencialmente peligrosos. La idea es evitar ataques o situaciones violentas que puedan poner en riesgo a las personas.

La polémica sobre ciertas razas caninas consideradas potencialmente peligrosas vuelve a escena tras los ataques que ocurrieron en los últimos días. Un especialista explicó qué rol cumplen el entorno, la educación y la prevención.

La ciudad de Santa Fe cuenta con una Ordenanza que regula la tenencia de perros potencialmente peligrosos. La idea es evitar ataques o situaciones violentas que puedan poner en riesgo a las personas.
Sin embargo, ¿hay otros elementos que pueden influir? El Litoral habló con el médico veterinario Omar Robotti (MP 1309), presidente de la Asociación de Etología Clínica Veterinaria Argentina, quien explicó por qué la agresividad no es patrimonio exclusivo de ciertas razas y qué medidas pueden tomarse para prevenir incidentes.
Para el especialista, afirmar que ciertas razas son peligrosas por naturaleza es una simplificación errónea. “No es una cuestión de raza la valoración de la peligrosidad. Cualquier perro tiene la capacidad de agredir y causar daño a una persona u otro animal”, sostiene Robotti.

Si bien es cierto que hay razas con mayor porte físico y, por lo tanto, con una mayor capacidad de daño en caso de morder, eso no significa que estén genéticamente condenadas a ser agresivas.
“La agresión es un comportamiento propio de todos los animales. En particular, en el caso de los perros, mediante la agresión se jerarquizan, se reproducen, cazan o protegen recursos como su cama, su comida, su juguete, su territorio o su familia. Todo eso también depende de la crianza y del ambiente, que pueden potenciar o disminuir la posibilidad de que un perro agreda”, explica.
Por eso, la educación desde temprana edad y el entorno en el que crece el animal son clave. “Es muy importante el asesoramiento previo y durante la crianza del cachorro. También consultar con el médico veterinario y, principalmente, si es un médico veterinario etólogo, ante los primeros conflictos o señales de agresión, como gruñidos, mordidas o posturas corporales ofensivas o defensivas”, remarcó el experto.

Robotti aclaró que sí existe evidencia científica que muestra que algunas razas —o sus cruces— fueron seleccionadas durante generaciones para funciones específicas como la guardia, la pelea o la caza. “Por más que al perro no se lo entrene para estas funciones, sus instintos, temperamento y carácter pueden llevarlo a responder agresivamente”, indicó.
Sin embargo, vuelve a insistir en que el problema no es exclusivo de ciertas razas. “Cualquier perro, de cualquier tamaño o tipo, puede agredir. La diferencia está en el daño que puede causar según su tamaño y capacidad de mordida”.
Por eso, Robotti subrayó que las personas que tienen o desean adoptar un perro de gran tamaño o con características particulares deben asumir una mayor responsabilidad en su educación, estar atentos a los signos de alerta y consultar ante cualquier indicio de agresión. “Todo tutor, independientemente de la raza o cruce, debe educar correctamente a su perro y hacer consultas tempranas con el médico veterinario”, señala.

Uno de los puntos más delicados en la convivencia con perros es la creencia de que con buena educación todo está resuelto. Pero según Robotti, no se puede garantizar un 100% de seguridad. “Son animales, seres vivos, insertos en un entorno, ambiente y relaciones sociales que no dependen solo del perro, sino también de las personas y otros animales. No son máquinas que se puedan programar, y hasta las máquinas fallan”.
Por eso, el especialista recomienda enfocarse en la prevención: una correcta socialización, educación positiva, buen vínculo con los tutores y atención veterinaria desde edades tempranas.
En caso de señales de agresión, el abordaje debe ser integral y multidisciplinario. “Las agresiones se pueden y deben prevenir mediante una educación adecuada y relaciones sociales correctas. Son problemas o patologías de comportamiento que deben tratarse correctamente por un médico veterinario etólogo, que haga un diagnóstico y plantee un plan terapéutico completo”, explica.
Ese tratamiento no puede reducirse a una única estrategia. “No se debe experimentar con recursos aislados como solo la castración, solo medicamentos o solo terapias alternativas. El tratamiento es integral, y en él deben participar el veterinario clínico, el veterinario etólogo y un adiestrador o educador canino”, enfatizó.

Finalmente, Robotti concluyó que, aunque existen factores genéticos que pueden predisponer a determinados comportamientos, la clave está en la responsabilidad de los tutores. “Un perro de raza ‘peligrosa’, bien educado y con buena contención, puede convivir con una familia sin riesgos. Pero siempre deben estar presentes la supervisión, la prevención y la consulta profesional”.
Como mensaje general, recuerda que todos los perros —sin importar su raza o tamaño— merecen una crianza responsable y un entorno que favorezca su bienestar. “No se trata de prohibir razas, sino de educar personas”.
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