Colón, su victoria ante el Santos y un contexto que resalta la proeza
Los sabaleros recién llevaban jugados tres partidos en la B, venían de jugar en la C, el día anterior habían perdido contra Platense y enfrente estaba el bicampeón del mundo y de la Libertadores, con el mejor de todos.
Pelé y sus compañeros llegaron como campeones del mundo.
Han pasado 61 años y el recuerdo de aquel partido no puede extinguirse en el olvido. Por algo pasó y por algo al querido e inolvidable Gallego Gutiérrez se le ocurrió bautizar al estadio con el mote de Cementerio de los Elefantes. El 10 de mayo de 1964,Colón le ganaba al Santos de Pelé por 2 a 1 y lograba una verdadera hazaña. Pero más allá de lo que significaba por sí mismo el nombre de Pelé (el mejor jugador del mundo en ese entonces), hay un contexto que vale la pena resaltar para dimensionar la trascendencia de aquella victoria.
Año 1964. Como primer punto de partida, Colón venía de jugar el torneo de Primera C, había ascendido ese año a la B a través de un decreto por el que se elevó a 24 el número de equipos participantes en la máxima categoría de ascenso y recién había disputado tres encuentros. La primera fecha se jugó el 25 de abril y Colón empató en Campana 2 a 2 ante Villa Dálmine, con goles de Fernando López y Larpín. El 3 de mayo, le ganó en el Centenario a Excursionistas por 4 a 1 con tantos convertidos por el Chijí Serenotti, Cabañas, Fernando López y Luis López. El 9 de mayo (sí, leyó bien, el día previo al partido con el Santos), Colón jugó en cancha de Platense y perdió 2 a 0 contra el local, que marcó a través de Garro y Horacio Medina. Ese mismo día se tomaron el avión (enorme esfuerzo en aquel momento de la directiva encabezada por Italo Giménez), llegaron a Santa Fe, concentraron y se dispusieron a jugar el partido con el Santos al día siguiente.
¿Quién era el Santos?, el mejor equipo del mundo con el mejor jugador del mundo. Campeón intercontinental en 1962 al vencer al Benfica de Portugal y campeón intercontinental en 1963 luego de derrotar al Milan de Italia. En los dos años, lógicamente, campeón de la Copa Libertadores (en el 63, venciendo en los dos partidos finales a Boca). Pero además, un equipo que tenía jugadores que habían sido, dos años antes, campeones del mundo con Brasil, como fueron el caso de Gilmar, Mauro Ramos, Zito, Coutinho, Pepe, Pelé y Mengalvio. Varios de ellos, fueron titulares el 10 de mayo de 1964.
El histórico equipo de Colón venció al Santos en 1964.
El Santos había llegado a la Argentina a jugar una serie de partidos amistosos. El 5 de mayo, le había ganado a Boca por 4 a 3 en la Bombonera y el 7 de mayo hizo lo propio con Racing, 2 a 1 en el cilindro de Avellaneda. Estaban “fresquitos” y descansados para jugar el partido ante Colón, tres días después del encuentro ante la Academia, mientras los sabaleros llegaban de jugar un partido del torneo de ascenso, 24 horas antes de enfrentar al Santos.
No había sido la única visita del Santos a la Argentina. En febrero (el 1), vino a jugar ante Independiente, la noche en que se inauguró la iluminación de la Doble Visera de cemento de Avellaneda. Perdieron 5 a 1. Luego, en marzo, se recuperaron y vencieron sucesivamente a Godoy Cruz por 3 a 2 y a Talleres por 2 a 1. Volvieron en mayo con la idea de concertar más partidos amistosos y no reducirlos a los tres que disputaron (Boca, Racing y Colón). Pero esa derrota ante los sabaleros precipitó su retorno a Brasil.
El Santos de Brasil regresó tras la derrota ante Colón.
Italo Giménez siempre contaba que en el viaje desde la cancha de Colón al aeropuerto de Sauce Viejo, acompañando a la delegación brasileña, el dirigente a cargo le ofreció “el oro y el moro” para jugar la revancha en Río de Janeiro, en el mismísimo Maracaná. Cheque en blanco y todo a favor de Colón, para enmendar aquella derrota en el Centenario con el gol de “Ploto” Gómez en la expiración del encuentro, luego de un centro de “Motoneta” López. Italo eligió la gloria por encima del dinero. Interiormente, sabía que otro partido como el del 10 de mayo no se iba a dar. Y que ese día se había instalado, definitivamente, en la historia de Colón y para siempre. No se equivocó.
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