Hay trabajos únicos, por su estilo, características o simplemente porque quienes lo ejercen le dedican toda su vida, su corazón y energía. Es el caso de Héctor José Gigena, zapatero de barrio Constituyentes de la ciudad de Santa Fe.
Una nueva entrega del ciclo de entrevistas con personajes que se destacan por las particularidades de su trabajo. En esta oportunidad, desde el corazón de su taller, Héctor revela algunos de sus secretos. “Yo hice mi casa así, trabajando”, destacó.
Hay trabajos únicos, por su estilo, características o simplemente porque quienes lo ejercen le dedican toda su vida, su corazón y energía. Es el caso de Héctor José Gigena, zapatero de barrio Constituyentes de la ciudad de Santa Fe.
El Litoral llegó hasta el corazón del taller y habló con su responsable. Sus inicios, sus pasiones y secretos. Hacen a esta entrevista que forma parte del ciclo "Oficios".
—¿Desde cuándo sos zapatero?
—Desde 1978. Empecé gracias a un tío, mientras estudiaba. Iba a su taller, miraba, aprendía. Me enamoré de esto. Lo estudié, pero lo más importante es que lo amo. Esto es lo mío.
—¿Qué fue lo primero que te atrajo del oficio?
—Arreglar, ver cómo quedaban los zapatos. Esa curiosidad. Mi tío era un detallista total. Tenía dos cajones: uno para los trabajos bien hechos y otro para los que no. Te mostraba y te decía: “Este sí, este no”. Así aprendí.
—¿Y qué fue lo primero que te enseñó?
— Atender y comprar bien. Si vas a la distribuidora y comprás bien, ahorrás viajes. Y atender, porque es la base. Si no sabés atender, estás perdido. Mi tío decía: “El cliente siempre tiene razón”. Yo sigo eso. Estamos para sumar. Si no, ¿para qué?
—¿Cómo cambió el oficio a lo largo del tiempo?
—Tuvimos buenos y malos momentos. Como todo en la vida. Hay que adaptarse. Cuando vienen buenos tiempos, hay que ahorrar. Yo hice mi casa así, trabajando. Siempre tener un poco de plata guardada, porque puede venir una enfermedad, algo inesperado.
—¿Se puede vivir hoy de esto?
—Sí. Y más cuando hay miseria. Los oficios van para arriba. No sólo el zapatero. Todos. Las modistas, los electricistas, los plomeros. Cuando hay menos plata, la gente repara más. No podés conseguir un turno rápido con ninguno. Así está el país, pero así también crecen los oficios.
—¿Los zapatos cuentan historias?
—Claro. Y los clientes también. Tengo dos médicos hermanos, de apellido David. Uno me dice: “José, número 3”. El otro: “José, charol espejo”. Cada uno tiene su manía. Me gusta que el calzado salga de acá en condiciones, de 8 puntos para arriba. Hay clientes que quieren que lo arregle sólo yo. Ni que lo mire otro.
—¿Qué significa la zapatería para vos?
—Es el amor de mi vida. Lo tomé siempre con responsabilidad. Mi tío era puntual, abría a las 8 y cerraba a las 12. Después a las 4 hasta las 8. Ni un minuto más, ni menos. Siempre con respeto. Eso es clave en todos los ámbitos de la vida.
—¿Lo recordás seguido a tu tío?
—Siempre. Fue como un padre. Me enseñó todo. Hasta cómo usar la herramienta correcta: “La fresa es redonda, no cuadrada”, me decía. Me crió, me marcó. Me hacía levantar los domingos para comer con él en el taller. Estudié de noche un tiempo, pero esto era más fuerte.
—¿Te arrepentís de no haber seguido estudiando?
—No. Esto es lo mío. Tengo clientes profesores de la universidad, incluso el rector Mammarella. Algunos me dicen: “¿Por qué no terminás de estudiar?”. Yo les contesto: “Ya está. Prefiero aprender a hacer bolsos o vainas que terminar una carrera”. Aprendí mucho de marroquinería. Y mi hija ahora sigue con ese negocio.
—¿Estás orgulloso de ser zapatero?
—Sí. Todos me conocen como “el zapatero”. José hay muchos, pero zapatero soy yo. Me saludan por la calle así. Tengo clientes médicos que son como amigos.
—¿Por qué la gente repara zapatos hoy? ¿Por necesidad o por afecto?
—Ambas. Hay gente que puede comprarse otros, pero ama los que tiene. Ya están amoldados, o tienen valor sentimental: un regalo del padre, la madre, alguien querido. Son muy conservadores. Como dijo Francella: “El médico de los zapatos”. Es así. Algunos no quieren otro calzado más que el suyo.
—¿Qué sentís cada vez que entrás al taller?
—Que estoy acá para sumar. Si no vengo con buena energía, no entra nadie. Eso se nota. Enseñé a muchos chicos el oficio. Algunos siguen con esto. Les decía: “¿A dónde vas cuando salís de casa?” Si vas al taller, llevá la llave. Yo tengo la misma llave hace 30 años. Este es mi lugar.
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