El 2 de septiembre de 1967, El Litoral publicó una reseña de carácter casi fundacional. El crítico Jorge Taverna Irigoyen, atento a los movimientos del arte santafesino, encontró en una artista de 26 años una obra a la cual prestar atención.

En 1967, Jorge Taverna Irigoyen destacó en El Litoral las “cajas luminosas” de la artista plástica. Esa observación comprendió la dirección que tuvo su obra durante varias décadas.

El 2 de septiembre de 1967, El Litoral publicó una reseña de carácter casi fundacional. El crítico Jorge Taverna Irigoyen, atento a los movimientos del arte santafesino, encontró en una artista de 26 años una obra a la cual prestar atención.
"En la galería de artes y artesanías TAV-San Martín 2830 exhibe un conjunto de pinturas y de ‘cajas luminosas’ la artista santafesina Graciela Borthwick. El color como sensación ocupa sus pequeños planos donde los signos -líneas, puntos, arabescos automáticos- cumplen su destino de encuentros y de tensiones", escribió.

Al referirse a las "cajas luminosas", observa que "la luz que irrumpe desde un segundo plano da a esas indagaciones cromáticas una depuración pigmentaria muy extraña, que merece ser continuada en sucesivas experiencias".
Es interesante tal señalamiento, porque la necesidad de continuidad, de insistencia, se encuentra presente en la obra posterior de Borthwick.

Nacida en Santa Fe en el año 1941, Borthwick transitó las aulas de la Escuela de Arte Manuel Belgrano, de la Escuela de Artes Visuales Juan Mantovani y del Instituto Universitario de Arte.
Sus maestros fueron Ricardo Supisiche, César López Claro, Leopoldo Presas, Mireya Baglietto y Juan Carlos Distéfano. Graciela Smith lo resumió al mencionar a Borthwick como "una de las artistas más prolíficas de su generación formada junto a los grandes maestros".

El itinerario de becas pone de relieve su vasta formación: tres del Fondo Nacional de las Artes en 1964 y 1969; otra en la Escola de Arte Brasileiro en 1971 y un perfeccionamiento en escultura en Galicia, en 1992. A lo cual se suma la beca del Gobierno de Santa Fe en 1997 para realizar un video sobre Florian Paucke.
La trayectoria de Borthwick rehúye la linealidad. Pintura, cerámica, escultura en madera: las técnicas se suceden, se superponen, se impregnan entre sí. Participó en muestras colectivas emblemáticas como "Tucumán arde" y en exposiciones de densidad simbólica como Bodas de arcilla y bronce en Galería Arcimboldo.

Exhibió maderas en el Centro Cultural Borges y en el Centro Cultural Recoleta, llevó su obra a México, Perú, Chile y Venezuela, y desde 2001 participó en ArteBa y Expotrastienda.
En 2009, en una entrevista con El Litoral, dejó una definición sobre su ética de trabajo: "Creo que uno tiene que emocionarse con uno mismo, y creer en lo que uno hace".

"Para ser artista hay que tener cintura y espalda: primero porque en el mercado de la Argentina no se venden obras, el que cree que tiene éxito con el arte murió, por eso tenés que creer en otras cosas. Mientras yo ame lo que hago voy a estar viva", remarcó.
Su propia biografía artística es un compendio de búsquedas. "Empecé cerámica en la Mantovani y después me unió esa salida de la arcilla que me ayudó a encontrar un amigo, Raúl Cerdá, un ceramista que vive en Rincón. Hoy hago de todo, un poco de cerámica, dibujo, pinto", le decía a El Litoral en 2009.

Y agregaba: "me dediqué a formarme, a las becas, a investigar. Inventé esmaltes, trabajé con bajo cubierta, hice todo lo que podía en la exploración de esas técnicas. Al dibujo lo amo fervientemente. El campo de experimentación y de producción de un artista es infinito, no tiene límites y los sigo explorando".
En esas palabras se percibe continuidad con lo que Taverna Irigoyen había intuido en su reseña de 1967. La experimentación como motor, el trabajo como certeza.

Paralelamente, Borthwick desplegó una labor educativa y de gestión. Fue consultora de contenidos de arte en la Ley Federal de Educación y coordinó el plan de extensión cultural de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón.
Dictó también seminarios en universidades de Mendoza, Santa Fe, México y Venezuela, y fundó el Instituto Superior de Arte y Creatividad de Pilar. Su nombre, en ese terreno, se asocia a la apertura de espacios y a la transmisión de una mirada no convencional sobre la enseñanza del arte.

Los reconocimientos acompañaron su trayectoria: mención en el Salón de Becarios de Santa Fe (1968), segundo premio en el Salón de Santa Fe (1970), segundo premio de Escultura de la Asociación Latinoamericana de Artes Plásticas (1971).
Sin embargo, en sus propias palabras, los premios nunca parecieron definir un camino, más bien lo esencial estuvo siempre en la continuidad del trabajo.

A 58 años de aquella reseña en El Litoral, la observación de Taverna sobre las “cajas luminosas” parece escrita para toda la obra posterior de Graciela Borthwick.
La "depuración pigmentaria muy extraña" que el crítico percibía en 1967 fue el anticipo de un método, insistir en la búsqueda, de no detenerse en un hallazgo sino volverlo punto de partida.

La historia de Borthwick puede leerse, entonces, como la respuesta a aquel primer llamado crítico: un trabajo que no cesa, un recorrido que, más que cerrarse en una conclusión, sigue abriéndose a nuevas experiencias.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.