En el siglo XVI la voz femenina apenas podía levantarse más allá de los límites del hogar. Pero Sofonisba Anguissola, hija de un senador y educada bajo el espíritu humanista, logró algo inusual: ser mujer, pintora y reconocida como tal en vida.

Fue discípula de maestros italianos y retratista de monarcas en una época histórica en la cual la mujer tenía escasa participación pública. Su trabajo y su vida todavía interpelan al canon artístico. Una evocación a 400 años de su muerte.

En el siglo XVI la voz femenina apenas podía levantarse más allá de los límites del hogar. Pero Sofonisba Anguissola, hija de un senador y educada bajo el espíritu humanista, logró algo inusual: ser mujer, pintora y reconocida como tal en vida.
Su historia (que cruza el Renacimiento italiano y la España de los Austrias, cuando la dinastía de los Habsburgo gobernó la monarquía hispánica) es también la de una mirada que se "moldeó" entre guerras, plagas y cortes.
Estrella de Diego escribió en El País que "cuando la historia se acerca a la producción de una mujer suele enfatizar su lado cortés, sus finanzas o su vida privada, sin detenerse en lo que impresionó a sus contemporáneos: la manera en la cual Sofonisba abordaba el retrato y lo innovaba".

Nacida en Cremona en 1532, Sofonisba fue la mayor de seis hermanos en una familia culta que entendió que el saber no debía ser privilegio de varones. En 1546, su padre la envió al taller de Bernardino Campi, hecho inédito para la época.
Allí comenzó su formación en el retrato, género que dominaría con sutileza. Su talento llamó la atención de Gerolamo Vida, que ya en 1550 la incluyó "entre los pintores destacados de nuestro tiempo".
Su labor conmovió inclusive a Miguel Ángel. El maestro le propuso un desafío: representar un llanto. Sofonisba respondió con un dibujo de su hermano llorando, inaugurando así la pintura de género en Italia.

Su padre, consciente del talento de su hija, la presentó en las cortes de Mantua, Parma y Ferrara. El reconocimiento fue inmediato, aunque las dificultades económicas siguieron.
En 1559, el destino cambió su rumbo: Felipe II la convocó a la Corte española como dama y maestra de pintura de su futura esposa, Isabel de Valois. Tenía poco más de 27 años.
En Madrid, se convirtió en una figura del refinamiento artístico de los Austrias. Retrató a Isabel de Valois con un aire de intimidad y dulzura que era inusual dentro de la rigidez de los retratos cortesanos.

Según el Museo del Prado, se "destacó en la realización de retratos, llevando a cabo un tipo de representación un tanto informal, en el que a menudo sus modelos desarrollan tareas aparentemente domésticas, acompañados de una serie de objetos que definen en mayor profundidad su personalidad".
"Ejemplo de ello encontramos en sus numerosos autorretratos en los que Sofonisba aparece leyendo, tocando algún instrumento musical o pintando; todos estos atributos son a la vez representaciones elocuentes de las actividades a las que está sujeto un noble de su rango", agrega la misma fuente.
También enseñó pintura a las damas de palacio y fue confidente de la reina. El rey, admirado, le otorgó una pensión vitalicia, aunque la artista sufrió los retrasos en los pagos y la nostalgia por su tierra.

Tras la muerte de Isabel de Valois en 1568, su vida dio un vuelco. Felipe II, cumpliendo una promesa hecha a la reina, arregló su matrimonio con Fabricio de Moncada, noble siciliano. Pero la fortuna volvió a resultar esquiva: su esposo murió en un viaje, víctima de un ataque pirata. Viuda y empobrecida, continuó pintando.
En 1579 conoció al capitán genovés Orazio Lomellino, con quien se casó contra la voluntad de su familia y del duque de Toscana. Juntos se establecieron en Génova, donde la artista recuperó su libertad creativa.
A los setenta años, Sofonisba fue visitada por un joven Peter Paul Rubens y luego por Van Dyck, quien la retrató en Palermo. Sofonisba murió hace justo 400 años, el 16 de noviembre de 1625 y fue sepultada en la iglesia de San Giorgio dei Genovesi.

"Les dio a todas las artistas que van a venir después el paraguas protector y un espejo donde mirarse" aseguró en una entrevista a RTVE.es Leticia Ruiz, conservadora del Museo del Prado.
Thais Porsch, por su parte, sostuvo que "abrió muchas puertas a otras artistas, entre ellos Lavinia Fontana, quien, en su autorretrato de 1577, se inspiró en los modelos de su colega para enfatizar el mismo estatus de mujer culta y artista".
