La tarde del 7 de octubre de 1995, la Bombonera volvió a vibrar. Luego de 15 meses suspendido por doping en el Mundial ‘94, Diego Armando Maradona regresó oficialmente al fútbol con la camiseta de Boca. Era sábado y el país entero se detuvo.

El 7 de octubre de 1995, Diego volvió oficialmente a Boca tras 15 meses de suspensión. Jugó frente a Colón, lució su icónico mechón rubio como gesto de rebeldía y celebró el agónico gol de Scotto. Una jornada épica, teñida de fútbol, emociones y un mensaje maradoneano para siempre.

La tarde del 7 de octubre de 1995, la Bombonera volvió a vibrar. Luego de 15 meses suspendido por doping en el Mundial ‘94, Diego Armando Maradona regresó oficialmente al fútbol con la camiseta de Boca. Era sábado y el país entero se detuvo.
Enfrente estaba Colón, que volvía a Primera tras 14 años, y el marco era inmejorable. Dalma y Gianinna lo recibieron desde una caja con un cartel que decía: “Gracias, papá”. Diego, con la 10 en la espalda, llevaba algo nuevo: un mechón amarillo en el pelo.

¿Mensaje de moda? No. Maradona lo explicó años más tarde en su autobiografía: “Me pinté una franja amarilla como la de Boca, pero en repudio. En repudio a los que me dejaron 15 meses sin hacer lo que más amo: jugar al fútbol. A los caretas, a los poderosos”.
Era también una indirecta para Daniel Passarella, entonces DT de la Selección, quien exigía a los convocados pelo corto, sin aritos ni escándalos. Diego lo retrucó con color y rebeldía. Su mechón fue símbolo de libertad. Y, como él, dejó huella.

El partido ante Colón fue parejo y friccionado. En el primer tiempo, Caniggia entró fuerte a Unali y Julio Toresani salió a defender a su compañero. La discusión escaló y Maradona se metió. Lamolina expulsó al “Huevo”, quien no se lo tomó bien.
“Toresani me dijo que yo lo había hecho echar. Lo negó al aire y me desafió a pelear”, recordaría Diego. Esa noche, ya cenando, dejó una respuesta para la historia: “Segurola y Habana 4310, séptimo piso. Y vamos a ver si me dura 30 segundos”.

Pese al hombre de más, Boca no lograba romper el cero. Hasta que a falta de un minuto, el Kily González tiró un centro perfecto al corazón del área y Darío Scotto metió un cabezazo inolvidable. La Bombonera explotó. Diego corrió hacia los palcos.
Era la fiesta perfecta. Maradona había vuelto, con un mechón amarillo y la pasión intacta. Y encima, ganó.
Esa tarde de octubre, con los colores de Boca y el alma en carne viva, Diego volvió a ser el que todos esperaban. Rebelde, emotivo, provocador y auténtico. Como solo él podía ser.
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