La privación del papel para imprimir, o su dificultosa obtención durante el gobierno de Juan Domingo Perón, le dejará a El Litoral un aprendizaje que se convertirá en regla de administración sana y, en los momentos más críticos, en un recurso para la sobrevivencia.
Pasada esa experiencia, que enflaqueció el diario en términos económicos y de producto (hubo ediciones de seis páginas), El Litoral SRL estableció una norma de oro que se mantuvo durante décadas: la compra sistemática de papel importado (aún no se producía en el país) en Suecia, Canadá y Chile, y la acumulación de stocks en los períodos favorables, para poder afrontar los contraciclos desfavorables, que inexorablemente habrían de ocurrir en esa dinámica de montaña rusa -política y económica- que acompañará a los argentinos desde mediados del siglo XX hasta nuestros días.
Atrás habían quedado los sesenta o setenta años de crecimiento y estabilidad que, pese a combustiones políticas internas y alguna complicada crisis financiera -como la de 1890- sorprendieron al mundo con sus caudalosos y renovados flujos de inmigración, capital, trabajo y crecimiento.
Cambios traumáticos
Pero desde los 50 en adelante, las cosas se complicarán más y más. La fase previa, en los 30 y los 40, con los efectos socialmente revulsivos del crac financiero de Wall Street, el primer golpe de Estado en nuestro país, las crecientes fisuras en la relación de la Argentina con Gran Bretaña por el conflicto de las carnes, las irradiaciones de la Guerra Civil Española, el volcánico surgimiento del Tercer Reich y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, con sus consecuencias planetarias, cambiaron de raíz el escenario mundial.
En la Argentina, el desarrollo social y económico de largas décadas, impulsado, más allá de inevitables turbulencias, por la Organización Nacional de 1853/ 1860 con principios, instituciones y leyes que ofrecían tramas de certeza y seguridad, comenzará a perder consistencia y eficacia, al punto de llegarse, en 1930, al derrocamiento del presidente Yrigoyen, aciago mojón de una creciente inestabilidad política e institucional hacia el futuro. Ya nada sería como antes.
Las sucesivas convulsiones resquebrajaban la extendida creencia en "el progreso indefinido" o mejoramiento continuo de la sociedad, apalancado en los hallazgos de la ciencia y el sustento de la lógica racional. La cruda realidad demostraba la fragmentación de la conciencia pública, el astillamiento de la sociedad en facciones, el surgimiento de ideologías extremas. A la feroz violencia de las guerras con millones de muertos, seguirá el ciclo de la Guerra Fría con el tenaz enfrentamiento entre el bloque occidental, liderado por los Estados Unidos, y el oriental, conducido por la Unión Soviética (en ambos casos con las correspondientes licencias de la Geografía).
En el tránsito de las siguientes décadas, estas serán las condiciones en las que los pueblos deberán tomar sus decisiones nacionales y en las que los medios de comunicación deberán desempeñarse. El fin de las certezas, pese al intento de las Naciones Unidas de mitigar los daños en la posguerra con su Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), es un fenómeno que evidenciará como nunca antes, la distancia existente entre la retórica de la dignidad humana y su cotidiana violación en las diversas latitudes y longitudes del planeta.
Otro tanto intentará la Iglesia católica en los 60 a través de su propia reforma mediante el encuentro ecuménico del Concilio Vaticano II, cuyas conclusiones son resistidas hasta ahora por sectores de la curia romana. Las consecuencias de las guerras -calientes y fría- con el descubrimiento general del lado oscuro de la condición humana y su deletéreo efecto sobre la psicología colectiva, derivaron en la progresiva aparición de las "sociedades líquidas", analizadas por Zygmunt Bauman.
En el plano político, los gobiernos afrontarán el desafío de conducir a sociedades cada vez más descreídas y heterogéneas, y algo parecido les ocurrirá a los medios de comunicación, entre ellos al más clásico, el periodismo gráfico, respecto de audiencias y lectorías más fragmentadas y cambiantes. También, frente a prácticas políticas que abrevarán con mayor frecuencia en el recetario de las autocracias, especialmente los populismos de izquierda y de derecha, que en el fondo tanto se parecen. Nunca, como en las últimas décadas, los relatos han diferido tanto de los hechos. Por consiguiente, pocas veces, la actividad periodística ha sido tan difícil.
Sancionar la crítica
Las primeras sanciones al ejercicio de la crítica, experimentadas durante un gobierno del radicalismo antipersonalista a fines de los 30, y de parte del peronismo en la agonía de los 40 e inicios de los 50, se repetirá más adelante en el plano de las personas que revestían la condición de editores responsables, tanto en los golpes de Estado como en gobiernos constitucionales. Así le ocurrió, por ejemplo, a Riobó Caputto (p) en julio de 1979, quien fue detenido (en la Jefatura y, luego, en el Cuartel de Bomberos) e indagado por el juez federal Ángel Quirelli, por una supuesta violación de normas de seguridad nacional, a raíz de la publicación de una noticia de UPI que reproducía una declaración del jefe montonero Mario Firmenich en Nicaragua.
Restablecida la democracia constitucional, fueron numerosas las veces en que hubo amenazas personales y planteo de "cuestiones de privilegio" por parte de legisladores provinciales ante comentarios que los molestaban, con el consiguiente desfile de los editores -bajo amenaza de sanción- por los despachos del Senado y la Cámara de Diputados. Y algunas judicializaciones.
Entre tanto, en el plano del Poder Ejecutivo, la discriminación publicitaria fue un recurso empleado por varias administraciones en el intento de acallar críticas. No obstante, las afectaciones mayores fueron provocadas por los desquicios económicos (ahorro obligatorio sin actualización alguna, dificultades para importar insumos, hiperinflación, devaluaciones, punción de plazos fijos, pesificación asimétrica, inseguridad jurídica generalizada, entre otras trabas para el desenvolvimiento de las empresas). Los desafíos para sobreponerse a cada ciclo desfavorable pueden parangonarse con las míticas pruebas de Hércules.
Plasticidad ante los desafíos
Pese a todo, El Litoral fue adelante, trabajó en mayores contenidos, rediseños gráficos y nuevas publicaciones, incorporó tecnología, renovó tres veces su planta impresora (1980, 1994 y 2009), y hubo de afrontar luego la acelerada competencia de la información en línea y el crecimiento geométrico de la comunicación en redes sociales. Como respuesta organizó su web, digitalizó procesos, incorporó imágenes móviles gestadas por su propia productora de televisión y, por cierto, materiales originados por terceros, conjunto de acciones que le permiten alternar hoy en el liderazgo de las webs de noticias de la provincia.
Pero lo más relevante, en una realidad que muta sin cesar, en la que inciden de continuo los fraudes de las noticias falsas, los montajes mal intencionados con empleo de la inteligencia artificial y otros recursos para la distorsión eficiente de la verdad, favorecida por la indetenible evolución tecnológica, es la vigente escuela del periodismo clásico con eje en las salas de redacción. El ciclo de renovación de 24 horas en los productos del periodismo escrito, da tiempo para la reflexión y la consulta, los intercambios de información con los colegas, el chequeo ampliado de las fuentes, la maceración de la crónica, el comentario y la opinión antes de ofrecerlos a los lectores.
También brinda tiempos mayores para la investigación y el despliegue de la creatividad en función de entregas diferenciales respecto de las urgidas por la tiranía del minuto a minuto, y diversas, en sus variantes, de las que puede ofrecer la inteligencia artificial.
En la era de la infocracia, teorizada por el coreano Byung-Chul Han y regida por el espionaje y los condicionamientos de los algoritmos, a niveles personales y colectivos, las redacciones del periodismo gráfico se alzan, con sus imperfecciones, como oasis en los desiertos de la manipulación informativa.
En el caso de la secular experiencia de El Litoral, la plástica recombinación de acciones de adaptación y resistencia en ambientes sociales, políticos y económicos inestables, le confiere, más allá de las críticas de distinto tipo, siempre inevitables, grados de confiabilidad poco comunes. Y eso es lo que, al cabo, cuenta, en la celebración de sus 107 años de existencia.
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