Miércoles 27.11.2019
/Última actualización 11:52
Por Daniel Zolezzi | El LItoral
“Los que de particulares que eran, fueron elevados al principado por la sola fortuna, llegan a él sin mucho trabajo, pero tienen uno sumo para conservarlo” (Maquiavelo, “El príncipe”, cap.VII).
Alberto Fernández, no debe todo a su buena fortuna. De seguro, algo hizo para que Cristina lo ungiera candidato. Pero que ella lo proclamara, del modo que lo hizo -bien a dedo- es signo de su buena estrella. Debe ser el primer presidente que es elegido sin caudal electoral propio.
Su candidatura sorprendió a todos, incluso en su propio partido (es decir, su partido actual, porque hasta recalar en él, pasó por varios). Luego vinieron las elecciones y su triunfo. Que se debió a distintos factores: al apoyo del sector K, distinto -cada vez más- del viejo justicialismo; al del aparato de este último partido, liderado por la mayoría de los gobernadores; al de la CGT; y, también, al ruidoso fracaso del macrismo en materia económica. Este último factor, no pesa en lo que espera a Fernández a partir del 10 diciembre. Los otros tres, sí.
Analistas y medios imaginan, a partir de esa fecha, dos Albertos posibles. Uno “radicalizado”, cercano a su vicepresidenta. El otro, más “previsible”, se recostaría sobre el “peronismo republicano”. (Curioso apelativo, éste. Porque la Constitución -en su primer artículo- proclama la forma republicana de gobierno. ¿Será, acaso, que los K, expresa o calladamente, no creen en ella?).
Como dijimos, el presidente electo no tiene aparato propio. Y parece imposible que pueda contentar -al mismo tiempo- a dos antagónicos sectores de su frente y, como si fuera poco, a los gremios.
Claro que en nuestra Constitución, el cargo presidencial reviste mucho poder. ¿Podrá valerse del mismo, el Dr. Fernández, para evitar los intentos de compartirlo -cuando no, de detentarlo- que harán quienes lo llevaron a la Rosada?
Le convendría hacerlo. Sabe muy bien que la crisis no empezó con Macri. Y no ignora cuánto contribuyeron, a su peligrosa dimensión, quienes hoy lo rodean.
Todo presagia, pues, que después del 10 de diciembre asistiremos a una conflictiva lucha por el poder dentro del peronismo. Que recuerda a la que, dentro de ese partido, se libró en la primera mitad de los años setenta.
No todo es igual. Nada indica que Fernández sea un títere manipulable, como entonces lo fue Cámpora. Además, Cristina está muy lejos de ser una conductora indiscutible, como lo era Perón. Sin embargo, no parece probable que se conforme con eludir las causas penales que le abren las fauces de la prisión. Es de su temperamento, ir por más. Cuando no, ir por todo.
Llega, pues, un gobierno preñado de conflictos internos. Si no hace un uso decidido de su poder, al próximo presidente le esperan tiempos muy difíciles. Le convendría tener presente lo que decía Maquiavelo de quienes gobiernan sin más “...fundamentos que la voluntad o fortuna de los hombres que los exaltaron”. Afirmaba que esas bases de sustentación eran “...muy variables y totalmente destituidas de estabilidad”.
Y un presidente no puede depender de la voluntad de otros. Por eso, la Constitución le brinda una batería de fuertes herramientas. Está en manos del Dr. Fernández, emplearlas para formar una base propia de sustento y gobernar con amplitud de miras. Si no lo hace, las internas pueden superarlo. Y tornarse externas.
Nada indica que Alberto sea un títere manipulable, como entonces lo fue Cámpora y Cristina está muy lejos de ser una conductora indiscutible, como lo era Perón.