Elda Sotti de González
Elda Sotti de González
Los ideales en educación no son temas aislados, sino que han estado y están en íntimo enlace con las concepciones sociales y culturales de cada pueblo. Veamos qué podemos decir de los griegos. Para responder, un solo nombre sería suficiente: Sócrates, para algunos “genio pedagógico” y para otros “maestro por excelencia” o “primer gran educador espiritual”. Y esto porque incitaba a pensar. Aunque era humilde, experimentaba el orgullo de ser independiente en su modo de pensar y no un esclavo en sometimiento abyecto. Afianzado en su autonomía, exaltaba el valor de detenernos para examinar nuestra conciencia y analizar cada uno de nuestros actos.
De la educación de los hijos es una obra que pertenece a Michel de Montaigne (1533-1592), figura representativa del humanismo francés. Allí nos dice: “tornaremos al niño servil y tímido si no le damos la oportunidad de hacer algo por sí mismo”. ¿Cómo educamos entonces a futuros ciudadanos en tiempos posmodernos y en una sociedad democrática? El filósofo Matthew Lipman (1923-2010) publicó en 1969 su programa educativo-filosófico que bautizó con el nombre de “Filosofía para niños”. En su propuesta están incluidos niñas y niños a partir del nivel inicial. Esto no es para sorprenderse, ¿o sólo las personas mayores podemos pensar? El niño frente a lo novedoso no acata límites y su curiosidad responde a una íntima demanda del espíritu. Se nutre y reclama porque encuentra en el diálogo un insospechable disfrute. Al plantearle interrogantes que lo inquieten y lo conduzcan a pensar, estaríamos guiándolo hacia el ámbito de la filosofía. Cabe aclarar que las respuestas que surgen en ningún momento se consideran cerradas. Los distintos temas, que permanentemente preocupan a los seres humanos, se reactivan, se resignifican.
Para Lipman, “los niños pequeños y la filosofía son aliados naturales, pues ambos comienzan con el asombro”. Que construyan entonces la realidad desde el caleidoscopio de ese espíritu que se asoma al mundo, que lo hagan lejos de estructuras rígidas, prefijadas, con las que desaparecen la ductilidad y la versatilidad de la vida y del pensar. Alguien ha dicho que “la realidad no es un objeto, sino un don que cada uno de nosotros vive en sí mismo”. Un don en el que está presente el desafío de pensar.
En Pedagogía Profana, al referirse al nacimiento de un niño, Jorge Larrosa expresa: “no es el momento en que ponemos al niño en una relación de continuidad con nosotros y con nuestro mundo (para que se convierta en uno de nosotros y se introduzca en nuestro mundo) sino el instante de la absoluta discontinuidad, de la posibilidad enigmática de que algo que no sabemos y que no nos pertenece inaugure un nuevo inicio”.
Creemos que no es factible un “nuevo inicio” si consideramos al niño como un pasivo destinatario de información. Al ofrecer la oportunidad de acceder a la práctica de la filosofía, es posible que poco a poco niñas y niños encuentren el modo de ser autónomos, desarrollando habilidades de pensamiento que con el transcurrir del tiempo sin dudas fortalecerán la actitud crítica, el afán creativo y la fe en la propia personalidad. Lipman es autor de interesantes obras para trabajar en el aula que han sido traducidas a varios idiomas y que ya están ayudando a muchos chicos del mundo a “pensar por sí mismos”. Walter Kohan es autor de Filosofía para niños. Discusiones y propuestas. Allí nos acerca esta aclaración: “Los niños no están aprendiendo filosofía; están pensando a través de la filosofía y no hay adulto que pueda determinar el camino de tal pensamiento”. En nuestra opinión, una experiencia que, al vigorizar la capacidad dialéctica y al generar un paulatino avance en la comprensión de la vida en democracia, se constituye en un valioso aporte para establecer vínculos en el seno de una comunidad. Y tal vez en el futuro aquel “pensar por sí mismos” evite caer en las redes de personas deshonestas, manipuladoras, con intenciones de sojuzgar.
El niño frente a lo novedoso no acata límites y su curiosidad responde a una íntima demanda del espíritu. Se nutre y reclama porque encuentra en el diálogo un insospechable disfrute. Al plantearle interrogantes que lo inquieten y lo conduzcan a pensar, estaríamos guiándolo hacia el ámbito de la filosofía.