

Con ese tono de voz que a veces se asimila al de John Wayne, otras veces al de un empresario colérico y de vez en cuando al de un gangster salido del cine de John Huston, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, prometió desde el máximo estrado de la ONU que respaldará al presidente argentino Javier Milei en todo lo que hiciera falta. Y hasta se permitió vaticinar que ese apoyo incluye el de su reelección, aunque con respecto a este punto habría que preguntarse si Trump sabe que en las elecciones del mes que viene lo que se disputa son cargos legislativos. Y si sabe, con precisión, que la capital de Argentina es Buenos Aires y no Río de Janeiro. En todos los casos, el respaldo es incondicional y, leal a esa orientación, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, no ahorró adjetivos ni signos de exclamación para expresar su admiración por Argentina y por su presidente.
No tengo memoria de una manifestación de afecto y cariño tan elocuente, propiciada en la ocasión por los temibles halcones de la política yanqui y dirigida sin eufemismo no a un estado, no a un partido político, sino a una persona, alguien considerado por Trump un verdadero as de la política. Tiempo habrá para apreciar si estas manifestaciones de amor son sinceras, pero más allá de las efusiones sentimentales y su correspondencia con la realidad, lo cierto es que en principio las manifestaciones elocuentes de seducción prodigadas desde la Casa Blanca y el Tesoro lograron que en menos de 24 horas baje el riesgo país, baje el dólar, mejore la cotización de los bonos y bajen las tasas de interés. Una maravilla. Habrá que ver qué distancia y qué tiempo hay entre las palabras y los hechos; habrá que ver qué condiciones reclama el presidente de Estados Unidos para semejante aval político y económico, salvo que alguien lo confunda con la Madre Teresa de Calcuta.
En esta película no todo es un canto de amor a la amistad. También la política teje y desteje sus redes. Estados Unidos observa con alarma dos datos en lo que alguna vez bautizó como su patio trasero. Los gobiernos de izquierda se han extendido por América Latina como una "mancha venenosa". Chile, Uruguay, Brasil, Colombia, México y guardo para mejores ocasiones Cuba, Venezuela y Nicaragua. Es demasiado. No estamos en tiempos de guerra fría, pero tanta ingesta izquierdista hasta para el aguerrido estómago de Trump resulta indigesta. A ello hay que agregarle la temible acechanza China. Y esto ya es algo más que una retórica refriega ideológica. China hoy es la única potencia con posibilidades efectivas de competir con Estados Unidos en el escenario mundial. Y esa competencia parece extenderse al patio trasero. Afligido por los rigores de la realidad, el imperio del norte no puede darse el lujo de perder a un aliado como Milei que repite desde la letra "a" a la letra "zeta" todo lo que los delicados oídos de Trump quieren escuchar. Para el presidente yanqui Argentina merece ser salvada del peronismo y del "imperio amarillo", que ya dispone de bases propias en la tierra de Martín Fierro y Segundo Sombra. Y todo lo que se haga para evitar ese peligro está generosamente justificado.
Con que la mitad del énfasis verbal de Donald Trump y Scott Bessent se cumpla, la crisis financiera con corrida cambiaria y desestabilización política pronosticada por los opositores al gobierno de los hermanitos Milei se reduciría a un inofensivo resfrío. Acerca de la posible resolución de la crisis, pareciera que el salvataje milagroso se logra a través de adherir de manera incondicional a Estados Unidos y en particular a su actual presidente. En otros tiempos a este comportamiento lo hubieran calificado de vasallaje, de sumisión a una potencia extranjera, y sus gobernantes hubieran merecido el calificativo impiadoso de vendepatrias, cipayos o títeres. En otros tiempos. Hoy, la verdad ilumina el cielo con la belleza de un claro de luna. Todo resulta tan transparente y puro que solo un nacionalista orejano o un comunista resentido podría no reconocer.
Suponer que Trump está muy lejos de ser un amigo generoso o, para ser más preciso, que nadie regala nada por nada o, como le gusta repetir a los gurúes de la economía de mercado cuando pretenden podar el gasto social, que no hay almuerzo gratis, hoy pareciera ser un inaceptable acto de mala fe. Estados Unidos nos sacará del pantano en el que estamos chapaleando porque Trump es amigo de Milei. El cuentito es tierno, es dulce, es enternecedor. Pero no olvidar que es un cuentito. Que el mundo real suele ser un poco más complicado, un poco más duro y en algunos casos un poco más sórdido que esos relatos tiernos y candorosos que nos gusta consumir con tanto entusiasmo. Lo siento por los más crédulos, pero Argentina está lejos de ser una maravilla y me resulta difícil comparar a Trump, Karina y Milei con Alicia.
Desde el Olimpo de la Casa Blanca los dioses han decidido proteger a Milei del malón peronista que ya preparaba las chuzas y las boleadoras. En términos prácticos es lo que han hecho. Los pronósticos acerca del naufragio libertario, de un gobierno que se precipita al abismo o se sube al helicóptero precedido por multitudes arreadas desde los bajos fondos para darle a la fiesta su tono bizarro, parece que se han desvanecido en el aire. Por ahora. Periodistas y políticos comentan con tono conmovedor la lealtad entre Trump y Milei, la consistencia de la ayuda norteamericana. Ante tremendo despliegue de poder y de dólares los votitos sacados por el peronismo en provincia de Buenos Aires parecen no tener más importancia que una elección para renovar la comisión directiva del modesto club de bochas de la vuelta. Por lo menos esa parece ser la sensación o esto es lo que los oráculos del gobierno intentan convencernos.
Es difícil adelantar desenlaces políticos, pero después de esta exhibición de poder, de este respaldo elocuente y hasta incondicional del Tío Sam a los hermanitos Milei, hay motivos para suponer que en las elecciones de octubre el peronismo no solo que no va a ganar por goleada sino que hasta es posible que se tenga que conformar con un empate cuando no una derrota por la mínima diferencia. La única esperanza que pueden alentar legítimamente los seguidores de Cristina, es que Milei vuelva a arruinar la fiesta, insista en equivocarse una vez más. Como en los western clásicos, Trump recuerda a ese general que se precipita con sus soldaditos que visten uniformes planchados y lucen jopos rubios para salvar a la caravana de blancos asediada por los seguidores de Jerónimo o Toro Sentado. Conmovedor. Pero el viaje continúa. Y las posibilidades de equivocarse también. Y este gobierno que acaba de ser salvado "entre los indios" ha demostrado una irresistible pasión por equivocarse o no aprovechar las oportunidades que le brindan los dioses.
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