La decisión de volar el puente Fitz Roy (3,5 metros de ancho y 100 de extensión) el 2 de junio de 1982 no fue un mero acto de los ingenieros argentinos, sino un golpe estratégico en el tablero de ajedrez de la Guerra de Malvinas. Más allá de los manuales y los cálculos, se trató de una decisión arriesgada, ejecutada por hombres bajo presión, con recursos limitados y la certeza de la amenaza constante. La Compañía de Ingenieros de Combate 601 no solo demolió un puente; interrumpió el avance británico, alteró su plan de batalla y, de manera indirecta, contribuyó a uno de los momentos más complejos del conflicto.
El puente, situado en Bahía Agradable, no era un simple paso. Era una arteria vital, un punto de acceso crucial para el avance terrestre hacia Puerto Argentino. Su destrucción, en medio del caos y la incertidumbre de la guerra, representaba un desafío logístico y táctico para el enemigo. La escena era difícil: ingenieros argentinos, bajo el fuego cruzado, luchando contra el tiempo y la escasez de materiales, preparando la voladura. No eran números en un reporte; eran hombres arriesgando sus vidas por una estrategia audaz.
Los relatos de la época hablan de detonadores antiguos, de un cordón detonante que amenazaba con fallar y de la tensión palpable en el aire. Pese a eso, la carga explotó. No fue una explosión limpia y precisa; fue un espectáculo de destrucción, una imagen brutal de guerra que quedó grabada en la memoria de quienes la presenciaron. El estruendo, el humo, los escombros, el agua salpicando… fue un momento que marcó un antes y un después en la operación.
Las consecuencias fueron inmediatas y de gran alcance. La interrupción del avance terrestre forzó a los británicos a buscar rutas alternativas y a reajustar sus planes. Esta disrupción, combinada con otros factores, contribuyó a su fatal decisión de desembarcar en Bahía Agradable, escenario del denominado "Desastre de Bahía Agradable" y del “día negro más negro de la flota inglesa”. El ataque aéreo argentino a los buques británicos en esa zona, días después de la voladura del puente, no fue un evento aislado sino una consecuencia directa de la alteración del plan de batalla enemigo.
La reconstrucción del puente por parte de los ingenieros ingleses, aunque rápida, no borró el impacto de la voladura. El tiempo perdido, la reorganización forzada y la alteración de la logística contribuyeron a incrementar sus dificultades. La voladura del puente Fitz Roy fue un acto de audacia, de entrega y resistencia en medio de la adversidad. Por ello merece ser recordado no solo por su impacto en el conflicto armado, sino por el coraje de los hombres -esencialmente del Arma de Ingenieros del Ejército Argentino- que lo llevaron a cabo.
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