"Mi sueño sería poder plasmar en la pintura lo que en la literatura lograron García Márquez o Alejo Carpentier. Participo de ese realismo mágico tan americano, tan nuestro".

En diciembre de 1979, el artista radicado en Tucumán expuso junto a seis discípulos en La Casona. La muestra fue considerada por el crítico del diario, Jorge Taverna Irigoyen como un hecho excepcional.

"Mi sueño sería poder plasmar en la pintura lo que en la literatura lograron García Márquez o Alejo Carpentier. Participo de ese realismo mágico tan americano, tan nuestro".
La exposición del artista Joaquín Ezequiel Linares junto a un grupo de sus discípulos, realizada en Santa Fe en diciembre de 1979, fue un hecho de interés dentro del panorama cultural de la ciudad y, por qué no, del país.
En un contexto marcado por la escasez de experiencias colectivas sostenidas en el campo artístico, permitió visibilizar el trabajo de jóvenes creadores formados bajo su magisterio.

La propuesta fue analizada en profundidad por el crítico Jorge Taverna Irigoyen en las páginas culturales de fin de año, publicadas por Diario El Litoral. Pero antes de aludir a eso, caben algunas referencias sobre Linares.
Linares nació en Buenos Aires en 1927. Fue fundador e integrante del Grupo Sur entre 1957 y 1961, una experiencia colectiva que sirvió para pensar la modernidad artística desde el Río de la Plata.
En 1960 viajó a Europa becado por el Fondo Nacional de las Artes, desplazamiento que amplió su horizonte visual y conceptual. En 1962, se radicó en la provincia de Tucumán, donde fue docente en la UNT. Entre 1980 y 1984 residió en Madrid.

Su obra incluyó series que funcionan como núcleos de pensamiento: "Virreinato del Río de La Plata", "Neovirreinato", "Tango", "Termas", "Casas de la Turca", "El Jardín de la República" y "La larga noche latinoamericana". En todas ellas, el pasado irrumpe como materia viva y conflictiva.
Laura Casanovas escribió en Diario La Nación que "si bien el primer impacto frente a los grandes lienzos de Linares puede traer a la memoria la figuración del inglés Bacon, la impresión se desvanece enseguida tras sus contenidos que remiten a América latina y a la Argentina de su tiempo".
Jorge Figueroa subrayó en La Gaceta de Tucumán que "desde que llegó a esta provincia al Departamento de Artes de la UNT admitió que cambió su pintura, pero aseguró que siempre fue barroco. Y sus series no lo desmienten: son un testimonio de eso 'real maravilloso' que leyó en Alejo Carpentier que tanto le gustaba".

Esa tensión entre barroco, historia y América es fundamental. Como señaló Roberto Amigo, "Linares tensionó el pasado como un sustrato creativo, perdurable y vivenciado en el presente; en su obra lo americano asoma con la violencia de la historia y, a la vez, con sarcasmo".
Según Alberto Petrina, Linares "ocupa un espacio de excepción dentro del horizonte del arte argentino y latinoamericano del siglo XX, espacio determinado por varios y gravitantes factores. El don de una creatividad prodigiosa, una definida conciencia de pertenencia y una obra de sostenido nivel y fecunda extensión".
Diciembre de 1979 encontró a Linares exponiendo en Santa Fe. El 31 de diciembre de ese año, Taverna Irigoyen publicó una reseña que vale la pena evocar. Taverna Irigoyen parte allí de una constatación. "Poco frecuente, es en nuestro tiempo, ubicar en arte la obra de jóvenes creadores que se nuclean en torno a su maestro".

La excepción, "honrosa, verdaderamente ejemplar", estaba, para el crítico santafesino, en Tucumán y en torno a la figura singular de Linares.
La muestra se realizó en La Casona, que funcionaba en 4 de enero 1847, donde se exhibieron cuatro obras de Linares pertenecientes a su serie de los Maestros, con retratos magistrales de figuras como Leonardo y Miguel Ángel.
Sin embargo, el núcleo conceptual estaba en los seis discípulos, cada uno representado con dos obras. Taverna Irigoyen destacó "la riqueza de imágenes y la innegable personalidad" de cada propuesta.

Señaló que Yolanda del Gesso mostraba una influencia directa de Linares (con ecos del inglés Bacon), mientras que Virginia Muro firmaba dibujos a tinta con "reminiscencias goyescas".
Fernando Najles sorprendía por "la hondura de sus niños de irradiante ternura"; Sergio Tomatis presentaba desnudos "desgarrantes", atemperados por "el reposo sensual" de las aguadas.
Ricardo Abella aportaba dibujos de "carga subjetiva que atenaza y a la vez subyuga al ojo". Y Víctor Quiroga cerraba el recorrido con escenas de "singular patetismo", donde emergía "el ácido humor de la muerte".

La conclusión del crítico era la siguiente: "son seis propuestas totalmente distintas; seis actitudes claras y valederas: seis conductas conceptivas que, más allá del criterio de un maestro, hablan de libertad y de rigor estético".