El chaqueño Sergio Víctor Palma fue uno de los más bravos fajadores “a hierro corto” que dio el boxeo argentino en toda su rica y extraordinaria historia. Tal es así, que a nuestro entender ocupa un lugar de privilegio entre los mejores peleadores argentinos de todos los tiempos. Y, si bien esto último es algo completamente subjetivo, lo sostenemos sin escatimar elogios, ya que no dudaríamos en ponerlo entre los primeros veinte o veinticinco en dicho listado. Fue un verdadero “toro de lidia”, prácticamente incansable, que embestía a sus rivales de manera enérgica y sostenida, a puro uppercut, gancho y cross. Tan vital e incontenible, como tozudo y tenaz.
Una sola pelea basta y sobra para tratar de dimensionar el tamaño de su arrollador empuje y fuerza de voluntad a pruebas de balas. Ocurrió el sábado 9 de abril de 1983, en el estadio Luna Park de Buenos Aires, un escenario que, como cada vez que peleaba él, presentaba un lleno total. “Palmita”, como afectuosamente se lo conocía en el ambiente pugilístico, hacía su reaparición sobre un cuadrilátero, a casi diez meses de haber perdido ante el dominicano Leonardo “Leo” Cruz el cinturón supergallo de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), entidad que por aquel entonces todavía denominaba pluma junior a dicha categoría (la de los 55,338 kilogramos). Sergio volvía a tener acción, después del duro y amargo cruce de quince asaltos con Cruz, realizado el 12 de junio de 1982 en un ring de Miami, Estados Unidos, en plena guerra de Malvinas.
Para saber cómo se encontraba Palma y testear su actualidad, ya en el kilaje inmediato superior -el de los plumas-, Juan Carlos “Tito” Lectoure había elegido a un rival realmente exigente y complicado. Nada más y nada menos que uno de los valores más promisorios del pugilismo criollo de aquella época, Ramón Fernando Sosa, quien era el campeón argentino de las 126 libras (57,152 kilogramos). Un santiagueño radicado en Mar del Plata, que venía de empatar y de vencer antes del límite al todavía vigente Juan Domingo “Mingo” Malvares.
Contra todo pronóstico y toda lógica, Palma, el ex monarca supuestamente averiado y de “capa caída”, terminó llevándose un impensado y sensacional triunfo, al doblegar a fuerza de coraje y entereza a su competitivo oponente, alguien que se suponía mucho más joven, mucho más grande y mucho más fuerte que él.
La proeza boxística del pequeño gladiador chaqueño fue presenciada desde el ring side por el ilustre panameño Roberto “Manos de Piedra” Durán, quien había llegado a la capital argentina para prepararse con vistas al combate mundialista que tendría poco más de dos meses más tarde, el 16 de junio de 1983, en el Madison Square Garden de Nueva York contra el estadounidense Devey Moore (al que le propinaría una inolvidable e impiadosa paliza, para despojarlo del título mediano junior de la AMB). Durán, admirado, no podía creer cómo Palma, visiblemente más chico que Sosa, había logrado sobrellevar esa diferencia de talla para alcanzar la victoria final. La respuesta, quizás, la tuvo al leer el encabezamiento de uno de los tantos medios gráficos porteños que cubrió el combate: “Palma: un corazón tan grande como el Luna Park”.