El retrato como reflejo de procesos de cambios permanentes
Desde el siglo XIX, el retrato fue clave en la construcción del poder en Hispanoamérica: símbolo político, herramienta de propaganda y reflejo de la identidad social en formación.
El gobernador Manuel De Iriondo y su retrato guardado en el Rosa Galisteo. Foto: Fernando Nicola
En Hispanoamérica, desde la segunda década del siglo XIX, el retrato formó parte primordial del proceso histórico abierto con los vientos de la revolución, la guerra, la independencia y la conformación de facciones que compitieron por el poder político del nuevo orden republicano.
El retrato tuvo un papel decisivo en una sociedad que comenzaba a pensarse, organizarse y nutrirse de nuevas ideas políticas y económicas, principios y doctrinas. Bajo estas novedades se inaugura un discurso visual dentro del cual fue de vital importancia el uso social de la imagen.
Una sociedad en formación que recurrió primero a los dibujantes, grabadores y pintores. Luego fue la litografía, que facilitó la multiplicación y difusión de los retratos, y por último, la fotografía.
El gobernador Ignacio Crespo. Foto: Fernando Nicola
Las imágenes que irrumpieron tanto en el espacio público como en el privado, convirtieron a estos lugares en expresión de adhesión, o no, de diferentes disputas que transcurrieron en la historia de la cultura política argentina.
En la medida en que algunas de ellas fueron consolidando su imaginario, a través de este nuevo universo discursivo de imágenes, también fueron transformando el sistema simbólico imperante de su propio tiempo como propagandas del poder.
La colección permanece alojada en el museo Rosa Galisteo. Foto: Fernando Nicola.
Entonces, para presentar una historia de los retratos desde el siglo XIX hasta el siglo XX, o mejor dicho, una cultura de la imagen que identifique tanto los elementos que persisten a lo largo del tiempo como las transformaciones que experimentan las sociedades, se debe pensar en términos de sociabilidad política, es decir, en espacios de difusión de ideas que también eran espacios de resistencia.
El retrato de busto fue preferido para denotar la importancia de funcionarios o políticos, para sí mismos y para representarse frente a la sociedad. La vestimenta y los atributos del retratado funcionaban para caracterizar pertenencia social, jerarquía o poder y como elemento de distinción.
La placa descriptiva del cuadro del Brigadier López. Foto: Fernando Nicola
Pero además, con el desarrollo de la litografía comenzó una circulación de imágenes que va a dar lugar, en múltiples tamaños y objetos, a su reproducción. Elementos de uso cotidiano que poseían el rostro del retratado, el cual se desprendía de los retratos elaborados por reconocidos pintores, circulaban en el espacio público y privado.
Un claro ejemplo que llega hasta nuestros días, son los monumentos e imágenes del Brigadier Estanislao López en nuestro propio patrimonio histórico. Todos ellos se fundan en los rasgos que ha guardado una litografía que se estima es de 1832, de César Hipólito Bacle, quien estaba en ese momento a cargo de la litografía del Estado.
La litografía se realizó en base a una pintura del saboyano Carlos Enrique Pellegrini, que por orden de Juan Manuel de Rosas retrató al entonces gobernador de Santa Fe (como a parte de su familia) en la capital provincial.
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