Jueves 25.6.2020
/Última actualización 11:24
En mi casa, es una casa, las cuestiones terrenales son semejantes a las de otras casas aunque, según cuentan los diarios, hay departamentos donde la mucha gente distrae de los mandamientos, de los que el 11 es “cuidarás el portal de tu casa contra las pestes entrantes”. En esto, digo claramente, es lo mismo una casa que un departamento, mi pago igual que Uspallata o Beravebú, por citar dos sitios con nombres resonantes.
Se sabe, lo sé, duramente lo sé, en las villas de miseria, reformuladas como barrios populares, cada cosa que digo es un bofetón al orgullo, a la decencia, a la humanidad y la propia vida, enajenada en piecitas de lata y cartón donde se juntan las viejas historias de abandono con las nuevas, que sólo sumaron más olvido.
Claramente los teóricos sostenían que, si el virus es de fea catadura en el Primer Mundo en estos pagos, del Tercer Mundo, las cosas serían peores. Serían claramente peores. Tenían razón, pero los muertos, que de eso se trata, responden a la lógica de la trazabilidad, del vecino enfermo y el descuido de las clases altas, como el egoísmo de las clases medias, termina por enfermarlas en igual o mayor proporción que la indefensión de las clases de más bajos recursos o ningún recurso, que de eso hay, hay mucho más de lo que se dice, y muchísimo más de lo que muchos imaginan.
El portal, el primer escalón, la entrada de la casa tiene el espacio para dos trapos de piso, de esa tela vasta, absorbente, gris y descuidada, donde la humedad del cloro (“lavandina” en distintas proporciones del agua, del agua y el halógeno, pido perdón narrativo, no puedo pensar diferente de Flúor/Cloro/Bromo/Yodo… los halógenos de la tabla periódica, de donde el cloro es el usado, aconsejo en pastillitas antes que disuelto en el agua, pero esa es una desviación de piletas y flotadores químicos) donde la humedad del cloro elevará el olor tan especial. Sobre esos trapos de piso se asientan los que entran, asientan sus zapatos que, además, serán rociados con alcohol de un vaporizador que allí se encuentra a tal efecto; zapatos que serán militarmente decomisados para poder dirigirse al interior.
El verbo rociar también ocupa metros cuadrados, como los trapos de piso y los mencionados rociadores. Los repuestos allí. En cuarentena obligatoria todas las vituallas entradas. Los recipientes de vidrio, lata y/o plástico sin piedad, ninguna piedad.
Una “mesita ratona”, una mesa de baja estatura sirve, por ahora, a los efectos de guarda temporaria de los zapatos, que no pasan al interior ni siquiera rociados. Es tiempo de ir acomodando el presupuesto para la compra de un “botinero” porque el tema de “en mi casa sin zapatos que traen mugre de la calle” creo que llegó para quedarse.
En Sorjonen, una fenomenal serie policial que la pandemia trajo a mis desvelos de cuarentena todos, al llegar a las diferentes casas, se quitan el calzado. Una obligación social más allá de los hongos y sus olores, que no aparecen porque es una peli, una serie televisiva y entonces ¿por qué razón arruinarla con un actor poco higiénico? Y los sanitaristas sostienen que no es malo. En la serie nadie se niega a circular sin zapatos por esas viviendas, tan minimalistas y ordenadas, que provocan envidia.
El 2020 es el año del coronavirus. Este es, ahora, un mundo dominado por los sanitaristas, epidemiólogos, infectólogos, anatomopatólogos (autopsias que revelarían cosas… cosas de la peste) que han desplazado a los economistas, econometristas, contadores, estadísticos matemáticos y especialistas en filosofía de la economía y analistas de la economía comparada.
Lo cierto es que, como se sostiene con una fenomenal demostración “ejemplar”, de múltiples ejemplos… los actores políticos, los de primer grado (directos) y los de segundo grado (nosotros, los periodistas, actores políticos indirectos) no sabemos nada de salud, tomada como ciencia y economía, el dinero en el bolsillo, tomado del mismo modo.
Los elogios a la Merkel como las diatribas a Trump, los insultos a Bolsonaro y los duros epítetos a Macron se corresponden con un punto en común. Recibieron información y sugerencia de los científicos y les hicieron más, menos, nada, mucho caso.
El triunfo del conocimiento por sobre la ignorancia, la importancia del conocimiento, la jerarquización es el síntoma que negamos. Hay una clara y necesaria dependencia de los que saben. A los políticos no les gusta depender de los que saben, es el peor insulto, el que demuestra la inutilidad de sus servicios cuando de la vida se trata.
Los entiendo. Mi casa está ocupada y reformulada. En el mesón de la cocina, en el freezer, en lo que se usa, lo que se guarda, en el mate individual, las máscaras de plásticos, los metros cuadrados disponibles, el stock de limpiadores quien manda es un manual de normas de higiene, ni Marx, Keynes o Piketty. Todos los libros reformulados por “Higiene y Puericultura”. He llegado a refregar los tomates y lustrar las manzanas. Dependo de esos mandatos que durante mucho tiempo consideré ridículos y ahora, claramente se ve, tomaron el comando. Los bares, los sitios de reunión tienen mediciones en superficies disponibles y barbijos desechables. Lo ordenaron los que saben. Eso no es bueno para un mundo con énfasis y guitarras como emblemas de capacidad.
La peste en mi pago está ganándole una batalla al mal de ojo, al empacho, la “cursiadera” y el anillo de oro, frotado hasta dejarlo caliente, que curaba el orzuelo. También está ganándole la batalla a los mentirosos que decían que había salud, dinero y amor y en mi pago no hay salud, estamos fundidos y acaso, solo acaso, nos queda el amor como esperanza, una esperanza que lavándose las manos y quedándose en casa es, sobre 100 días de cuarentena, lo más parecido a una ilusión y el coronavirus, dicen los que saben, no es ni espejismo ni superchería ni vana ilusión. Es la peste. Medida en muertos, apestados, recuperados y metros cuadrados disponibles para la cuarentena de 100 días… por ahora. Con la peste nunca se sabe.