Por Berta Catalina Wexler

Para la misma época sesionaba en la ciudad de Buenos Aires el Congreso Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que había quedado inaugurado en diciembre de 1824.

Por Berta Catalina Wexler
El 6 de agosto de 1825 se declaró la Independencia de la República de Bolívar, en homenaje a su libertador -el general Simón Bolívar-, la que más adelante tomó el nombre de Bolivia y desde febrero de 2009, con la promulgación de una nueva Constitución, se llama Estado Plurinacional de Bolivia. Las revoluciones emancipadoras en los dominios hispánicos se iniciaron en los virreinatos de Nueva España, Perú, Nueva Granada y Río de la Plata. El estallido conmovió las diversas regiones para sustituir la dominación colonial de tres siglos.

La crisis fue tan generalizada que se produjeron levantamientos como forma de protesta a las condiciones impuestas por las autoridades y contra el sometimiento de la población nativa. Algunos de ellos son los reclamos de los comuneros en Paraguay, en Nueva Granada, la sublevación de Túpac Amaru en Perú, la de los hermanos Katari en el Alto Perú, los motines indígenas en México y, en el norte argentino, las Guerras Calchaquíes, prolongadas en el tiempo.
El Alto Perú (actual Bolivia), en la época colonial, perteneció al Virreinato del Perú y a partir de 1776 al del Río de la Plata. En 1809, los alzamientos del 25 de mayo en Chuquisaca y del 16 de julio en la Paz, aunque fueron derrotados, iniciaron el camino que seguirá con la Revolución de Mayo de 1810 en Buenos Aires y el movimiento emancipador en aquella jurisdicción. Muchos de los participantes de esos alzamientos fueron ejecutados, pero quedaron en la memoria de los que siguieron combatiendo (Susana Simián de Molinas, 1984).
En los dieciséis años de lucha, desde Buenos Aires se organizaron tres expediciones al Alto Perú al mando de Antonio González Balcarce, Juan José Castelli, Manuel Belgrano y por último Juan José Rondeau. Pero la lucha grande, estuvo a cargo de numerosísimos caudillos y caudillas locales. Entre los más destacados estuvieron Vicente Camargo, José Manuel Lanza, José Eustaquio Méndez, Ignacio Warnes, Manuel Asencio Padilla, Juana Azurduy de Padilla, Ignacio Zárate, Juan Wallparrimachi, Julián de Peñaranda, Cumbay (cacique chiriguano), Pedro Calisaya, Vicenta Eguino, Manuela Gardanillas, Andrea Arias y Cuiza, Juliana Arias y Cuiza, y Gregoria Batallanos, entre los más de doscientos identificados.
Juana Azurduy peleó en toda la zona de Chuquisaca con un batallón de mujeres, llamadas Amazonas y un ejército de Leales a la revolución. Arrebató un estandarte español y por esta acción el General Belgrano le otorgó su espada y el gobierno de Buenos aires le concedió el grado militar de Teniente Coronel de los Decididos del Perú. Los indios, mestizos, criollos, hombres y mujeres del pueblo en general, han protagonizado páginas brillantes de esta historia poco conocida.
Estos movimientos insurreccionales son los que Bartolomé Mitre llama "Guerra de Republiquetas", mientras que otros autores hablan de "guerrillas", "montoneras" y por último "guerra de partidarios". Las comunicaciones las hacían "(...) originarios, conocedores de la geografía circundante… cuando eran tomados prisioneros inmediatamente los pasaban por las armas" (Hugo Canedo, 2016).
Los caudillos surgieron porque los pueblos estaban movilizados. Centenares fueron los y las protagonistas, hombres, mujeres y niños que combatieron a los españoles en forma anónima, sin mayores conocimientos sobre la guerra que fue total y de nación en armas. Cruel y sin retaguardia. Miles de indígenas, mestizos, y gente común de cada región fueron factores decisivos en las batallas, a veces con triunfos y las más de las veces con derrotas. Sus méritos, la mayoría anónimos, fueron innegables a la hora de enfrentar un feroz enemigo, muy superior en armamentos y preparación militar.
Los movimientos de las partidas se complementaron con la "guerra gaucha" librada en el norte argentino por Martín Miguel Güemes. El plan continental de José de San Martín culmina con los triunfos de Junín y Ayacucho en Perú y la posterior ocupación de La Paz por parte de Antonio José de Sucre. Una última batalla en Tumusla, y la muerte del brigadier Pedro Antonio de Olañeta, terminaron con lo fundamental de la dominación realista en el Alto Perú.
El ingeniero Hugo Canedo investigó sobre este tema y dio a conocer un informe del mariscal Sucre: "Cuartel general en Potosí a 29 de marzo de 1825. El general enemigo Olañeta ha evacuado esta villa a las once, y hoy ha entrado el ejército Libertador. En su retirada lleva perdidos más de cien hombres de los cuatrocientos que sacó por la fuerza, están también con nosotros ocho oficiales de quince que en el punto de la Lava intentaron aprenderlo. (…). Puedo asegurar a U.S. que la guerra de la independencia está concluida para siempre" (Gaceta de Lima. N° 37, miércoles 27 de abril de 1825).
Cuando se conformó el nuevo gobierno los más beneficiados fueron las clases acomodadas y muchos españoles que aprovecharon el último momento, para pasarse de bando y participar en el poder mientras que los criollos, mestizos y originarios siguieron desprotegidos en lo fundamental. Juana Azurduy que peleó luego de la muerte de su esposo en el norte argentino, escribe que al volver a su patria se encontró con muchos "godos" pasados de bando, dirigiendo el gobierno, enemigos que ella misma combatió a lo largo de sus campañas.
La nueva nación se proclamó en Chuquisaca con el nombre de República de Bolívar. El Libertador retornó a Lima después de ejercer la presidencia de la naciente república unos pocos meses, y la delegó luego al general Sucre. Como expresó el coronel Emilio Bidondo (1989): "Se dio entonces la paradoja que siendo el Alto Perú una de las primeras regiones en insurreccionarse contra el dominio español -mayo/julio de 1809- sería la última en consolidar su libertad".
En la pampa de Ayacucho a 1600 metros sobre el nivel del mar, los patriotas derrotaron al último virrey del Perú, La Serna, lo tomaron prisionero y sus últimas fuerzas debieron aceptar la capitulación ofrecida por los vencedores. Tulio Halperín Donghi escribe: "Los últimos rincones de Sudamérica escapaban así al dominio español. Desde Caracas hasta Buenos Aires, cañones y campanas anunciaban el fin de la guerra".
Y se lee entonces en la Proclamación de la Independencia de las provincias del Alto Perú, firmada el 6 de agosto de 1825: "(...) Se erige en Estado soberano e independiente de todas las naciones, tanto del viejo como del Nuevo Mundo y los Departamentos del Alto Perú, firmes y unánimes en esta tan justa y magnánima resolución, protestan a la faz de la tierra entera que su voluntad irrevocable es gobernarse por sí mismos y ser regidos por la Constitución, leyes y autoridades que ellos propios se diesen y creyesen más conducentes a su futura felicidad en clase de Nación".
A doscientos años de esta Declaración, los investigadores estamos haciendo una relectura y reescritura de los procesos de los siglos XIX y XX en todo su entramado histórico e historiográfico. Con las estrofas que no se cantan de nuestro Himno Nacional Argentino, "(…) y cual lloran bañados en sangre Potosí, Cochabamba y La Paz", recordamos y rendimos homenaje en este bicentenario a quienes dieron todo lo que tenían, su trabajo, su tiempo, sus hijos, hasta la vida misma por las luchas patrias y plasmaron así los ideales de San Martín y Bolívar en pos de la independencia y la unidad de los pueblos sudamericanos.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos en el año de su 90° Aniversario 1935-2025. La autora es miembro de número de la Junta residente en Rosario.
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