No vale la pena mantener el puño en alto porque poco se gana de esta manera. El daño, el engaño ya está hecho. En cambio, hay que abrir la mano, porque la esperanza no está en el puño sino en la mano abierta. Y todos tenemos al menos dos manos para ofrecer.
En efecto, "¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón" Dejemos que arriba se muerdan los unos a los otros. Abajo, en la realidad cotidiana, en el quehacer de cada día, en la diaria, tenemos que ofrecer la mano, tenemos que ofrecernos la mano, las manos, los unos a los otros, y así barrer entre todos la vereda porque nadie vendrá a barrerla. La clave de la supervivencia, sin duda, está en lo local.
El objetivo somos nosotros, hoy más que nunca, y no hay que perder de vista este objetivo. Hay que tener siempre a la vista, y bien controlados, a todos los bebés, a todos los chicos y a todos los adolescentes, porque aquí también puede pasar lo que ha pasado en otros lugares bajo circunstancias similares.
En tiempos de crisis aumentan los casos de sexo inaceptable (y, en consecuencia, los embarazos no deseados, luego bebés que nadie quiere). Aumentan los casos de abandono escolar, y esto implica peores perspectivas para el futuro. Se resiente la salud infanto-juvenil a causa de la falta de recursos, de una mala alimentación, mala salubridad y hacinamiento, poco acceso al centro de salud, violencia en casa y en la calle, drogas, alcohol. Y aumenta la inseguridad, lo que significa más violencia por parte de chorros y traficantes, y más brutalidad y corrupción por parte de las fuerzas de seguridad.
Todo esto ya lo sabemos porque ya ha pasado, porque está pasando en Argentina en general y en Santa Fe en particular. Y continuará pasando porque nada me hace pensar que los de ahora son mejores que los de antes, y en todo caso tendrán que demostrarlo. Las decisiones que afectan a los niños y a los jóvenes continúan tomándose en base a opiniones, lo que huele a improvisación, en vez de estarlo sobre bases firmes que los demás podamos comprobar.
Mientras que para trabajar de médico se exige ser médico, para ser político o al menos para parecerlo y tomar decisiones importantes, no se requiere formación alguna puesto que al parecer basta con ser de la familia o del grupo de amigos, o de enemigos. Con excepciones, sin duda, pero éstas tendrán que demostrar la valía con hechos, porque la palabra y la promesa ya no son creíbles.
Pero como ya no podemos modificar esta situación puesto que contó en su momento con el visto-bueno de más de la mitad de los argentinos, no nos queda otro remedio que empezar a entender que hay que protegerse, y proteger aquéllo que tenemos aquí, en casa, en el barrio, porque vale mucho, es lo único que tenemos, y nos representa el futuro. En caso contrario, me temo que vendrá el lobo y ya será tarde para llorar sobre la leche derramada.
Por ejemplo, pregunto: ¿Está previsto comenzar en otoño con la vacunación contra la bronquiolitis de todos los recién nacidos y bebés de menos de 6 meses? Lo he preguntado, y como respuesta he topado con lo de siempre: palabras, nada concreto, opiniones. La vacuna es cara, pero más cara es la bronquiolitis. Y si llegado el frío vuelven a abundar los bebés con insuficiencia respiratoria por causa de la bronquiolitis sin que haya suficientes pediatras para atenderlos, ¿qué explicación nos darán?
Siempre, los que más pierden son los chicos, y los chicos de la periferia. Si los recursos médicos y de enfermería continúan que se concentran en centros que funcionan con obra social, un sistema caro e ineficaz, y si no hay suficientes manos en los centros de salud de la periferia, que es donde vive la mayor parte de bebés, chicos y adolescentes, ¿qué explicación nos darán?
En tiempos de crisis, insisto, aumenta la deserción escolar, hay más violencia e inseguridad, y hay más abusos sexuales. Y la salud infanto-juvenil en mucho se resiente sin que por ello mejoren los sistemas de atención médica y de enfermería. Tenemos que proteger a los bebés, a los chicos y a los adolescentes, y proteger las escuelas y los centros de salud, los maestros y los profesores, los pediatras y las enfermeras de pediatría, la salud escolar y la salud sexual, las vacunas, los embarazos. Porque no sabemos si alguien se ocupará de verdad de todo esto que tanto nos interesa, y que no puede esperar.
Pero, en efecto, no todo está perdido. No lo está porque hay buenos brazos para arremangarse, porque hay una dura lección con dolor aprendida, porque hay muchos en el barrio que están dispuestos a ofrecer el corazón si encuentran quien lo quiera recibir. Hay buenos hospitales donde trabaja gente buena, tenemos escuelas dignas y dignos docentes. Hay buenos padres y buenas madres, y buenos abuelos, y buenos vecinos. Es decir, hay esperanza.
Abramos entonces la mano, porque es aquí, y no allá, donde está la esperanza. Eso sí, hay que cambiar la actitud pasiva por una actitud activa. Seamos capaces de apagar la tele, dejar el partido y el mate, dejar la discusión estéril y salir a barrer la vereda. Y si además hay que limpiar los baños de la escuela o del centro de salud, mil voluntarios debe haber. Y mil vigilantes que vigilen dónde están los chicos, qué hacen los adolescentes y con quién, y construirles alternativas.
Proteger lo nuestro
Por supuesto que al mismo tiempo hay que reclamarle, a la nueva y médica autoridad municipal, que haga lo que hace falta, que bien lo sabe, y que lo haga ahora. Queremos hechos y transparencia. Pero, como esto suele ser lento, y les sería fácil caer en la excusa pueril, mientras tanto tenemos que entender que la supervivencia está en lo local, es decir, en el barrio, en los vecinos.
Una cosa no quita la otra sino que se complementan. Pero mientras que una depende de nosotros, es decir, del espíritu cooperativo en lo local, la otra ya no depende de la voluntad del conjunto, aunque el conjunto conserva siempre el derecho al pataleo.
El barrio necesita un centro de salud, o conservar el que tiene. Esto depende tanto de la autoridad como de los mismos vecinos, que tienen que cuidarlo y protegerlo, y defenderlo. Y deben ayudar para que esté limpio y organizado. Y si hay alguien que hoy no viene, llega tarde, o se va antes de la hora, debe justificar por qué, y devolver las horas. A cambio de velar por el centro, el vecindario tiene mucho para ganar.
El centro de salud, por ejemplo en pediatría, suele solucionar nueve de cada diez consultas, y esto implica que esos nueve no tuvieron que ir a la guardia. Aquí se controla el desarrollo de todos los bebés normales y de todos los embarazos normales, sin excepción. Y se administran todas las vacunas, a bebés, niños, adolescentes, embarazadas y adultos.
En el centro de salud saben quién es quién, y qué le afecta a cada uno. Conocen a las familias. Enseñan a prevenir los embarazos y los conflictos, y a comer sano y barato, y están al tanto de quien hace mucho que no viene por acá y que entonces hay que ir a buscarlo.
El personal debe entender que están allí para trabajar. El centro necesita médico y enfermera, mañana y tarde. Conviene que las enfermeras sean del barrio, y que los médicos no tengan otro trabajo más que éste, de lunes a sábado, cinco horas por la mañana y cinco por la tarde, sin excusas, y bien pagados. Y quien falla, o quien roba, adiós.
Nadie vendrá a barrer la vereda. Pero hay manos y hay escobas. Esto es de todos y para todos, y por tanto hay que cuidarlo y protegerlo entre todos.
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