Gabriel Rossini
Gabriel Rossini
“Lo peor ya pasó y ahora vienen los años en que vamos a crecer. Las transformaciones que hicimos empiezan a dar frutos, a sentirse”. La expresión no es de hace un siglo. Fue dicha por el presidente de la Nación en el acto de apertura de sesiones ordinarias del congreso de la Nación hace menos de tres meses.
¿Qué pasó para que en tan poco tiempo pasemos de una situación de aparente tranquilidad financiera, con índices que mostraban a la economía argentina en crecimiento con suba del empleo y baja de la pobreza, a salir corriendo de un día para el otro a pedir ayuda al FMI?
¿Cómo fue que el presidente Macri, presentado como el líder de un proyecto político mundial destinado a terminar con el populismo hoy esté pidiendo el apoyo de gobernadores, senadores, diputados, empresarios, sindicatos y referentes de los movimientos sociales apoyo para tomar una serie de medidas de ajustes que sin duda va a empeorar las condiciones de vida de los más vulnerables?
Alguna vez, las decisiones políticas que el gobierno estaba tomando sobre endeudamiento, aumentos de tarifas y el crecimiento sin freno del déficit de la cuenta corriente, iban a sentirse y finalmente lo hicieron justo cuando el oficialismo daba por ganada las elecciones de 2019 y pensaba en 2023, con un discurso fundacional y una épica que no se correspondía con la realidad.
La semana que pasó, producto de la corrida cambiaria, fue la primera donde la gente empezó a identificar las razones de la crisis y sobre todo a sentir sus consecuencias. Y el gobierno debería tomar nota llamando a las cosas por su nombre, además de encarar soluciones consistentes y equitativas. No puede un día después de tener en vilo a la sociedad argentina hablar de turbulencias superadas y negar lo evidente. Que el presidente del Banco Central diga que la inflación de mayo será inferior a la de abril no hace más que mostrar un divorcio con la realidad que al menos en Argentina siempre terminó mal.
Es verdad que el déficit fiscal hay que achicarlo porque gastar más de lo que se tiene a la corta o a la larga tiene sus consecuencias. Lo que no está bien es compararlo con los ingresos de una familia porque en realidad se trata de una herramienta de política fiscal que los gobiernos aplican de acuerdo con sus programas. Por ejemplo, Donald Trump, lejos de achicarlo lo agrandó con una reforma fiscal destinada a que los ricos y las clases medias de EE.UU. tuvieran más dinero para gastar con el fin de acelerar el crecimiento. No sólo lo consiguió sino que además el desempleo está por debajo del 4 por ciento, hecho que no ocurría desde hacía décadas.
Además, debe hacerse de manera virtuosa. No es lo mismo ir reduciéndolo con la economía en crecimiento que en recesión porque si se hace en este contexto alimentará un circulo vicioso que terminará mal como ha ocurrido en un montón de países incluido el nuestro.
Cuando el gobierno no pudo mostrar evidencias fácticas de que sus políticas económicas estaban funcionando bien, habló de crecimiento invisible y medidas que no se habían tomado en cien años. De la misma manera, el presidente habló de que el país tiene déficit fiscal desde hace 70 años y eso no es cierto. Para no irse muy lejos, el gobierno de Kirchner tuvo durante años superávit fiscal y comercial.
La próximas dos semanas seguramente hablaremos de la necesidad de tomar tal o cual decisión o de lo importante de brindar conferencias de prensas o de si el FMI actual es más bueno que el anterior. El 25 de mayo recordaremos a los próceres frente al cabildo y pasado ese tiempo volveremos a pensar en el martes 19 de junio cuando vuelvan a vencer las Lebac. Nada bueno puede pasar si cada 30 días se somete a la sociedad al estrés de los últimos 15 días.
Empezará además un proceso para hacerle creer a los argentinos, en particular a la clase media, que las cosas son distintas a las anteriores y que el ajuste es bueno para que los hijos de los que lo padezcan vivan mejor. Sacrificios presentes por futuro venturoso. Nada que los que tengan más de 40 años no hayan vivido. Habrá que ver si lo consiguen.
Nada bueno puede pasar si cada 30 días se somete a la sociedad al estrés de los últimos 15 días.