El silencio como "método represivo" en la Santa Fe de los años '70: cómo se controlaba el ruido urbano
Las prohibiciones a los denominados “ruidos molestos” fueron muy estrictas durante la última dictadura militar en la ciudad de Santa Fe. No se salvaba nada ni nadie: los bares, las propagandas callejeras, los vehículos: todo a bajo volumen.
El silencio, una forma de sostener el miedo en la gente. Crédito: Imagen creada con IA
Si hay silencio -o si el ruido se limita a su extremo- no hay discursos circulantes. No estarán ni la palabra ni la expresión. Son harto conocidos los casos de censura que pesaban sobre los diarios, radios y TV durante la última dictadura cívico-militar en la Argentina (1976-1983). Pero la imposición del silencio no sólo pesaba sobre los medios de comunicación.
Es que el silencio como método represivo se extendía a la mismísima rutina cotidiana: a las actividades sociales en locales diurnos y nocturnos, a la circulación vehicular, a la venta callejera a viva voz o por parlantes, e incluso hasta los campanarios de las iglesias, que podían tañer en un determinado horario. Esto rigió en el país y, claro, en la ciudad de Santa Fe.
Consta en el digesto histórico de 1978 -como se sabe, un digesto es un compendio de decretos municipales, ordenanzas, resoluciones, que organizaban la vida de la comunidad santafesina- un apartado llamativo: se denomina “Represión a los ruidos molestos”, que se basa en una ordenanza preexistente, la N° 7.193 del 5 de agosto de 1976.
Allí se especifican todos los controles impuestos sobre el sonido urbano que se generan en las grandes urbes. “Queda prohibido dentro de los límites del ejido municipal causar, producir o estimular ruidos innecesarios o excesivos que, propagándose por vía aérea o sólida, afecten o sean capaces de afectar al público, sea en ambientes públicos o privados”, dice el artículo 1.
Las restricciones
Algunos ejemplos: estaba prohibido el uso de bocinas en autos, “salvo en caso de emergencia para evitar accidente de tránsito”, y toda clase de propaganda comercial realizada de viva voz o con altavoces, tanto desde el interior de locales y hacia el ámbito público como desde éste desde vehículos o sin éstos. Quedaba exceptuado el pregón de los “canillitas”.
También se prohibía desde las 22 a las 6 horas el uso de campanas de Iglesias o templos de cualquier credo religioso; y transitar por la vía pública o viajar en vehículos de transporte de colectivos con radios en funcionamiento, grabadores o equipos de sonidos, “aún a bajo volumen”, enfatiza la normativa.
Asimismo, quedaba expresamente prohibido generar ruidos molestos durante las cargas y descargas de mercaderías y objetos de cualquier naturaleza (…). Por caso, el camioncito frigorífico que llevaba las reses a las carnicerías de la ciudad, debía hacerlo prácticamente en silencio.
El llamado a misa con las campanas también estaba regulado. Crédito: Imagen creada con IA
Tampoco estaba permitido generar ruidos durante el funcionamiento de cualquier tipo de maquinarias, motores o herramientas fijados en paredes medianeras o elementos estructurales, “sin tomarse las medidas de aislación necesarias para atenuar suficientemente la propagación de vibraciones o sonidos molestos”.
Decibeles
En otra sección se estipulan las prohibiciones para los ruidos denominados “excesivos”. Aquí, se disponía un esquema de decibeles (db) permitidos para la circulación de motos, autos e incluso bicicletas. Un automóvil de hasta tres toneladas de peso podía generar hasta 85 decibeles. Los niveles se medían con un instrumento estándar (medidor de niveles sonoros) de precisión.
Se consideraban ruidos excesivos con “afectación del público” los causados, producidos o estimulados “por cualquier acto, hecho o actividad de índole industrial, comercial, social, deportivo, etcétera”. Aquí se aplicaba otra “tablita” con decibeles máximos permitidos.
La Dirección de Electromecánica y la Policía Municipal eran los organismos encargados de verificar el cumplimiento de la norma de represión de los ruidos molestos, y además podrían proponer las reformas que estimen procedentes “requiriendo la colaboración técnica de la Dirección General de Saneamiento de la provincia”, dice la norma.
Una forma de instaurar el miedo
El silencio, con todo, era una estrategia de la Junta Militar para sostener el miedo. Algo así como “si te quedás callado, no te pasará nada”. En el paper académico “El silencio bajo la última dictadura militar en la Argentina”, su autora, Mercedes María Barros, da algunas pistas interesantes sobre esto.
En los controles actuaba una dirección del municipio y la Policía. Crédito: Archivo El Litoral
“La ciudadanía toda, la familia y el público en general eran llamados a obedecer las reglas del Proceso, denunciar alguna desviación y mantener un silencio absoluto. Un ‘tiempo para el silencio’ (frase del presidente de facto, Jorge R. Videla) era necesario para alcanzar y lograr el tan afamado orden” que pregonaba la dictadura.
El Alte. Emilio Massera expresó, cita la autora: “(…) Hay tiempos donde algunos deben hablar y otros deben permanecer callados, así podremos escuchar a las voces de los justos y al silencio de los pecadores”.
En resumen, aquella Santa Fe de paisaje brumoso y de sangre de los justos (los ciudadanos) derramada fue llamada a un silencio sepulcral. Y quienes no se quedaron callados fueron -al revés- los pecadores. Con el retorno de la democracia, afortunadamente, la palabra volvió a tener circulación. La calle dejó de callar. Pero esa es otra historia.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.