Cada 26 de noviembre, el mundo celebra el Día Mundial del Olivo, una efeméride instaurada por la UNESCO en 2019 para destacar la importancia cultural, social, económica y ambiental de este árbol ancestral.

El Día Mundial del Olivo invita a reflexionar sobre la importancia histórica y ambiental de este símbolo de paz, mientras Argentina impulsa la modernización de su olivicultura. Con desafíos productivos, un fuerte potencial exportador y el auge del turismo y la gastronomía del aceite, el país se posiciona para consolidar un cultivo clave en su matriz agroindustrial.

Cada 26 de noviembre, el mundo celebra el Día Mundial del Olivo, una efeméride instaurada por la UNESCO en 2019 para destacar la importancia cultural, social, económica y ambiental de este árbol ancestral.
Según la organización, el olivo simboliza la paz, la sabiduría y la armonía, y su cultivo promueve un desarrollo sostenible que une a distintas comunidades y tradiciones.
La declaración del Día Mundial del Olivo se dio durante la 40ª Conferencia General de la UNESCO, gracias a una propuesta impulsada por Líbano y Túnez.
Para la UNESCO, este árbol no es solo un recurso agrícola: su longevidad y capacidad para regenerarse lo convierten en un emblema de resistencia, patrimonio cultural y un vínculo entre pueblos.

El olivo también ocupa un lugar simbólico. Su rama es universalmente reconocida como un signo de paz, y su cultivo contribuye a la lucha contra la desertificación y el cambio climático, ya que absorbe más carbono del que emite en su producción.
Si bien cuando se piensa en olivos el imaginario nos lleva a olivares europeos, Argentina cuenta con una tradición olivícola creciente y un gran potencial para transformar su producción hacia sistemas más modernos.
De acuerdo con un informe oficial sobre olivicultura argentina, el país ha registrado un superávit comercial de aproximadamente 160 millones de dólares en el período 2015-2020, gracias a exportaciones de aceite de oliva y aceitunas en conserva.
Sin embargo, ese mismo documento advierte que la producción ha enfrentado una tendencia descendente en los últimos años, atribuida a problemas de competitividad y rentabilidad.
Para revertir esa situación, el sector avanza hacia la olivicultura intensiva y superintensiva, con plantaciones más densas por hectárea, regadío y mecanización.
Esa transformación sigue una tendencia global: entre 2000 y 2019 se incorporaron más de 2,2 millones de hectáreas de olivar en el mundo.
El olivo no solo es cultivo: su presencia se expande en otros sectores, como el turismo y la gastronomía, generando un efecto multiplicador para las economías locales.
En nuestro país, el “turismo del olivo” se mantiene en crecimiento y ya hay bodegas de aceite de oliva que abren sus puertas para visitas, catas y experiencias temáticas, lo que permite conectar al visitante con el paisaje del olivar, la producción local y las historias alrededor de este cultivo.

Este tipo de turismo no solo educa sobre el proceso de elaboración del aceite de oliva, sino que también incentiva la economía regional, especialmente en zonas rurales donde los olivares se combinan con otras actividades agrarias.
La Rioja, cuna del aceite de oliva nacional, lidera las rutas oleícolas con visitas guiadas, catas y experiencias sensoriales en sus plantaciones.
Catamarca suma propuestas en los valles áridos del oeste, donde la tradición olivícola se combina con circuitos culturales y gastronómicos.
En San Juan, los olivares conviven con las bodegas y permiten recorridos que integran aceite y vino, dos pilares de la región.
Mendoza complementa su consolidado turismo enológico con oleoturismo en Maipú y Lavalle, mientras que Córdoba ofrece experiencias más boutique en Traslasierra y el Valle de Calamuchita, donde pequeños emprendimientos artesanales abren sus almazaras al público.
En conjunto, estas provincias impulsan un turismo que conecta paisaje, producción y sabor, posicionando al olivo como un atractivo emergente dentro del mapa turístico nacional.
En la gastronomía argentina, el aceite de oliva va ganando protagonismo: desde su uso en ensaladas gourmet hasta productos innovadores como aceites aromatizados, vinagretas caseras y maridajes con aceites locales. Muchas familias y pequeños emprendimientos redescubren la tradición de prensa casera, mientras que los chefs incluyen aceites nacionales de alta gama en sus creaciones.
Además, la reconversión productiva apunta también a mejorar la calidad: los olivares intensivos permiten una recolección más eficiente y, junto con buenas prácticas agronómicas, elevan la fracción de aceite virgen extra, ese que atrae a consumidores exigentes y al mercado de exportación.
Aunque la mayor parte del olivar mundial sigue siendo tradicional (alrededor del 70%), la tendencia hacia plantaciones más modernas marca un cambio estructural.
En Argentina, el potencial de expansión es grande: el país podría seguir incrementando su capacidad para exportar aceite con valor agregado, si logra mejorar la competitividad y adoptar tecnologías modernas.
El cultivo de olivos, bien gestionado, puede convertirse en una herramienta para la sostenibilidad ambiental, al estabilizar suelos, conservar paisajes y absorber carbono.