Por Susana Ibáñez
La historia gira alrededor de la figura de este hombre que narra y narra, cambia de atuendos, de personalidad, de actitud, pero no deja de vivir aventuras pseudo amorosas y extraordinarias.
Por Susana Ibáñez
Enrique Butti (Santa Fe, 1949) cuenta con una larguísima trayectoria como escritor de obras de teatro (Espina de diamante, 1990; La fruta de la perdición, 1994), novelas juveniles (No me digan que no, 1989/1994; El Fantasma del Teatro Municipal, 1994; Carnavalito, 1995; Sin cabeza y encapuchados, 2001), además de cuentos (Solfeo, 1993; El Diablo mete la cola, y otros cuentos del Infierno, 2006; 9 cuentos casi policiales, 2006), traducciones, investigaciones, novelas como Aiaiay (1986), Indí (1998), Cada casa, un mundo (2006), El Novio (2007) y El centro de gravedad (2012) y poesía (Caperucita y otros, 2009; Antífonas, Amor se fue, Apuntes sobre Proust, 2019).
Su producción muestra algunas constantes que vuelven a manifestarse en Araca corazón callate un poco, de reciente aparición en Palabrava: los diálogos rápidos de lenguaje coloquial, el humor, el desenfreno, la aventura delirante, el juego, la proliferación de historias que se entrelazan como los senderos de un laberinto. En esta nueva novela una mujer narra sus experiencias a partir de su relación con Marzolini, un hombre estrafalario, seductor y mentiroso que le cuenta sobre sus múltiples conquistas mientras ella espera que alguna vez esa relación tenga una deriva romántica. En su obsesión, se ve envuelta en intrigas y confusiones que homenajean los raros realismos de Arlt y Laiseca y, a la vez, el refinamiento de Mujica Láinez; además, en otra vuelta de espejos, la narradora alude a Nicolás Rosa al remedar sus dichos en El fulgor del simulacro: "La letra es un escribir(se) en sexo, es decir como pura alusión. La alusión, que funda la lógica de la elisión, es el régimen del sexo escritural". La cita, ubicada casi al cierre de la historia, bien puede funcionar como clave de lectura.
En la primera parte de la novela escuchamos la conversación que se desarrolla entre Marzolini y la narradora, diálogo que, entre otros temas, busca desentrañar la identidad de una mujer misteriosa que Marzolini no recuerda y que supuestamente conoce, Margarita Flaçon; conversan además sobre la relación que empieza a trabar con dos mujeres que conoció en misa, las bellas hermanas Florencia y Rita, sobre la persistencia de su amor por una mujer casada que nunca volvió a ver, y sobre la identidad de otra mujer que lo besó en el atrio y salió corriendo. "Mi amigo del alma se llama Marzolini y es muy especial", empieza a contar la mujer o, mejor dicho, empieza a escribir: la narradora documenta su aventura y en el acto de escribir repite el gesto de Marzolini, su salida al mundo a través de la narración para conquistar con su decir. Elaborando sobre las palabras de Rosa, se trata de hablar en vez de tener sexo, hablar para tener sexo, y dejar de hablar recién cuando llega.
La historia gira alrededor de la figura de este hombre que narra y narra, cambia de atuendos, de personalidad, de actitud, pero no deja de vivir aventuras pseudo amorosas y extraordinarias, y de contárselas, con genialidad escénica, a su amiga, la narradora sin nombre, irremediablemente subyugada por él. Por su parte, a la vez que habla de su aventura como amiga de Marzolini, ella reflexiona sobre el acto de narrar: "Él empieza hablando así, exagerándola si es necesario como yo estoy exagerando mi arrobamiento, y una situación que a menudo es banal, banalísima, qué se yo, a ver si me acuerdo…", p. 15). Abre de esta forma un juego metaficcional que se enriquece con alusiones al Marx de Brumario 18, guiños al Borges de los laberintos y de "El Zahir", a Kundera, a Emily Dickinson, a Hansel y Gretel. La narrativa proliferante de Marzolini invierte la propuesta de Las Mil y Una Noches: con sus historias Marzolini no pospone su ejecución, como hacía Sherezada, sino que crea un espacio de indefinición velado por sus relatos que inhiben un acercamiento amoroso.
La segunda parte de la novela consiste en una serie de escritos ("Mis papeles") que la narradora compone y esconde a medida que vive secuestros, persecuciones, reencuentros y descubrimientos, todos relacionados con la figura de Marzolini y con la de dos personajes en huida constante, Margarita Flaçon y un misterioso pintor enmascarado que vive en la pensión de las hermanas Flor y Rita. La identidad de la narradora también constituye un interrogante, ya que de ella sabemos solo que estudió Letras dos años, que desprecia a todas las mujeres que se le acercan a Marzolini y que arde en uno de esos amores posesivos de los que fácilmente nace un desprecio ulterior. Sus peripecias casi rocambolescas acercan la novela a la narrativa de aventuras; su pasión obsesiva, a la de amor; la búsqueda de personas perdidas y el desvelamiento de identidades ocultas, al policial. En estos cruces de géneros se percibe la naturaleza metanarrativa de la novela, que además se sirve del recurso de los manuscritos perdidos y encontrados para alterar el orden de la trama y crear suspenso a la vez que desnuda el hacer de quien construye el orden narrativo.
La pensión de las hermanas Flor y Rita se describe como un laberinto que se expande hasta contener multitudes, un mundo en sí mismo donde en medio del desorden y la decadencia los pensionistas marchan a favor y en contra de la dueña de la pensión con un fervor que nos recuerda las pasiones políticas y las divisiones a las que nos ha acostumbrado nuestra tierra. Este espacio ficcional y su muchedumbre variopinta, violenta y contradictoria, actúa como una alegoría dolorosa de nuestra Argentina, con sus pasiones, desenfrenos y contrastes. En las escenas de la pensión-laberinto, las estilizaciones del habla popular de los pensionistas contrastan con el habla culta de la narradora, lo que agrega otra capa a la riqueza verbal de la novela. La historia de los amores de Marzolini y de las desventuras de su admiradora también es laberíntica, incesante, en apariencia sin curso fijo, repleta de lo que simulan ser digresiones y que más adelante resultan claves para la resolución de los misterios que espesan la trama.
En su despliegue, el laberinto verbal de la novela alude en el título a un tango de Vaccarezza que habla de la posesividad de un amor violento: mata el hombre cuando la mujer ya no lo ama, de la misma manera que la narradora se desprende de lo que la daña. El amor se presenta en diferentes versiones. Primero, obsesivo, como un deseo de canibalización del otro, de devorar y ser devorado. Como decía Zugmunt Bauman, en nuestra época "el deseo es el anhelo de consumir. De absorber, devorar, ingerir y digerir, de aniquilar". Los seres deseables deben escapar para que la pasión que despiertan no los destruya. Y el amor también se presenta sano, como el advenimiento oportuno de lo que siempre estuvo ahí y no vimos, como el movimiento hacia el otro que hace quien al fin percibe un movimiento hacia sí y tiene que decirle a su corazón que se calle un poco, que es hora de dejar de hablar.