"La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes"- Charles Bukowsky


"La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes"- Charles Bukowsky
"Argentina, no lo entenderías" es una frase que se utiliza en las redes como cierta especie de explicación de lo absurdo de ciertos comportamientos. Solo en este hermoso país que odiamos amar suele suceder que un presidente en un mismo párrafo diga una cosa para contradecirla al segundo, casi como un gran oxímoron: "Fuimos derrotados, hemos escuchado a la población (…) vamos a redoblar lo que venimos haciendo desde el 2023". Palabras más, palabras menos, la sordera y la falta de empatía con la decisión de cierta parte de la población es altamente preocupante.
No es ninguna noticia que Javier Milei se imagina como el salvador plenipotenciario de la sociedad argentina, viéndose a sí mismo como emperador de grácil melena leonina; como ese mesías salvador de las ideologías económicas que desterrarán para siempre el molesto pensamiento filo marxista/leninista/trotskista/zurdimierdista del mundo libre, el gran y orgulloso faraón disfrazado de topo destructor del estado y, a los hechos, de la división de los poderes democráticos.
Este prócer vivo que monta leones y con motosierra en mano va destruyendo todo a su paticorto paso, termina erigiéndose en un monarca de utilería muy parecido al personaje de Alberto Olmedo como presidente de Costa Pobre. Milei se indigna cuando los actores democráticos actúan como democracia. Se enoja, patea y maldice cuando descubre que en la Argentina existe un lugar llamado Congreso. Es que nuestro excelso presidente todavía no se enteró que para gobernar hay que dejar de tuitear y levantar la vista, para ver cómo son las necesidades de 45 millones de personas a las cuales, al menos por su investidura de presidente, les debe respeto como primer funcionario público.
En estos tiempos de IA y de Google, solamente con poner las funciones y deberes del funcionario público nos sale lo siguiente: "Cumplir sus funciones con eficiencia, rectitud, honradez y dedicación, siempre en busca del interés general y el bienestar social. Deben desempeñar sus tareas personalmente, proteger y conservar los bienes del Estado, y actuar con dignidad y circunspección. Además, tienen la obligación de cumplir la ley, evitar conflictos de interés, no aceptar regalos o beneficios indebidos, y declarar las situaciones de incompatibilidad". Entonces pensamos en Libra, 3%, las coimas, los sobreprecios en PAMI, entre otras cosas,... en tan solo un año y medio.
El mes de agosto arrancó con un nuevo festival de denuncias de corrupción. Y no, no contra la "casta", sino contra el propio Milei y su entorno, o su hermana Karina, entornada, "jefa de gabinete" y presidenta de facto… contratos turbios, manejos poco claros y sospechas, negociados, porcentajes. Para ellos, "La Libertad Avanza", para la población y los analistas políticos, "las denuncias también". Y mientras tanto, la lenta Justicia comienza a olfatear sangre. Milei grita "¡La casta, la casta!" con el mismo énfasis con que un nene dice "¡Viene el lobo, el lobo!" Pero a estas alturas, el cuento del pastorcito toma cada día más forma.
El Congreso de la Nación, ese espacio que a Milei tanto le molesta, también es el objeto de deseo para convertirlo en un call-center de libertarios y de diputados obedientes que, como muñecos de la abundancia chinos, le levantarían la mano de manera "automática". Pero no, pues ahora, se le convirtió en un muro de contención. Sus proyectos más ambiciosos fueron rechazados contundentemente, porque -al margen de la transa política- el Congreso empezó a tener la autonomía necesaria para ponerle un freno a los caprichos del señorito presidente. Y el Senado, incluso, anuló el veto presidencial sobre una Ley de Discapacidad de forma apabullante.
Así, Milei se topó con la regla más elemental de la democracia republicana. No alcanza con insultar ni con imponer, hay que convencer, dialogar, buscar acuerdos, negociar. Pero no hay caso, como si fuese un capricho infantil, todo lo que no le gusta, lo veta. La votación en la provincia de Buenos Aires le pegó un notorio baño de realidad a su gobierno; las urnas golpearon duro, la diferencia de más de 13 puntos fue un verdadero referéndum sobre su estilo y sus formas, y ocurrió en el distrito más grande del país, donde vive casi el 40 % del padrón electoral.
Dolido, gráficamente confundido, leyendo palabras inconexas, intentó hacer un mea culpa menospreciando a la gente que votó contrariamente a sus intereses. Una vacua autocrítica para después arremeter con que va a duplicar el esfuerzo en seguir haciendo todo lo que venía haciendo. O sea… autocrítica cero. La analogía es clara, su secta de obsecuentes sigue jugando el juego que más le gusta: considerar al Estado y a los estamentos democráticos como si fueran la mancha venenosa (aunque sirviéndose de ellos).
Lamentablemente, este monarca ilustrado confunde la Casa Rosada con un trono medieval. Pero la democracia le muestra que, en Argentina, los reyes duran lo que dura un hashtag o una historia en Instagram. No escucha que gran parte de la población le está diciendo que gobierne como presidente, no como dictador. Además, con este "voto castigo" en la provincia de Buenos Aires le están diciendo que se ponga la ropa de mandatario elegido, no importa si lleva cuatro camperas encimadas, pero que al menos sea consciente de que si realmente el traje de presidente le queda grande, la democracia va a avanzar igual. Con o sin su hermana, a la que nadie votó.
Entre agosto y lo que va de septiembre, la realidad política argentina, y mas precisamente el gobierno de Milei, dejó una certeza: la democracia no se deja domesticar. Resiste los gritos, las puteadas, el maltrato y la sordera; se ríe de los insultos y castiga con el voto. Milei podrá seguir vociferando contra "la casta", pero el tipo que grita y esconde que en sus filas tiene Menems, Caputos, Bullrichs y Sturzeneggers y otros ilustres apellidos que desde hace décadas viven del Estado y sobre el Estado. En su magnánima ignorancia desconoce que la verdadera casta, la más poderosa, está a su lado en el gabinete o en puestos estratégicos, no está en el Congreso.
Nuestro presidente, que preside al lado de la más denunciada, desdeña y subestima a la ciudadanía, la gente común; esos que pueden ser minusválidos; que laburen en la salud; médicos del Hospital Garrahan; jubilados; estudiantes universitarios; periodistas; que se manejan en taxis, Uber, Didi, que son empleados públicos o desempleados en el peor de los casos. Todos ellos y muchos más son aquellos que entran al cuarto oscuro, toman la lapicera y deciden el rumbo de la Argentina con su voto.
El presidente perdió, porque cree que la democracia es un juego y el Congreso un accesorio, un decorado y una excusa para seguir puteando. Pero la democracia, aunque maltratada y golpeada, siempre avanza. Y cada tanto recuerda que los gobiernos son pasajeros, mientras que la voluntad popular es la que realmente conduce, equivocada o no; la población siempre tiene en sus manos y en las urnas la decisión soberana. La libertad podrá avanzar en eslóganes y en ejércitos de tuiteros, pero la que verdaderamente avanza, con paciencia, e inexorablemente, es la democracia... Es la democracia, estúpido.
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