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Todos caemos, y quedamos expuestos a la trampa informativa, porque todos estamos a expensas y sin defensas ante el incesante tráfico que se multiplica a la misma velocidad del virus.
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Extraños despertares se viven en estos sofocantes días de marzo. Marzo agobia, a este pobre mes que le tocó en suerte ser el mes post vacacional; es el mes del comienzo de las clases, o de los que tienen que dar el/los examen/es para saber si su destino es ser repitente/s o pasar de año sin dilaciones. Marzo es también el mes de la apertura de las sesiones donde los políticos y sus votos decidirán y regirán los destinos de la sociedad santafesina y nacional, con sus marchas y contramarchas, el de las trenzas (de las nenas en su primer día de clases y la de los políticos).
¿Nos iremos a Marzo otra vez? Ese miedito adolescente que sentíamos cuando íbamos a recibir las calificaciones a sabiendas de que no habíamos tenido un buen desempeño escolar; o ese vacío en la panza de domingo por la noche tan parecida a esa angustia infantil que nos agarraba cuando nos veíamos acorralados por nuestros padres por culpa de esa pillería que quedó al descubierto.
Detesta mi testa pensar en esas viejas angustias infantiles, mi viaje interno hoy tiene restricciones que escapan a mi entendimiento, ¡bah! entiendo que tenemos que desentendernos atendiendo las necesidades urgentes, para así atender a las preocupaciones presentes que hoy nos acogen por detrás, sin decir “agua va”, por ese bicho viajero y traidor, que viene cada marzo con los primeros fríos o de humedades inhumanas, ese bichito que muta de forma y de nombre, y que en este caso ya no es más un cuento chino. “Todo viene de china” me decía un amigo con un celular último modelo, hecho en China, inserto en una funda colorida “made in China”, mientras pinchaba un queso gouda -argentino- con un palillo que también estaba fabricado en China y sobre un mantel cuya etiqueta delataba que había sido manufacturada en alguna empresa de la China. Mi amigo es bastante calentón, es protestón y medio en serio y medio en joda me decía -y repetía para quien quisiera oírlo- en la mesa de bar, que seguramente era de alguna industria china, que tendríamos que abrir los ojos ante la invasión del “Colona Vilus” (chistecito fácil y al pie). Mi amigo, no voy a decir el nombre para resguardarme por futuras acciones legales contra mí, me dijo algo así, muy suelto de cuerpo, que la invasión de éste tipo de gripe no era “moco de pavo” y que hay muchas cosas que no se dicen, mirada cómplice y con un discreto carraspeo burgués, casi flemático en sus formas, me dijo “estamos cagados”.
El incesante tráfico de información falsa se propaga a la misma velocidad del virus, entonces asistimos impávidos a videos o partes de prensa o a informaciones supuestamente “serias” y de fuentes confiables, pero también circulan otras de dudosa calidad y de más dudosa procedencia.
Endiosamos a lo que circula en las redes como si fueran verdades de fe. Testificamos y perjuramos que lo que vimos es verdad, porque “me lo mandó un amigo que tiene la posta”, o porque tiene un logo que es creíble y su institucionalidad no lleva duda alguna.