Por María Angélica Sabatier (*)
Mientras crecen las evidencias de un calentamiento global sin precedentes y ante un cambio climático que ya no puede refutarse, aparecen nuevas preguntas: ¿Se puede seguir pensando la gestión de un recurso vital para la vida como se la ha pensado hasta ahora?
Por María Angélica Sabatier (*)
Ya en 2014 se consolidaba la advertencia acerca de la alteración de los llamados “ríos voladores”(1), documentados en 2007, por impacto del proceso de desforestación que pone tierras al servicio de la producción agrícola-ganadera, por ejemplo en el sistema Amazonas(2). En marzo de 2018 la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) alertaba “los impactos de la sequía son de gran alcance y duraderos... e impactarán sobre la disponibilidad de alimentos”(3) en especial para los pequeños agricultores y las comunidades más vulnerables, haciéndose eco de un informe del Banco Mundial de 2017(4).
Hoy, en plena pandemia de COVID 19 que mueve de la agenda mediática tantos otros asuntos vitales, un medio correntino reporta que “El río Paraná atraviesa su peor bajante en 50 años, según dio a conocer este jueves el Instituto Nacional del Agua (INA) a través de un informe -emitido por el ICAA- en el que remarca que hace cinco días el caudal está por debajo de los dos metros de altura”(5). Hace pocos días las imágenes de las Cataratas del Iguazú sin agua recorrieron el mundo, que debe verlas como un mal menor ante más de un millón de infectados, decenas de miles de fallecidos, sistemas sanitarios debilitados por inversión de prioridades que colapsan a poco de iniciarse cada brote y gobiernos que dicen y se desdicen. Todo resumible como una larga lista de hechos desafortunados empezando por la destrucción del hábitat y la pérdida de biodiversidad que hace posible el salto de todo tipo de patógenos de animales a los seres humanos(6). El cambio del uso del suelo y la deforestación son parte de esa lista de hechos desafortunados que vienen pasando factura.
Pero la COVID19 podría ser una larga coyuntura, mientras que el cambio de patrón de circulación de humedad atmosférica parece una transformación estructural, de largo plazo, gestada durante mucho tiempo, que aporta mucha incertidumbre porque puede preverse cómo va a impactar en el futuro inmediato y mediato.
Un reporte oficial del INA, fechado el 27 de marzo pasado(7) no hace posible ser optimista al respecto. Conviene leer el reporte, en el que se analiza la anomalía de las precipitaciones de enero a marzo y la variación de lluvias acumuladas de las últimas semanas de marzo y refiere por supuesto a las represas multipropósito brasileras que en estas circunstancias operan “de pasada”, es decir: tanto llega, tanto sale.
Concluye: “Baja probabilidad de lluvias significativas sobre la alta cuenca del río Paraná en Brasil” a corto plazo. La lectura de escala en Puerto Iguazú se estima(8) -en la fecha del informe- en el orden de 9,00 m por debajo del promedio mensual de marzo de los últimos 30 años. No se registraban valores tan bajos desde diciembre de 1988”, es decir, hace 32 años.
Por su parte, el reporte del 1 de abril expresa(9): “Río Paraná en Brasil, Muy inferior a lo normal; Río Iguazú, Muy inferior a lo normal; Río Paraná Tramo Paraguay-Argentina, Bajante Extraordinaria; Río Paraguay, Niveles en Bajante Persistente; Río Paraná en Tramo Argentino, Persistencia de Aguas Bajas”.
Observaciones que no son ajenas al contexto de sequía regional que viene siendo monitoreado(10) por satélites gemelos operados por la NASA y el Centro de Investigación de Geociencias de Alemania(11), a partir de los cuales se obtienen imágenes que ofrecen información regional para nada despreciables. La imagen a la izquierda indica el estado de humedad del suelo; la derecha, las aguas subterráneas poco profundas, las dos correspondientes a lecturas efectuadas el 30 de marzo último. En ambas puede apreciarse que la cuenca del Paraná, como vastas zonas del continente sudamericano, están en los percentiles más bajos de humedad. Esas manchas rojas en las imágenes son claros indicadores de ello.
El reporte del Earth Observatory expresa que “A medida que América del Sur avanza hacia el otoño, varias partes del continente enfrentan déficits de lluvia y sequías que podrían reducir las cosechas. Los satélites están proporcionando nuevas ideas sobre tales condiciones. La lluvia en el verano de 2020, y específicamente en marzo, ha sido hasta un tercio inferior a lo normal en los estados brasileños de Mato Grosso do Sul, São Paulo y Paraná, según varios informes noticiosos.
Asimismo, el norte de Argentina, Chile, Colombia y Venezuela informaron déficit de lluvia y condiciones de sequía en febrero y marzo. El clima seco fue acompañado por un calor excesivo. Según los Centros Nacionales de Información Ambiental de EE.UU., América del Sur tuvo su segundo período más cálido de diciembre a febrero en 110 años de registros. Febrero 2020 marcó, a escala mundial, el 44° febrero y el 422° mes consecutivo con temperaturas más altas que el promedio del siglo XX.”
Mientras crecen las evidencias de un calentamiento global sin precedentes y ante un cambio climático que ya no puede refutarse, aparecen nuevas preguntas: ¿Se puede seguir pensando la gestión de un recurso vital para la vida como se la ha pensado hasta ahora? ¿Puede sostenerse la racionalidad de un modelo que elimina sistemáticamente excedentes sin intentar siquiera pensar en almacenarlos -sobre todo cuando los eventos se han puesto extremos- para las épocas de vacas flacas? ¿Es posible creer todavía que, no importa lo que pase, el sistema Paraná asegura el suministro de agua para consumo humano? ¿Podemos afirmar hoy que no estamos a las puertas de una sequía de larga duración? ¿Podemos descartar que territorios que en el pasado han tenido un régimen pluviométrico generoso, se conviertan en áreas deficitarias con algunos momentos de exceso? ¿Podemos no pensar nuevos criterios de gobernanza del agua que incluyan mejores compromisos de caudales mínimos en la operación de represas que almacenan enormes volúmenes de agua? ¿Podemos ignorar que los eventos climáticos son cada vez más extremos, de más duración e intensidad? ¿Podemos no incluir nuevos actores, no aceptar nuevos roles?
Es época de nuevas preguntas; las respuestas a las anteriores, claramente, se han agotado.
Notas:
(1) https://www.bbc.com/mundo/noticias-41038097
(2) https://actualidad.rt.com/opinion/osuna/view/116521-amazonas-rios-voladores-peligro
(3) http://www.fao.org/in-action/agronoticias/detail/es/c/1105538/
(4) https://www.iagua.es/noticias/banco-mundial/impactos-sequia-son-gran-alcance-y-duraderos
(5) http://www.fm899.com.ar/noticias/argentina-2/fue-el-peor-marzo-de-los-ultimos-50-anios-en-el-rio-parana-71092
(6) Pandemia, Hábitat y Biodiversidad. Sabatier, María Angélica en https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/232623-pandemia-habitat-y-biodiversidad-reflexiones-primarias-por-maria-angelica-sabatier-opinion.html
(7) file:///C:/Users/Usuario/Downloads/Bajante_Ríos_Paraná_Iguazú_2020mar27.pdf
(8) https://www.radiosudamericana.com/nota/228406_el_ina_destaca_bajante_r%C3%A9cord_en_marzo_de_los_%C3%BAltimos_50_a%C3%B1os.htm
(9) https://www.ina.gov.ar/trunk/archivos/Hidro_2020abr01.pdf
(10) https://earthobservatory.nasa.gov/images/146537/measuring-drought-in-south-america
(11) Los mapas se basan en datos de los satélites Gravity Recovery y Climate Experiment Follow On (GRACE-FO), que detectan el movimiento del agua en función de las variaciones del campo de gravedad de la Tierra.
(*) IRH, Magister en Gestión Ambiental, Doctoranda en Educación de las Cs. Experimentales, Docente-Investigadora de FADU-UNL.