LLEGAN CARTAS
LLEGAN CARTAS
Cambios que entorpecen y enojan
ILEANA MARTIN
El último día de febrero de 2020 caímos enfermos mi esposo (de 84 años) y yo (de 79). Llegamos a Rosario en un colectivo en el que viajaba un pasajero que tosía como tísico, en el asiento contiguo al nuestro. Un hijo nos fue a buscar y también se enfermó. Yo tuve más de 38,5° de temperatura y mi esposo estornudó sin parar hasta quedar extenuado.
Volvimos a Santa Fe y nos encerramos desde el 1° de marzo, porque sabemos qué hacer cuando hay una epidemia. Dieciocho días después, declararon la primera "encerrona". Yo la respeté al máximo y mi esposo solo salía a hacer las compras.
Ni bien llegamos ese 1° de marzo a Santa Fe, llamé al 0800 para pedir que nos hisopen. Reiteré el pedido durante un mes, llamando tres veces más. Pero no tuvimos respuesta porque no coincidían nuestro síntomas con los que originalmente se mencionaban (aunque después incluyeran los que teníamos entre los síntomas de Covid). Hoy, quienes dirigen los operativos, se mesan los cabellos porque en realidad no se hicieron más hisopados. Cuando los veo por la tele me dan lástima y mucho enojo.
Durante 2021 he salido de mi casa no más de 4 o 5 veces para ir a mis médicos. Debo cuidarme porque soy operada de cáncer de pulmón hace diez años.
Cuando comenzaron la vacunación recibí la 1ª dosis de Sputnik V. Fui en taxi y no nos hicieron hacer cola porque, con sensatez, habrán pensado que nos saldría muy caro el trayecto de ida, más la espera, más la vuelta. Las chicas que me atendieron por la ventanilla del taxi lo hicieron con destreza (colocación de la vacuna, entrega del certificado y nuevo turno). Estuvieron sonrientes, amables, rápidas, eficientes. En fin, jóvenes animosas y dispuestas. Solo puedo decir de ellas cosas bellas.
El 2º turno no pudo cumplirse en la fecha estipulada, porque las vacunas no llegaban. Por eso lo tuve que volver a gestionar. Me tocaba ir el pasado 17 de junio después del mediodía. Como mi hijo trabajaba, nuevamente me dirigí en taxi. Llegué 15 minutos antes. Le dije al taxista que la vez anterior no nos hicieron hacer cola. Entonces, siguiendo mis indicaciones, pasó por el costado y pidió que lo dejan entrar como había sucedido en la primera vacunación. Pero esta vez se lo negaron. Apelé al dinero que sale llegar y volver en taxi, sumado lo que cuesta que caigan fichas mientras uno espera que avance la cola. Llamaron a personal de la más alta jerarquía para resolver la situación, pero no hubo caso. Me dijeron que habían cambiado la operatoria. Pregunté a través de qué medio de comunicación le habían informado a la población. No sólo no lo habían hecho sino que nos mandaron al final de la cola, que ahora superaba ampliamente la cuadra. Querían llevarme en una silla de ruedas al vacunatorio y que el taxi me esperara 20 minutos. Debo aclarar que la primera vez no sólo priorizaron la entrada de los taxis, sino que me vacunaron ágilmente y me hicieron esperar adentro del vehículo a un costadito mucho menos de 20 minutos.
Tengo título universitario como personal de salud y durante la inundación del 2003 participé del operativo de vacunación como voluntaria. Yo no estaba pidiendo una vacuna vip ni una excepción. Sólo que me vacunaran en el día y horario que me habían otorgado con el mismo procedimiento con el que lo habían hecho para la primera dosis. En mi interior se me retorcían las tripas porque sentí la ingratitud de la vida que me echaba hieles en vez de mieles. Me enojé. Y sigo así.
No me voy a colocar la 2° dosis. No tengo por qué gestionarla de nuevo. No quiero estar con gente que nos recibe de tal manera. Cambian las normas sin avisar. Mi propia experiencia me ha demostrado que no es necesario pagar una fortuna de taxi para poder vacunarme. ¿Por qué no habilitan otros vacunatorios?
El bello trato que tuve la primera vez se transformó en obstáculos para impedirnos el paso. Con mis casi 80 años me fui de ahí llorando y sin vacuna. ¡Y el taxi me salió $ 610!
Les pido a las autoridades sanitarias que corrijan esta situación. Y si me quieren colocar la segunda dosis, exijo que vengan a mi casa. Fui en el horario y el día establecidos. No tengo que pagar una fortuna para vacunarme por una mala decisión de ustedes. Quiero que oigan mi enojo. Tengo legítimo derecho a ello. No tienen más que traerme la jeringa, la aguja y la dosis. No me tienen ni que tocar, yo misma me la pongo.
Me urge que los que tienen que ir a vacunarse presten atención a esto y denuncien irregularidades.
En cuanto a las jóvenes vacunadores, amables e incansables, vuelvo a felicitarlas y agradezco su atención de la primera vez. En modo alguno estas líneas son para ustedes. Esta vez fallaron la conducción y la organización dispar.
Gracias a El Litoral por publicar esta carta.