Cómo una plaza se volvió el "corazón verde" que organiza la dinámica social de un barrio de Santa Fe
Se trata de la Plaza Pueyrredón, en el epicentro de Candioti. De mañana y por la tarde, los feriantes y los puesteros de La Verdecita. De noche, la vida nocturna con la música y los bares. Las luces y algunas contradicciones de un lugar emblemático.
La entrada a la emblemática Plaza Pueyrredón. Allí se respira vida. Crédito: Archivo Manuel Fabatía
Clavada en el corazón el barrio Candioti Sur-Norte, la emblemática Plaza Pueyrredón de Santa Fe guarda una historia increíble: fue una laguna, un terreno "hundible" donde se sospechaba que había problemas estructurales de suelo, epicentro de febriles mitines políticos, y mucho más. Más allá de ese pasado valioso, su actualidad no deja de sorprender.
Es que ese espacio público está ubicado en un lugar donde la vorágine de autos que vienen y van por Bv. Gálvez -y las calles transversales- no da respiro de lunes a viernes; "cercada" por los edificios en altura, los bares, los restaurantes, las heladerías, los comercios. Pero los fines de semana, el paréntesis se abre para meter allí dentro la necesaria pausa a la agotadora rutina.
Una de las estatuas del espacio público fue restaurada. Crédito: Flavio Raina
Con todo, vale decir la que Plaza Pueyrredón se ha vuelto hoy el "espacio organizador", el "corazón verde" que le da pulso y modera la vida y las dinámicas sociales de ese barrio de la ciudad capital, aún algunas contradicciones, como la presencia de cuidacoches, que están prohibidos.
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Es sábado, pasado el mediodía. Ya de siesta casi. Los feriantes ya están armando sus puestos. "El paseo de la feria arranca desde las 15 hasta las 20, más o menos. Si el día está lindo, se llena de gente. Algunos vendemos, otros no... Es así. Pero se labura bien, dentro de todo", le dice un feriante a El Litoral, que es herrero.
En el centro de la plaza -donde mirar hacia arriba da esa paz de los árboles con sus generosas frondas que dan sombra- están los puesteros de La Verdecita. Arrancaron temprano, antes de las 7. Ya están terminando la jornada laboral, y empiezan a acarrear los cajones para acomodarlos en las chatas. Aún hay clientes llegados a último momento.
Los puestos del paseo de feriantes se preparan para la visita de la gente. Crédito: El Litoral
Pero en los alrededores, aparecen aquellas personas que van a buscar ese impasse a la rutina de la semana que pasó. Ahí se ve a un papá hamacando a su hija; a otra mamá con el cochecito, paseando con su bebé; a una pareja de amigos mateando; dos abuelos llegan con un nieto; una jovencita pasea su perro. El olor a la vida en pausa se siente bien.
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La plaza está bien cuidada. El césped bien cortado, las luminarias en buen estado, al igual que las especies arbóreas y las losetas de las veredas. Una de las estatuas fue restaurada, pero la central, la estatua de “Baco”, dios de la fertilidad y el vino sigue su derrotero de abandono: sin los brazos y con la estructura horadada.
Aquí aparecen algunas contradicciones que colisionan con la belleza de la plaza. Por ejemplo, el cartel que da la bienvenida al espacio fue pintarrajeado: "XXX Punk BMX", escribió alguien con aerosol. Hay basura, pero lo "habitual": algunos plásticos (botellas), paquetes de cigarrillos estrujados y muchas, muchas heces de perros. Esto muestra las inconductas ciudadanas.
Dos jóvenes matean y charlan. El Baco sigue en abandono. Crédito: Flavio Raina
También, los tachos de metal están "marcados" con pintura; y hay muchas pegatinas donde se promocionan bandas de música, recitales, hasta "brujas y curanderas" que prometen recuperar y hacer volver aquel amor perdido que se fue.
Pero quizás lo peor sea el estado de la fuente con agua, que tiene un color verduzco. Allí, se ve mucha mugre: el aluminio de latas de cerveza; paquetes de galletitas, colillas de cigarrillos... De todo. Otra vez, se develan las inconductas de mucha gente a la que no le interesa cuidar un espacio público.
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Va cayendo la noche. Y la plaza, de a poco, empieza a transformarse. De aquella paz de la siesta, se pasa al paisaje de la nocturnidad. Aparecen los jóvenes, que se reúnen a tomar una cervecita; un muchachito cae con una guitarra e improvisa unos acordes de rock; curiosamente, los puestos de bijouterie aún no se fueron: es que con los jóvenes, venden sus artículos.
Puesteros de la La Verdecita, en pleno trabajo. Crédito: El Litoral
Entonces, la cosa va tomando forma. La vida nocturna se enciende con todo su esplendor, y la plaza es el epicentro. Desde el mítico Mercado Progreso llega la música de una banda "indie": los jóvenes van a ver "qué onda", algunos se quedan y otros vuelven.
Los bares circundantes al espacio público ya están casi llenos. De gente joven, pero también de adultos mayores. El balcón gastronómico que está en un sector de la plaza se encuentra colapsado de sillas y mesas ocupadas. Y los bares y restós que rodean la plaza van siendo "tomados" por los comensales. Ya corre la cerveza, el vino, el vermú, muy de moda.
La mugre en una de las fuentes con agua. Crédito: El Litoral
Hay un último elemento que vuelve a la Pueyrredón lugar organizador de la nocturnidad de Santa Fe. Es su equidistancia con lugares clave de la noche capitalina: hacia el Norte, el polo gastronómico más importante de la ciudad, en Candioti Norte.
Y hacia el Este están cerca, por ejemplo, el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de la UNL; decenas de heladerías y cafeterías; llegando a calle Güemes, la también mítica Casa de la Cultura; un poquito más allá la Estación Belgrano y, con un último "tirón" -porque todo puede visitarse caminando-, la Costanera Oeste y el Puente Colgante.
La plaza, aún con sus contradicciones y cuestiones a mejorar, está llena de vida diurna y nocturna. Cuidarla es responsabilidad tanto del municipio, que es evidente que la mantiene, pero sobre todo de la ciudadanía.