El humedal, se resiste a las primeras luces del amanecer, las hojas escurren gotas ingrávidas. Una línea naranja atraviesa el cielo. El sol parece estar más maduro, más caliente en las últimas mañanas del invierno. Pálidas nubes pasan deshilachándose muy despacio. En la planicie árboles muertos cubiertos de enredaderas, musgos y algas, parecen plantados en la descuidada hierba de un cementerio.
La espesura toma vida. Un aguará guazú salta sobre los arbustos, el movimiento de un ratón lo sobresalta y se aleja. El benteveo levanta la cabeza, vuela hasta la rama más alta del palo santo; allí comienza con un fuerte llamado, lo intensifica hasta que la figura etérea aparece. Ella viste una túnica color tierra, el cabello lo lleva oculto bajo un turbante entretejido con pequeñas ramillas.
La figura femenina irradia luz, en la mirada tiene una expresión inteligente, parece joven por el brillo de los ojos, los labios y el cabello, como si una sonrisa bastará para mantenerla flotando por encima del suelo. La dama del humedal aspira una bocanada de aire fresco, el pecho se expande y contrae en un movimiento armónico.
La fuerza de gravedad no tiene dominio sobre su cuerpo, se eleva sobrevolando el humedal; los seres vivos son conscientes de su tutela. Concebida de las entrañas de la tierra, es protectora, enemiga de los saqueadores. Todo lo que acontece entre el mundo humano y divino no le es oculto, posee un corazón anciano repleto de sabiduría.
En este paraíso natural existe un bañado poco profundo, cubierto de vegetación; sobre él, la luz se posa como una gasa, trayendo alivio a las cansadas hojas de los árboles. En la parte más opaca de estas aguas, un animal feroz custodia un preciado objeto mágico. Esta criatura tiene dientes fuertes como el hierro, el color de la piel es verdoso pero puede variar a amarillo o azul para camuflarse. La parte superior de la cabeza es transparente con pelos duros y enmarañados. Si un humano lo mira a los ojos lo paraliza, tritura sus huesos y luego lo devora.
Los poderes de esta bestia proceden del agua y a lo único que le teme es al fuego. La dama del humedal se aproxima a la orilla; en el bañado, las aguas se agitan, la bestia percibe el llamado de la mujer. Los animales observan este accionar que lleva varias lunas; intuyen el peligro. El yabirú, espera junto a los polluelos, el búho aguarda en el nido.
Las palmeras caranday se doblan agitadas por el viento que estremece todas las cosas. Una formación fantasmagórica crece en los árboles muertos y cubiertos de agua. El silencio avanza entre los cuerpos verdes, camalotes y lentejitas, enjugando las lágrimas del humedal. Un ciervo de los pantanos se acerca, tiene el pelaje húmedo, ha llegado nadando.
- Señora, los enemigos están próximos a invadir el humedal.
- Busca a Sebastián (ordena la guardiana).
Un oso melero se presenta, trae un canasto con espinas de cactus infectadas con veneno de serpiente de coral y yarará, capaces de producir una muerte instantánea a quien tan solo las roce.
- Sebastián, alerta a todas las criaturas que la invasión es inminente.
Las órdenes de la guardiana son precisas.
- Árboles muertos y vivos, enredaderas y camalotes, entrelacen las raíces, construyan una muralla lo más resistente posible; unan las ramas y abracen el humedal.
- Animales voladores y terrestres huyan a lugares altos.
Comienza una migración colectiva, inscripta en el instinto y los genes de cada especie. No es la distancia lo que define este viaje, sino un único propósito… Sobrevivir. El peligro es lo que impulsa a los animales a salir de sus hábitats familiares. Llegar al punto de destino les exige un gasto extraordinario de energía. Están concentrados en el objetivo; no se distraen, ni se detienen. Necesitan llegar cueste lo que cueste. Pueden comer más tarde, pueden descansar más tarde, el único propósito es alcanzar el lugar seguro designado por la guardiana.
Nutrias, carpinchos, tigres, perezosos, osos hormigueros, castores, antílopes, yacarés, serpientes, boas curiyú, aguará guazú, garzas blancas y garzas moras emigran buscando refugio a lo largo y ancho del bañado. Algunos perecerán en el camino, los más débiles y los enfermos. La dama del humedal corre a la orilla.
- Bestia de las profundidades, dame lo que custodias.
El agua se agita, la mitad del cuerpo de la aterradora criatura queda expuesto. De las manos salen unas enormes garras curvas y afiladas, diseñadas para perforar cualquier superficie y producir heridas mortales.
- Aquí está, mi señora (dice, entregando el cofre).
Ella lo abre, conoce el contenido. Es un anillo con una pequeña piedra aguamarina. La dama del humedal se lo coloca en el dedo índice, levanta el brazo y lo dirige hacia lo alto. El anillo se enciende, emitiendo un halo de luz que hiere el cielo. Con las cejas levantadas, los ojos grandes, la boca abierta, susurra una plegaria en idioma originario.
La guardiana levanta el tono de la voz, hasta transformarla en un sonido semejante al rugido de un león amplificado miles de veces. En el humedal se hace de noche, el sol se esfuma empujado por las nubes, que asustadas por el flagelo de los relámpagos, escapan en todas direcciones. El oído vibra con las descargas eléctricas que asemejan un campo de batalla. Los rayos espantan con ferocidad. El viento arrecia.
El olor a tierra mojada invade el aire. Llueve; llueve como cascadas. El agua cae, se precipita por los pantanos y los bañados. El río ruge, desbordando las orillas. Ella no se inmuta frente a la lluvia, ni el viento, ni el frío, solo mantiene en alto los brazos. Le ordena a la lluvia que no cese. Cuando el cielo se despeja, el benteveo se posa en el hombro de la guardiana.
- Avisa que el peligro ha pasado, por un tiempo, el enemigo estará alejado.
- Guardiana...¿Quién es ese enemigo tan poderoso? (pregunta el ave)
- El hombre querido amigo, el hombre.
El pueblo más cercano está inundado. La caída de agua fue inusitada, acrecentó el caudal del río, le dio fuerza a la corriente y se llevó todo a su paso. La tormenta destrozó los caminos; el puente que había sobre el arroyo se lo llevó el agua. Rocas y piedras quebraron todo a su paso con fuerza incontrolable.
Los árboles, silenciosos guardianes, permanecen de pie. En sus ramas se esconden historias, en sus raíces anidan sueños y en su quietud se respira la sabiduría de la tierra. El benteveo sobrevuela la zona,... en el silencio trágico se escucha: "Bicho feo, bicho feo"
Ella se oculta en la espesura del humedal, viste una túnica color tierra, lleva el cabello oculto bajo un turbante entretejido con pequeñas ramillas. En la mirada tiene una expresión inteligente, parece joven por el brillo de los ojos, los labios y el cabello, como si una sonrisa bastará para mantenerla flotando por encima del suelo.
Es la dama del humedal; algunos la llaman naturaleza.