En 1963, el Museo Rosa Galisteo abrió la muestra de Lilian Gómez Molina de Dutari, una artista cordobesa que ya había expuesto en Buenos Aires, Rosario, Tucumán, Mendoza y conquistaba con sus grabados no figurativos.
En 1963, la artista cordobesa expuso en el Rosa Galisteo. El Litoral la entrevistó. Su palabra, recuperada, revela una visión particular del arte como disciplina, ritmo y abstracción.

En 1963, el Museo Rosa Galisteo abrió la muestra de Lilian Gómez Molina de Dutari, una artista cordobesa que ya había expuesto en Buenos Aires, Rosario, Tucumán, Mendoza y conquistaba con sus grabados no figurativos.
"La vida de un grabador está hecha de búsquedas y de perfeccionamiento", afirmaba la artista en una entrevista concedida a El Litoral el 10 de julio de 1963, que rescatamos del archivo 62 años más tarde.
Nacida en Córdoba en diciembre de 1926, Gómez Molina se formó como profesora de dibujo en la Escuela Provincial de Bellas Artes Figueroa Alcorta en 1946. Luego tomó cursos en el Museo Provincial Emilio Caraffa y la Universidad Nacional de Córdoba, pero su "aventura" más radical, la del grabado, la hizo por cuenta propia.
En los '60, ya había realizado más de veinte exposiciones individuales en espacios como la Galería Witcomb de Buenos Aires, el Círculo Cultural de La Falda, la Galería Giménez de Mendoza y la Sociedad Central de Arquitectos en Córdoba.
Expuso luego en Nueva Delhi, Skopje, Tokio, Liubliana, Washington, Puerto Rico y Chile, consolidándose como una referente del grabado. Recibió numerosos premios, entre ellos el Premio Salvador Caputto en el Salón de Santa Fe, el Premio Worms, una mención en el Premio Braque, y el Octavo Premio Dibuix Joan Miró en Barcelona.
Cuando El Litoral la entrevistó en 1963, la exposición que presentaba se apartaba del canon figurativo. "Se me ocurrió incursionar en este campo luego de leer a Kandinsky, que señala sus dificultades", confesaba.
"Utilizo la rítmica gráfica como medio de expresión. Partiendo de la idea futurista de que el desarrollo de una forma puede conducirnos al movimiento, he tratado de representar el sonido y convertir a la línea en una representación musical", explicaba.
"La fuerza contenida en diferentes elementos se manifiesta a través de las tensiones y hemos, pues, de integrar una voluntad general de forma a través de estas tensiones", señalaba luego.
Sus obras llevaban títulos musicales: Scherzo, Introito, Moderato. Pero no se trataba de traducciones literales. "No son la representación exacta del sonido puesto que no es una grafía musical. Trato de remontarme a la fuente misma de la inspiración del arte visual y del arte auditivo", indicaba.
Ese cruce entre disciplinas, esa sensibilidad, marcó el carácter de sus grabados, donde el rigor técnico se encontraba con una interioridad plástica que buscaba traspasar el papel.
Lilian Dutari, además de crear, enseñaba dibujo, ejercía como crítica de arte en periódicos de Córdoba y Buenos Aires, y tocaba la guitarra clásica, incluso interpretando obras no escritas originalmente para ese instrumento.
Todo parecía confluir en una ética del trabajo infatigable: "Dedico al grabado un mínimo de ocho horas diarias", afirmaba al cronista. "El entusiasmo y la seguridad con que nos habla de sus miras y de sus propósitos, ponen en evidencia una arraigada vocación artística", escribía El Litoral al cierre de aquella entrevista.
Falleció en 1971, en su Córdoba natal, pero su obra perdura en museos como el Nacional de Bellas Artes, el de Arte Moderno, el Provincial de Córdoba y el Provincial de Tucumán.




