Por Estanislao Giménez Corte

Por Estanislao Giménez Corte
@EstanislaoGC
“Siempre tuvimos una fractura en nuestra sociedad, la popularizada hoy como grieta, en realidad lo que cambia son los polos: región-nación, nación-antinación, izquierda-derecha, elite-pueblo, criollo-extranjero, y así podría seguirse. Realidad bipolar o multipolar, la Argentina es uno de los países que más ha producido ensayos o manifiestos sobre la idea de Nación, es una especie de obsesión vernos o preguntarnos sobre el cómo somos”.
Historiador, docente, investigador y escritor de vasta trayectoria, en la conversación con Mario Andino afloran naturalmente las resultantes de dos pasiones trabajadas a lo largo de los años, evidencias éstas de un proceso que fija su consecuencia inmediata en el habla y en la escritura. Esas dos pasiones son, claro está, las clases y la lectura, binomio y conjunción que deviene en un discurso claro, rítmico y preciso, que enfrenta con adecuada pericia la explicación de un tema harto complejo o infinito, diríamos con tono borgeano: el concepto de Nación. Mario lo introduce de esta manera: “Mi trabajo pretende abordar qué se dijo sobre la Nación argentina en todo este tiempo, desde el trabajo de ensayistas importantes o reconocidos, pero también incorporándole una introducción sobre qué es la Nación en su significado general, y para pensar de qué estamos hablando al mencionar el término”. Andino se refiere a su más reciente trabajo, publicado por la editorial de la Universidad Católica de Santa Fe, donde se ha desempeñado como docente en numerosas cátedras. El libro, que lleva por título “Idea de Nación en la historia argentina. Consenso y conflicto. 1810-1983”, es resultado de una investigación realizada como trabajo final de la Especialización que el entrevistado cursó en la Universidad Nacional de Quilmes.
EL TIEMPO LARGO
Mario Andino es licenciado en Historia y se ha especializado en Dirección y Gestión de Colegios Jesuitas en la Universidad Alberto Hurtado de Santiago de Chile y en Ciencias Sociales y Humanas en la UNQ. Fue docente y vicedirector en el Colegio Inmaculada y profesor e investigador en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la UNL. Entre sus obras se destacan “El último malón de los indios mocovíes” (UNL, 1998) y la novela testimonial “Hay un positivo” en coautoría con Miguel Espinaco (UNL, 2002). “En este caso dice- me animo al tiempo largo; ¿qué quiere decir en este sentido?, inspirado por la ocasión del Bicentenario de nuestro país, me extiendo en el recorrido desde el fundacional 1810 hasta el retorno democrático tras la última dictadura militar, para registrar, no una hipótesis particular o vertebradora, sino para reunir, en un texto práctico con la posibilidad de que lo puedan emplear docentes, alumnos, estudiantes universitarios y otros interesados-, una suerte de estado del arte o estado de la cuestión sobre la Nación.
La referencia del historiador no desconoce la discusión actual al interior de la política nacional: “En las antinomias actuales hay, subyacente, una idea de Nación. Habría que hacer una reflexión al respecto entre los dirigentes políticos, ya que podrían encontrarse varias coincidencias entre voces hoy confrontadas. En realidad las disidencias comenzaron desde el mismo Mayo de 1810, donde la idea de Nación primigenia y del Estado a construir no está siquiera demasiado clara, prevalece el regionalismo y los intereses sectoriales. Posteriormente a partir de la denominada “Generación del 37” se planteó la idea de superación de la antinomia entre unitarios y federales, discutiendo la Nación con la convicción de afianzarla en acciones concretas, desarrollando la ley, la educación y la inmigración”.
LA REPÚBLICA DE LA MASAS
El recorrido que propone Andino avanza sobre lo contemporáneo: “En el siglo XX, con la incorporación de las masas populares y los progresos sociales, la Nación va adquiriendo dimensiones más vastas y complejas: es la república de las masas que supera la república oligárquica. Pero la palabra Nación siempre aparece con trasfondo de ideas y proyectos, mucho más en el siglo en que se despliegan los autodenominados “nacionalismos”. En este sentido, considero necesario emplear la palabra en sentido amplio: el primer nacionalismo argentino fue de sustento ideológico liberal, cimentado en los proyectos de figuras como Sarmiento y Alberdi, que si bien admiró el modelo cultural europeo se propuso argentinizar a la sociedad local en sentido masivo, abarcando criollos e inmigrantes, particularmente con la legislación nacional y la educación común, gratuita y laica. Después aparecen otros nacionalismos, basados unos en la reivindicación criollista, otros en el tradicionalismo católico, difundidos por las elites del Centenario; otra vertiente desarrolla el nacionalismo de base popular, primero en el radicalismo,luego en los yrigoyenistas del 30 y finalmente en el peronismo. Los años sesenta y setenta desembocan en el más sangriento enfrentamiento entre dos modelos: el revolucionario tercermundista inspirado en la experiencia cubana, y el conservador identificado con la doctrina de seguridad nacional, pregonada desde la dictadura militar y su defensa del orden “occidental y cristiano”. El historiador reconoce en este punto la existencia de modelos que se piensan en forma absoluta, con la negación de cualquier validez en la concepción del otro, acusado de antinacional. En los tiempos de ascenso de las masas y mucho más desde el retorno democrático de 1983 cobra fuerza la ciudadanía como sujeto protagonista, herencia de aquel pensado en el Estado-Nación de las revoluciones burguesas del siglo XVIII, superador de la Nación aristocrática que, a decir de Robespierre, tenían secuestrada los monarcas; es decir, la Nación es de todos.
RAZÓN Y MITO
Consultado sobre la reactualización de algunas características discursivas de los años setenta en estos últimos tiempos políticos democráticos, Andino señala “los modelos de Nación siempre parecen retornar, están como guardados en la memoria colectiva (aunque el concepto suene algo rebuscado), hasta que algún sector, gobierno o líder los emplea desde otro lugar resignificando su sentido para adaptarlo al momento; por ejemplo, en estos años reapareció un discurso latinoamericanista de tono tercermundista, para reafirmar políticas que se han denominado postneoliberales o de una nueva centroizquierda. Si pensamos en la anterior dictadura resurge con fuerza el nacionalismo territorial, vinculado especialmente a la tradición militar, evidenciado en la ocupación de las Islas Malvinas en 1982; aún sorprende cómo un gobierno represivo y desprestigiado logra una movilización popular, apelando al trasfondo de memorias, sentimientos y vivencias nacionales alimentadas por la educación masiva durante generaciones; era el “nosotros” enfrentado a un invasor.
Esta persistencia de la Nación como idea y sentimiento compartido se explica fundamentalmente por tratarse de una construcción cultural y social, que reúne caracteres de sustento antropológico profundo; entre otras cosas, reúne nada menos que la razón y el mito: razón porque el Estado-Nación se edifica desde estructuras racionalizadas para reunir y controlar la sociedad, que incluso se burocratizan con el tiempo, en el sentido weberiano; pero dicha racionalidad necesita del mito fundante y la idealización histórica para lograr consenso social. En algunos casos se desarrolla un mito de origen con raíces religiosas y étnicas, que genera una ideología nacionalista que finalmente se cristaliza en estructuras de poder. Es decir, hay un ida y vuelta entre razón y mito, que en su retroalimentación termina por integrarse en la identidad individual y social.




