Aprender un oficio, hacer algo por sus propios medios, no ser una carga para la familia, generar una posibilidad laboral o un ingreso económico son algunos de los motivos por los que más de 500 personas se anotaron en los cursos de capacitación laboral. Financiados por el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación, se generaron con un esfuerzo articulado entre la Municipalidad de Santa Fe e instituciones específicas, como los centros de formación profesional, los centros de capacitación laboral y los talleres de educación manual.
Las inscripciones fueron un éxito y superaron las expectativas iniciales. “Cuando armamos el proyecto, esperábamos 15 alumnos, pero superamos ese número ampliamente: se anotaron 30 personas”, explicó Carlos, director del taller de carpintería que se dicta en la Escuela Ballarini, en el barrio Cabal.
“Todos llegan por una inquietud personal o laboral y ya traen algún tipo de conocimiento, por eso lo primero que hicimos fue dar algunos conceptos básicos para nivelar”, continuó el docente. Su colega, Karina, es la encargada de la parte de diseño: “Además de las nociones teóricas acerca de presupuesto y tipos de madera, acá aprenden a cuidar ciertos detalles, como tener en cuenta las formas, la funcionalidad, la prolijidad y la terminación. La idea es que puedan superar la instancia de la artesanía para que puedan vender lo que fabrican”.
Aprender, una posibilidad
Entre sierras, tablones, martillos y clavos sorprende ver a tres mujeres trabajando. Jesica, de 21 años, es una de ellas. Se acercó a la escuela con la idea de perfeccionar su hacer artesanal. “Hago cajitas de cartón, las forro, pinto y vendo en la feria. Pienso que con el curso puedo capacitarme para entrar al mercado laboral o, por lo menos, potenciar las posibilidades. Además aprendo otras cosas y puedo diversificar lo que hago”, contó entusiasmada la joven.
Daniel, de 41 años, también ve al taller como una oportunidad para generar un ingreso para mantener a sus cinco hijos. “Trabajaba en un local de compra-venta de muebles, así que alguna idea tengo. Me las ingeniaba para arreglar puertas, pero ahora se dio la posibilidad de aprender y la quiero aprovechar. Me gustaría fabricar sillas, mesas, estanterías o cajoneras”, relató.
Animarse y vender
Al curso de diseño de bijouterie -en la escuela Drago- asisten todas mujeres, la mayoría de los barrios San Roque y Sargento Cabral. La consigna: aprender a hacer collares, aros, llaveros y todo tipo de accesorios.
“Este curso nace porque la Municipalidad quería otorgar una salida laboral inmediata”, explicó Marcela, una de las docentes al frente del taller. Con paciencia y mucho cariño, les enseña a “las chicas” a desarmar un viejo collar y transformarlo en una moderna pulsera.
Fiorella es otra de las docentes, que les muestra cómo trabajar con diversos materiales: piedras, canutillos, telas, papel y cintas. “La idea es poder reciclar lo que tienen en la casa porque a veces los materiales son muy costosos. Esa es una forma de recuperar algo que no usan para darle otro destino: venderlo, regalárselo a alguien o que lo usen ellas mismas”, explicó la joven.
Silvia, una de las alumnas, asegura que nunca en su vida “había agarrado una pinza”. Sin embargo, se la ve segura en todos sus movimientos; con paciencia maneja los alambres para engarzar las piedras y terminar un collar, con su pulsera haciendo juego. Al igual que sus compañeras, espera ansiosamente poder vender lo que produce en el aula.
“Algunas son muy perfeccionistas, entonces todavía no se animan a vender lo que hacen. Pero otras chicas ya se animaron y el fin de semana fueron a la costanera con algunos collares, pulseras y aros que habían hecho y les fue bien. Así, de a poquito, es como se empieza”, concluyó la docente.































